Ataraxia l Libro 1

Capítulo 4

En el almuerzo me encontré con Celeste, revisaba algunos papeles, cuando terminó nos fuimos al comedor de profesores. Entonces me encontré con él, no supe si era bueno o malo lo que sentí, pero sabía que era desagradable porque dentro de mí se prendió fuego. 

Desmond hablaba con Carmín, la más perra de las profesoras. Ella casi lo besaba, sólo faltaba subírsele sobre las piernas. Mordí mi carrillo para disimular la repentina molestia que me dio verlo con ella.

Celeste me sujetó del brazo antes de terminar de pasar.

—Laura—me susurró Celeste—, ¿él es Desmond Green? ¿El nuevo profesor? Está buenísimo.

Hice una mueca de fastidio y me solté de su agarre indiferentemente.

Finalmente decidí entrar dejando a Celeste atrás, caminé directamente hacia la pequeña cocina, abrí la nevera y busqué algo de comer. No sabía por qué, ni entendí mi reacción, pero al momento de advertir que Desmond me miraba comencé a contonear las piernas mientras me inclinaba para seguir buscando. 

—Ajam—carraspeó Carmín—. ¿Ya terminaste con tu búsqueda? ¿Profesora Bush? 

Rodé los ojos, increíblemente irritada y molesta. Me volví hacia ellos.

—¿Ahora eres la vigilante de la nevera? —repliqué secamente.

Carmín puso mala cara, pero no me contestó.

¿Qué me sucedía?

A regañadientes cerré la puerta de la nevera, con el frasco de mermelada en la mano izquierda, con enormes ganas de tirárselo a Desmond en la cabeza. Giré mi rostro hacia ellos por un momento, pero me descoloqué al advertir en los ojos de Desmond un hambre voraz, y se veía cauteloso, astuto, como si esperara una oportunidad para atrapar algo, una presa.

Me asusté un poco, tomando el control de lo que pensaba y mi cuerpo; aun así algo dentro de mí, una sensación me hacía querer saltar sobre Desmond. No sabía si era para continuar con lo que había pasado en el armario o para golpearlo.

Celeste se acercó a mí, con una expresión estupefacta, seguro por la escena que acababa de hacer frente a Desmond. 

—¿Estás bien Laura? —preguntó Celeste, posó su mano sobre mi brazo—. Estas caliente otra vez, ¿de nuevo tienes fiebre? —preocupada intentó tocarme en la frente, pero yo me solté brusca pero disimuladamente de su agarre. 

—Tengo que irme de aquí.

Caminé en dirección a la puerta con la piel ardiéndome, no entendía lo que me estaba sucediendo. Frustrada salí al patio trasero del instituto, entonces pateé una lata de refresco con toda la rabia que sentía.

Pero no escuché cuando cayó, en vez de ese ruido característico del aluminio, escuché un quejido agudo. 

—¿Hay alguien ahí? —pregunté, dando un paso nerviosamente. 

Beth apareció caminando en mi dirección, sobándose la frente con un gesto de dolor en el rostro. Me alarmé y caminé rápidamente hacia ella. 

—Hola profesora Laura—me saludó con un intento de sonrisa, aun con la palma de su mano en la frente, ocultando el probable moretón—. Buena puntería.  

—Beth, ¿estás bien? ¿Qué hacías en el patio y tú sola?

De su cuello colgaba su cámara profesional, la única actividad que parecía divertirle y animarla un poco más que sus clases de arte.

—Nicole está en la biblioteca, Estefany tenía practica de animadoras y Karol…la verdad no sé dónde está ella—reconoció distraídamente. Entonces volvió a sonreír—. No se preocupe profesora, estoy bien, estaba tomando unas fotos al bosque y me distraje un poco, este sólo fue un pequeño golpe. En realidad, es bueno saber que tiene esa fuerza.

Sonreí fingiendo la misma tranquilidad que simulaba ella. Asentí.

—Discúlpame cariño.

—No se preocupe. La verdad es que usted tiene razón y yo debería estar en otro lugar—recordó, acomodando su bolso y dejando al descubierto el moretón.

—Lo que sea que tengas que hacer lo harás después, primero te llevaré a la enfermería para que te coloquen algo de hielo en esa frente.

Beth hizo un mohín de disgusto con sus labios y negó rápidamente con su cabeza.

—No, por favor profesora, Daryl me pondrá una venda en la cabeza, o quizá una bandita, lo que sea será vergonzoso para mí.

Su expresión era de completo horror, de verdad no quería ir a la enfermería.

—Hagamos algo, yo me encargo de que sólo te pongan hielo y una crema—le guiñé un ojo, evocando confianza entre las dos. 

Finalmente, Beth suspiró con resignación. Me siguió cabizbaja por todo el camino hacia la enfermería. 

La enfermería era otro pequeño edificio aparte del complejo estudiantil, alejado y casi en la boca del bosque que se extendía en la lejanía y la niebla. También estaba cerca de las canchas deportivas y el gimnasio por sí ocurría un accidente indeseado.

Cuando llegamos Daryl atendía a un chico que tenía el uniforme del equipo de baloncesto, corpulento y de cabello enmarañado color rojo. Me pregunté qué hacía un chico así de gordo en el equipo de baloncesto.

Cuando la enfermera terminó con el chico llamó para que pasara el siguiente. En cuanto vio a Beth y su reciente moretón más grande abrió los ojos alarmada.

—¡Cielos! ¿Qué le sucedió? —exclamó Daryl, se acercó a Beth y examinó el moretón. 

—Daryl…—Beth emitió un pequeño gruñido de molestia—, no es para tanto, sólo fui torpe.

—Ese moretón no es de torpes, es de inocentes accidentes—Daryl enfatizó el sarcasmo demasiado.

—Fue mi culpa, fu un accidente—confesé de mala gana, pero en lo que vi la expresión de Daryl me recompuse—. Estaba un poco estresada y golpeé una lata que cayó por accidente sobre Beth. 

—Dirás, golpeó—apuntó Daryl, corrigiendo acusadoramente. 

—Mujer, dame un respiro—resoplé.

La enfermera se echó a reír.

Daryl era una buena mujer de cuarenta años, delgada, de cabello oscuro y cortito, su nariz era respingada y sus ojos verdes. Muy animada y amable, pero severa también. Noté desde que llegué al instituto que con Beth compartía un vínculo más fuerte, la sobreprotegía mucho y que Beth la quería mucho también.




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