Ataraxia l Libro 1

Capítulo 5

Los días habían pasado, y como Desmond me había advertido, no volvimos a cruzarnos más. Durante las siguientes dos semanas me concentré en mis alumnos, en las chicas y en sus problemas.

Finalmente hablé con los padres de Beth; les pedí un poco más de soltura con respecto a su hija y su vida, el problema de Beth no tenía por qué afectar su vida en todos los aspectos, incluso en uno tan especial como lo era la parte social. 

El resultado contrario lo tuve con los padres de Karol, pues como me lo habían advertido Estefany y la misma Karol con frustración, sus padres estaban locos.

Tal vez más que todo estresados por el comportamiento incorregible de su hija, pero, en fin, unos locos. Intenté hacerles entender que era parte de un proceso por el cual la mayoría de los adolescentes cursaban.

Sin embargo, las chicas ya estaban en su último año y sus dieciocho se acercaban en los próximos meses, y para algunas incluso en semanas.

Aunque lo había intentado durante días, y a pesar de que la segundaria fuera enorme, me fue bastante difícil no encontrarme con Desmond.

Y debía admitir que cada encuentro, cada mirada, cada maldita sonrisa altiva de su parte, me derretía como nadie jamás sabría. 

—No sabes lo emocionada que estoy por el festival—Celeste palmeó sus manos con emoción.

—Siempre te emocionan estas actividades de niños

Estábamos solas en la sala de reuniones. Celeste se incorporó sobre el sillón reclinable de Wesley.

—Ya no lo aguanto mujer, tendrás que decirme qué te tiene tan de mal humor.

Entrecerró sus ojos con suspicacia, ver si esa expresión la ayudaba a sacarme lo que nunca admitiría. 

—No sé de qué me hablas.

—Laura—rodó los ojos—. A mí no me engañas, tienes esa cara de…

—Es sólo mi periodo. Además, ya no hagas un drama, cualquiera podría entrar y escucharnos.

—¿Y que se enteren de tu mal humor? —bufó sarcástica—. Corazón, ya todos han probado tu veneno.

—Lo dices como si estuviera tratando mal a todo el mundo.

—Pero, ¿qué intentas esconder? Ayer le gritaste a Wesley porque se resbaló en una de las crueles bromas de Karol Joseph. Luego, la semana pasada estuviste mandando trabajos y exámenes muy seguidos a tus estudiantes. Esa no eres tú, ¿qué rayos te sucede?

—Simplemente creo que ya basta de que Wesley sea tan tonto y se haga respetar. Y por mis estudiantes, es mi problema lo que haga con mis clases y cómo lo haga.

Celeste no contuvo un resoplido de enojo cuando se recostó en el sillón con los brazos cruzados. Apoyó la cabeza del sillón y cerró los ojos. Pero de pronto abrió sus ojos y me miró.

—Ya sé lo que te ocurre.

—¿Según tú?

—Todo esto es por el profesor de matemáticas, ¿no es así? —lo descubrió.

Había que tenerle miedo a esa mujer. 

—No sé de qué me hablas.

—Ahora que lo pienso mejor, he notado que últimamente lo evitas conscientemente. Pero cuando se encuentran sus miradas chispean. ¿Terminaron con su relación a escondidas?

—¿Qué? Yo no tengo una relación a escondidas con él.

—Exacto, porque ya terminaron con eso—apuntó con una sonrisita, rodé los ojos—. Sea como sea, ese hombre aún te tiene hambre.

Me escandalicé, no por lo que dijo Celeste, si no por lo que sentí al oír que Desmond podría desearme. Necesitaba ayuda psicológica para este problema que tenía tan sólo al oír su descarado nombre. 

—Lo detesto Celeste, ¿por qué no puedes entender lo que te digo de una vez?

—Porque es lo que veo—replicó.

—Cambiemos de tema, ¿sí?

Celeste resopló con resignación.

—¿Qué te tocó hacer para el festival? —preguntó de mala gana.

El festival Golden Gain era una actividad celebrada anualmente en la institución, dirigida en su mayoría por los estudiantes antes del baile de navidad, se hacían mientras ocurrían las votaciones para la reina y rey del aclamado baile.

Pero los profesores éramos asignados a un salón para la supervisión, y elegidos por los mismos estudiantes. Este año había sido elegida nuevamente por último año B. 

—Mis alumnos decidieron dirigir una casa Cosplay del café—contesté—. Los chicos harán que sus compañeras se vistan de sirvienta.

Un escalofrío me recorrió la espalda vertebral al escuchar la perturbadora idea de los chicos para con sus compañeras. La boca de Celeste cayó al piso, y yo la miré divertida. 

—¿Las vestirán de sirvientas sexys? —Celeste enarcó una ceja, más disgustada de lo que imaginé.

Pensé que esto le causaría gracia.

—Ajam. Pero ya sabes que yo no podía hacer nada de todas formas—me encogí de hombros—, esta es una de las pocas actividades al año que ellos pueden dirigir. 

—¿Qué somos? ¿chinos? —bramó ella, enojada.

—Celeste, eso es de japoneses—corregí con diversión, estaba que echaba fuego—. ¿Qué te sucede?

—Ach, no me prestes atención. 

—Uy, y yo tenía mal humor—me burlé.

En realidad, el mal humor lo atraía Desmond solamente. 

—Es que en casa hay una sirvienta que siempre quiere pretender a Clay, y ya no la soporto, es una perra desvergonzada—Celeste rechinó sus dientes. 

—¿Clay? ¿Tu esposo? ¿Con el que tú eres una perra desvergonzada?

Me eché a reír por los ojos abiertos de Celeste y el enrojecimiento en sus mejillas de la vergüenza. 

—¡Laura! —chilló Celeste, dándome un golpe en el hombro.

—Auch, con calma fiera—ronroneé—. Déjaselo a Clay.

Ella rodó los ojos. 

—Pero Clay es mío, sólo con él yo puedo ser así, no ella—señaló despectivamente el «ella»

—Buen punto. 

—Ay…como sea—suspiró, relajando sus hombros—. Ya quiero ver a Nicole, a Beth y a Karol con un traje de sirvienta.

Nos echamos a reír juntas, eso sí sería algo que valdría la pena ver. 
De repente las puertas se abrieron de golpe, Carmín apareció gritando y llorando, despeinada y con cara de horror.




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