Atados por el Odio

Capítulo 1: El Odio que Quema

Maya

Si alguien me hubiera dicho hace unos años que estaría atada a una silla de cuero caro en la oficina privada de uno de los capos más peligrosos del mundo, me habría reído en su cara. Y sin embargo, aquí estoy. Siento mis manos entumecidas por la presión de las cuerdas, mientras observo a Lucien Belov, el hombre que se erige como el rey de todo lo que está podrido y corrupto en este mundo, con una sonrisa en el rostro.

—¿Sabes? Esperaba algo más emocionante cuando decidí secuestrarte —su voz, tan fría como el invierno ruso, me perfora el alma—. Resulta que las princesas de la mafia italiana no son tan especiales después de todo.

—¡Maldición, suéltame ahora mismo! —gruño, luchando inútilmente contra las cuerdas.

Lucien se ríe, una carcajada seca y sin vida.

—Tu padre, Mancini, hizo que esto fuera personal. Él mató a Luka, mi hermano, y ahora yo tengo a su hija. Es la perfecta justicia, ¿no crees?

Mi corazón se detiene por un segundo al escuchar el nombre de mi padre. Sí, "justicia". Lo gracioso es que mi propio odio hacia mi padre es más grande que el que Lucien podría llegar a sentir. ¿Cómo explicarle que detesto tanto a ese monstruo como él? ¿Cómo decirle que mi mayor sueño es ver a mi padre pagar por todo lo que ha hecho?

No recuerdo exactamente cuándo empecé a odiarlo. Quizá fue el día que enterramos a Caterina, mi hermana. O tal vez mucho antes, cuando vi a mi madre en ese ataúd. Las palabras se me atragantan cuando pienso en ellos. Dos vidas apagadas por las manos de mi padre. Mi padre, el gran consiglieri de la mafia italiana, el hombre al que debería admirar. Pero todo lo que siento por él es un odio tan profundo que me quema por dentro.

Siempre supe lo que era: un monstruo disfrazado de hombre poderoso. Pero nunca me imaginé que sería capaz de destruir lo único que amábamos. Caterina era la única inocente en este caos. Y mi madre... bueno, ella intentó salvarnos. Lo pagó con su vida.

—Maya, ¿me escuchas?

La voz de Lucien me saca de mis pensamientos, esa voz que siempre parece estar llena de ordenes. Levanto la vista y ahí está, sentado frente a mí, con esos ojos fríos y calculadores que me estudian como si yo fuera un enigma que no logra resolver. Claro, soy una prisionera en su mundo, pero al mismo tiempo, siento que soy libre. No más mentiras, no más ilusiones de que mi padre algún día será algo más que un asesino.

—¿Qué quieres, Belov? —escupo su nombre como si fuera veneno. El hecho de que esté a su merced no significa que vaya a ceder ante su maldito juego.

Él sonríe, esa sonrisa que no alcanza sus ojos.

—Quiero que dejes de perder el tiempo pensando en ese bastardo de tu padre —dice con calma—. Aquí ya no tienes que fingir que no lo odias. Todos lo sabemos.

Mis manos se aprietan en mi regazo, mis uñas clavándose en la piel. Claro que lo saben. Todo el mundo en este maldito juego de poder sabe que Maya Mancini odia a su propio padre. Pero nadie sabe cuánto. Nadie entiende que cada respiración que tomo está llena de resentimiento.

—No tienes idea de lo que sé —respondo, manteniendo mi voz baja, controlada. No puedo darle el placer de verme perder el control. No ahora.

Lucien se inclina hacia adelante, sus ojos nunca apartándose de los míos. No sé qué intenta ver en ellos, pero no se lo voy a poner fácil.

—Tu padre es el motivo por el que estás aquí —dice con un tono que me irrita—. Él mató a mi hermano. Y ahora, todo lo que te pase es su culpa.

—¿Qué? ¿Esperas que me disculpe por lo que hizo? —suelto una risa amarga—. Te diré algo, Lucien: si pudiera, yo misma le dispararía a ese hombre. Te ahorrarías el trabajo.

Lucien se detiene, y por primera vez desde que me trajo aquí, veo algo que parece... sorpresa. Pero se desvanece rápidamente, sustituido por esa máscara de acero que siempre lleva puesta.

—Tal vez tengamos algo en común después de todo —murmura, su voz más suave, pero no menos peligrosa.

Lo miro, sabiendo que este hombre no es mejor que mi padre. Tal vez más calculador, menos impulsivo, pero al final del día, sigue siendo un monstruo. Un monstruo que me tiene en su poder.

Pero al menos, con él, no tengo que fingir. No tengo que sonreír ni ser la hija perfecta. Aquí, puedo dejar que el odio respire, que se expanda. No tengo que ocultarlo.

Y eso, en un retorcido y oscuro sentido, me da una extraña paz.

El silencio entre nosotros se vuelve espeso, cargado de todo lo que no decimos. Yo sigo apretando los puños, respirando despacio para mantener el control, mientras Lucien me observa como si cada palabra que diga pudiera ser usada en mi contra.

—¿Vas a matarme? —pregunto, rompiendo el silencio con una frialdad que ni yo misma reconozco.

Lucien inclina la cabeza ligeramente, sus ojos sin parpadear.

—Eso depende de ti.

—¿De mí? —arqueo una ceja, incrédula—. Por favor, sé honesto por una vez, Belov. Sabemos que lo que realmente quieres es usarme para arruinar a mi padre. No soy más que una ficha en tu maldito juego.

Él se queda quieto, sus dedos tamborileando con calma en el borde de la mesa de madera entre nosotros. Esa maldita calma suya es lo que más me irrita. Siempre parece tenerlo todo bajo control, como si estuviera varios pasos adelante de todos. Es el tipo de hombre que hace que hasta el aire a su alrededor se sienta pesado, como si controlara cada molécula.




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