Era vergonzoso admitir que la persona que me gustaba vivió con su madre. Pero Jake siempre fue muy complicado, indeciso y en eso contribuía su madre de seguro. La Sra. Barry, no era una mala mujer, era cariñosa y muy alegre, pero vivía sola a las afueras del pueblo. Me sentí mal, pues desde la muerte de Jake no me había atrevido a ir a verla, vivir sola y a su edad no debía ser fácil.
La Sra. Barry tenía residencia en Redditt, una comunidad alejada del distrito de Kenora, al noroeste de Ontario. Sin embargo, la casa de ella permanecía estratégicamente alejada del resto de Redditt. La carretera que cursábamos, la autopista 658, se extendía en 27 kilómetros, rodeada de espesa niebla que nos flanqueaba y bosque.
Miré por el espejo retrovisor inconscientemente, una incómoda sensación de ser observada me invadía desde que Celeste y yo habíamos salido del instituto. Con mis manos sobre el volante, aceleré. Precavida durante el resto del camino.
—Me pregunto cómo estará ella, ¿habrá escuchado lo de mi hermano?
La pregunta de Celeste me sacó de mis conjeturas. Celeste se estaba revisando por el espejo de su polvo compacto. Pero de repente, levantó la mirada al frente.
—¿Has pensado en tener hijos? —la repentina pregunta de Celeste me dejó desorbitada.
Sostuve el volante con más firmeza bajo mis manos.
La miré perpleja un segundo cuando busqué su mirada con rapidez antes de volver a ver hacia la carretera. El ambiente a nuestro alrededor no me ayudaba a tranquilizarme con la sensación de ser perseguida y ahora la pregunta de Celeste, la cual, me parecía incluso más aterradora. A mi edad no tenía interés, además, aun no tenía ni un novio.
—¿Estás mal de la cabeza? —mascullé, entonces me reí despreocupadamente. Celeste permaneció en silencio—. Celeste, mira en donde estoy, no tengo tiempo para niños.
Ella suspiró pesadamente, ¿enojada tal vez? ¿Mi repuesta la habría hecho sentir mal? ¿Y en qué sentido? Celeste era una de las que más profesaba no querer tener niños, pues no tendría cabeza para ello y menos paciencia.
Sin embargo, no es que yo no los quisiera tener, algún día mis hijos serían alegremente esperados por mí, con la persona correcta. Celeste no volvió a preguntar nada sobre el tema, y no supe si estar agradecida o preocupada de su silencio.
Unos minutos más tardes aparqué frente a la casa de dos plantas, pintada por completo de color rosa. Con varios arbustos de flores y algunas plantas colgadas en el pórtico. También estaba rodeada de más bosques junto a un pequeño lago.
Pero el cielo nublado lo oscurecía todo.
Celeste bajó primero que yo, caminó rápido para saludar a Margaret, la madre de Jake, una mujer mayor, con cabello blanco y arrugas leves, no muy marcadas. Sonrisa amable que reflejaba confianza. Se veía algo cansada, la soledad puede golpear de diferentes maneras a una mujer.
—Laura, cariño.
Cuando Celeste la soltó, caminó hacia mí y me abrazó fuertemente. Yo estaba en lo cierto, Margaret se sentía sola. Le devolví el abrazo alegremente, sosteniéndola así varios segundos.
—Perdona por no venir a verte Margaret—suspiré arrepentida.
Ella se alejó un poco para verme mejor sin soltar mis costados.
—No te preocupes corazón—me tranquilizó, con una voz suave y comprensiva. Entonces me soltó y se volvió a ver a Celeste con tristeza—. Parece que estos últimos meses han sido muy oscuros para el pueblo.
—Yo…
—Tranquila querida, aquí no tienes que hablar de eso—la interrumpió Margaret, sonriendo con amabilidad—. Vamos, les invitaré unas galletas y algo de té.
Celeste sonrió y cogió a Margaret de su brazo, entonces comenzaron a caminar hacia dentro. No pude evitar mirar hacia la entrada del bosque, reprimiendo una sensación de asechamiento.
—Sí, he sentido sola estos días—contestó Margaret cuando Celeste le preguntó.
La casa de Margaret era completamente adornada por sus propios recuerdos; marcos de fotos familiares, piedras de mar, barcos, objetos verdaderamente antiguos. En una de las esquinas en la habitación de la cocina había una pequeña mesa cuadrada de color amarillo, con tres sillas a juego.
Celeste y yo permanecíamos sentadas mientras Margaret preparaba el té.
—Extraño tanto a Jake…—suspiró la mujer.
Sacó la tetera de la estufa y luego colocó tres tazas sobre la mesa.
—Fue repentino para todos—murmuré—. No entiendo por qué alguien querría hacerle eso a Jake y Gary.
Celeste se revolvió incomoda en su silla.
—Lo sé—dijo Margaret, con semblante decaído.
Luego de servir el té se sentó junto a Celeste y sujetó sus manos mientras la miraba a los ojos.
—Todos estamos contigo corazón, sé por lo que pasas, cuando la única familia verdadera que te queda se va…es horrible—Margaret era una hermosa mujer de corazón, no importa cuán enfadada estuviera, sus palabras siempre serían suaves y controladas, acompañadas de sus ojos que reflejaba seguridad en cada palabra.
—Muchas gracias Margaret—Celeste sonrió.
Margaret palmeó con cariño las manos de Celeste con una sonrisa también.
Se dirigió hacia el viejo horno para sacar un plato lleno de galletas caseras. Las dejó en la mesa junto a la tetera a nuestra disposición. Observé un cuadro que siempre llamaba mi atención cada que venía a visitar a Margaret, se trataba de Nicole. Una pequeña Nicole sonriente.
—Esa foto de Nicole es tan tierna—señalé, sonriendo.
Celeste y Margaret se volvieron y ambas sonriendo me miraron.
—Lo que no es hoy en día—murmuró Celeste.
Me reí.
—Mi pequeña Nicole, recuerdo cuando la cuidaba todos los días de pequeña—dijo Margaret.
—Me pregunto por qué ya no es así—inquirió Celeste—. Es difícil descifrar a una chica como Nicole.
Intrigada pregunté:
—¿Sucedió algo para que Nicole fuera de la forma en que es ahora?