Asmodeo Reimann | Ldd #1

CAPÍTULO 9.

LENA.

Él se queda en silencio, así que agarro su mano y lo jalo hacia el cuarto de limpieza. Estando adentro comienzo a buscar un buen escondite, aunque la poca luz no ayuda mucho.

—Alguien viene —musita.

El pánico se apodera de mí, tirando de nuevo de su mano sin importarme que sienta dolor. Al ver una pequeña puerta casi invisible en la pared decido abrirla, llegando una gran alegría a mi corazón al ver en rectángulo oscuro y vacío.

» Ni creas que... —a la fuerza lo empujo hasta meterlo en el rectángulo. Enseguida ingreso cerrado suavemente la frágil puerta, quedando muy cerca de él en la oscuridad, tanto es mi cercanía que puedo sentir y escuchar claramente su respiración.

—Alguien nos escuchó... —cierro los ojos con fuerza, sujetándome más al cuerpo que me acompaña.

—Pero no hay nadie, señor.

—Esto está sospechoso... ¿Sabes quién es el dueño de esta pocilga?

—Sí. El señor Richard vive en el segundo piso.

¡¡Maldición!! No quiero que lastimen a personas inocentes.

—Llévame con él ahora. De seguro debe de tener toda la información de sus inquilinos. Quiero asegurarme de que ella no se encuentra aquí, porque me debe algo y tan fácil no va a escapar —trago grueso.

—Sígame señor. Estoy seguro de que encontrará lo que tanto busca —pego mi frente a su pecho.

Se escuchan varios pasos y seguido la puerta es azotada con fuerza. Mi corazón se debilita al mismo tiempo que mi cuerpo lo hace, quedándome en completo silencio mientras sigo escuchando y sintiendo la respiración de Asmodeo. Las lágrimas se forman en mis ojos, y lentamente se desliza por mi piel. ¡Mi vida corre peligro! ¡Estoy arruinada!

—Oye...

—¿Qué voy a hacer ahora? Ellos me van a matar —me termino rompiendo en llanto.

—Ellos no te harán daño. Te juro que saldremos que este embrollo —supongo me está animando; aun así, su voz es gélida.

—¿Quién asegura que mi vida ya no correrá peligro? Usted se irá, pero yo... ¡A mí harán daño! ¡Me van a matar!

—¡No lo harán! Entiende eso de una maldita vez.

—¿Cómo está tan seguro?

—Porque yo te protegeré. Salvaste mi vida cuando podías dejar que muriera ahogado o que ellos me terminan de matar; aun así, no lo hiciste y te metiste en este problema por mi culpa. No eres de mi agrado, pero no podré seguir viviendo mi vida sabiendo que moriste por mi causa. Además, sé lo que te harán. Así que deja de llorar que, una vez me rescaten, tú te irás conmigo a la mansión Reimann, ahí tú estarás a salvo.

—Pero... —alzo mi mirada tratando de ver su rostro.

—No te voy a rogar. Si quieres vivir, sabes lo que tienes que hacer.

—Está bien. Yo me iré con usted.

No tengo más opción por ahora. Tengo que hacerlo hasta que encuentre solución a mi problema. Además, si me voy con Asmodeo, estaré cerca de Dantalion, y él me puede ayudar también.

—Ahora abre esa maldita puerta y aléjate de mí. Tu splash de vainilla me está mareando.

—Entiendo —resuello con cansancio.

Aunque el lugar está muy estrecho logro removerme hasta darme la vuelta.

—¿Qué estás haciendo? Estás muy cerca de mí —su voz se ha vuelto ronca.

—Lo siento. Pero necesito abrir la puerta, y estando de espalda no se me hacía fácil, pero... ya está —abro la puerta y salgo.

Inhalo profundo y exhalo.

—Lo mejor es regresar a la habitación.

Definitivamente, eso no es lo mejor.

—Lo mejor es irnos.

—No sabemos cuánto son, podría haber más de los que tú crees. Si uno está aquí, sus posibles cómplices debe estar a los alrededores. No nos conviene ir directo a la carnicería.

—Tiene razón —giro sobre mis talones—. Debemos salir vivo de aquí —lo agarro del brazo, lo que provoca que él me mire con reproche.

—¿Pero ¿qué...?

—Si usted muere, mi muerte también es segura. Si usted vive, yo también viviré, así qué, lo mejor es escondernos —lo jalo, y aunque se resiste termina cediendo.

A pasos rápidos, y siendo muy cuidadosa en el segundo piso nos dirigimos hasta el departamento. Al llegar aseguro la puerta con un mueble algo deteriorado, pero que igual sirve.

—Oye...

—Necesito que llame a su familia —le doy mi celular—. Necesitamos que ellos estén aquí pronto. No tenemos tiempo para perder —pido con exasperación.

No quiero morir si haber cumplido mis sueños de vida.

—No me sé los números de ellos...

—¡¿Qué?!

—No me sé ningún número de celular que no sea el mío —lo miro incrédula.

—¡¿Cómo?! Señor, ¡¿cómo no se va a saber el número de celular de su propia casa o de un familiar?!

¡Es el colmo de la vida!

—Nunca lo vi necesario. Es la primera vez que me pasa algo como esto.




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