Así se gobierna el mundo

18. La cosa va en serio

Becker y yo estamos todavía un poco… afectados por el ensayo. Hay una tensión residual en el aire, una electricidad estática que ninguno de los dos sabe muy bien cómo manejar. Nos miramos de reojo, con la intensidad y la torpeza de dos adolescentes a los que acaban de pillar pasándose notitas comprometedoras en clase de biología sensual.

—¡Basta! ¡Suficiente ensayo por hoy! ¡Se acabó el simulacro! —declara Greta, con la autoridad de un general dando órdenes a sus tropas. Su voz, normalmente tan medida y monocorde, tiene un brillo… ¿entusiasta? No, imposible. Greta no hace entusiasmo. Pero hay algo diferente. Como si hubiera visto algo que le gusta. O que le conviene estratégicamente, que para ella es lo mismo—. Ustedes dos… —nos señala con un gesto amplio, como si fuéramos un experimento científico que ha dado resultados inesperados pero fascinantes— …tienen una química tan absurdamente evidente que hasta las plantas de esta oficina están empezando a florecer fuera de estación. ¡He visto un ficus intentando hacerle ojitos a una drácena! ¡Es una cosa de locos!

Me atraganto con mi propia saliva. ¿Química? ¿Nosotros? ¿Becker "Iceberg con Sentimientos Reprimidos" Hunter y Eleanor "Desastre Ambulante con Tendencia a la Verborrea Inapropiada" Hayes? ¿Una química tan potente que afecta a la flora local? Eso es… nuevo. Y un poco aterrador.

—No… no estoy muy segura de que "química" sea la palabra adecuada, Greta —intento decir, con la voz un poco ahogada. Quizás "pánico compartido" o "atracción gravitatoria inexplicable y potencialmente destructiva" serían términos más precisos.

—¡Shhh! —me corta Greta, alzando una mano con una manicura tan perfecta que podría firmar decretos de estado o realizar cirugía a corazón abierto sin despeinarse—. No discutas lo obvio, Eleanor. Lo he visto. Lo he sentido. Y créeme, llevo años en este negocio. Sé reconocer la dinamita emocional cuando la veo. Y ustedes dos son una caja de fuegos artificiales a punto de estallar.

Becker, a mi lado, permanece en silencio, pero noto que se ha tensado ligeramente. ¿Estará de acuerdo con Greta? ¿O estará pensando en cómo despedirla discretamente por exceso de imaginación?

—Lo que necesitamos ahora —continúa la Reina del Protocolo, con un brillo en los ojos que me da muy mala espina—, no es más ensayo. No es más coreografía. No es más "sonrisa de cinco dientes y mirada de afecto contenido". ¡No! Lo que necesitamos es… ¡autenticidad! ¡Espontaneidad! ¡Realidad! ¡Cancelar planes y programar otros de urgencia! Cuando tu psicoanalista consigue sacar la hiena dentro de ti, no la amordaza, la suelta, te la pone cara a cara para que aprendas de ese demonio dentro de ti.

¿De qué rayos de psicoanálisis habla?

"Autenticidad". "Espontaneidad". "Realidad". Esas palabras, en boca de Greta, suenan tan extrañas, tan fuera de lugar que empieza a darme miedo y quizá considero si estuvo consumiendo algún estupefaciente entre minuto y minuto. Esta mujer vive y respira protocolo, reglas y apariencias cuidadosamente construidas. ¿Desde cuándo le interesa la "realidad"? Algo trama. Algo gordo.

—Quiero que se conozcan de verdad —sentencia, mirándonos a ambos con una intensidad que podría fundir el plomo—. Como si fueran dos personas normales. Dos seres humanos que se atraen y quieren explorar esa conexión. Olvídense del Gobernador y la Asistente. Olvídense de la campaña y de los focus group. Solo… sean ustedes.

"Ser nosotros". Eso es, posiblemente, lo más extraño, lo más aterrador y lo más… tentador que he oído decir en esta oficina desde que empecé a trabajar aquí. ¿Becker y yo, siendo "normales"? ¿Es eso siquiera posible? ¿Existe una versión de Becker Hunter que no lleve traje y corbata y una expresión de responsabilidad mundial? ¿Y existe una versión de mí que no esté constantemente al borde de un ataque de nervios o de soltar un chiste inapropiado? Lo dudo. Pero la idea… la idea es intrigante.

Y así, como si fuera la directora de una comedia romántica con un presupuesto estatal sorprendentemente generoso y un objetivo político muy claro, Greta, la Maquiavela del Amor Fingido, organiza una cita. Una cita real. O lo más real que puede ser una cita entre un gobernador que aspira a la presidencia y su futura-falsa-esposa-comediante.

Los detalles son precisos, como siempre con Greta. Lugar: un restaurante elegante, de esos con manteles de hilo y camareros que parecen sacados de una película de época, pero con una iluminación estratégicamente tenue, "para fomentar la intimidad y disimular las ojeras", según sus propias palabras. Objetivo: hablar, mirarse a los ojos (sin contar los segundos esta vez), conectar a un nivel más… humano. Y la regla de oro, la más sorprendente de todas: ¡Sin asistentes! ¡Ni un solo guardaespaldas a la vista (al menos, no de los visibles)! ¡Ni Julia para darme consejos de última hora! ¡Ni Matt para analizar la situación con su cinismo habitual! ¡Ni siquiera la sombra de una Katarzyna yogui haciendo flexiones en alguna esquina oscura! Solo Becker y yo. Solos. En una mesa para dos. El terror. La emoción.

Cuando llego al restaurante (después de haber pasado dos horas delante del espejo probándome todo mi armario y llegando a la conclusión de que necesito urgentemente un estilista o un milagro o considerando la cantidad de mentiras que le solté a Katarzyna), Becker ya está allí. Sentado en una mesa discretamente situada en un rincón acogedor. Y por un momento, me quedo sin aliento. No lleva su armadura habitual de poder. La chaqueta del traje descansa elegantemente sobre el respaldo de su silla. La corbata ha desaparecido. Y la camisa, una camisa blanca impecable, por supuesto, tiene los dos primeros botones desabrochados y las mangas arremangadas hasta los codos, dejando al descubierto unos antebrazos que, seamos sinceros, deberían tener su propio club de fans. Lleva un reloj en la muñeca, pero es el modelo más discreto y elegante que le he visto en mi vida. Nada ostentoso. Solo… clase.




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