Aterrizando en tu corazón

Capítulo 1

 

Noviembre 8, 7:45 de la mañana

Sala de oficina del director

Tercer año escolar

 

La felicidad es un concepto fácil de entender, pero difícil de ser.

Sí, parece un problema sin importancia debido a que la mayoría de personas se considera feliz y te dice razones como: "Mi familia me pone feliz", "Estoy feliz por mi mascota" o "Un poco de dinero siempre hace feliz a alguien".

Esos son los constantes fundamentos que da una persona ante la pregunta: "¿Qué te hace feliz?". No obstante, para algunos es algo más significativo y con mayor importancia. Dado que se la pasan horas, incluso días pensando acerca de su felicidad. Yo soy del segundo caso, no puedo decir con exactitud las cosas, personas o momentos que me hacen feliz.

Con seguridad puedo decir que el 9 de noviembre fue el peor último día que viví junto a mi madre, pero ¿quién se la pasaría bien en los momentos finales de un ser querido? Yo no. Hasta el día de hoy me cuestiono si pude haber hecho algo más para que esté aquí conmigo, y de esa manera evitar el infierno en el que vivo.

Mi madre murió cuando tenía ocho años, por ser menor de edad, quedé al cuidado de mi padre. Cuando fui a vivir con él, no era el mismo cuando estaba con mi madre, esa mirada cálida ya no existía y tampoco su cariño hacia mí. Mi madrastra, quien es pareja de mi padre, me trataba cada día mal. Una vez se lo conté a mi papá, pero él estaba de su lado, pasaron los días y ambos empezaron a tratarme mal.

Poco a poco, la niña cariñosa y sonriente se fue apagando y solo quedé yo. Cómo describiría mi madrastra: alguien apática o con apatía.

—¿Jena Bonner? —dice la directora, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿Si?

—Lamento decirte que estás expulsada de esta escuela. Tu comportamiento estos últimos meses fueron inaceptables y ahora que has golpeado a dos niños...

—Fue defensa personal —la interrumpí.

—No es sólo por lo de hoy —dice leyendo unos papeles en mano—. La semana pasada tiraste tu bebida encima de una de tus compañeras, no asististe a clase por una semana, maldijiste la clase de física, pusiste agujas en el asiento de tu maestro de filosofía...

—¡Es un depravado! —Grité, levantándome de mi asiento—. Me estaba acosando.

—Jena, queremos ayudarte, pero si te rehúsas a hablar con nosotros sobre lo que te pasa...

Volví a tomar asiento.

—Ya dije que no necesito su ayuda. Estoy bien, siempre lo he estado.

—Llamaré a tu padre para que venga a recogerte.

Saqué mis auriculares y los conecté a mi reproductor de música. Tendré que quedarme en la sala de maestros, siempre es así cada vez que me llaman a la oficina del director. Lo que también significa que mi madrastra viene primero para darme un sermón.

Tras un par de minutos, se abre la puerta y sé quién es, pero no me tomo la molestia de levantar la vista.

—¡Mocosa malcriada! ¡¿Qué hiciste esta vez?! —golpeó mi rostro haciendo que mi reproductor cayera al suelo y se desarmara—. ¡Eres un estorbo! ¡¿Cuándo piensas ser útil para la familia?! —me golpea otra vez—. No entiendo porque tu padre sigue detrás de alguien como tú.

Su mirada estaba llena de odio, estaba preparada para el golpe en mi rostro, sin embargo, no llegó. Un maestro se levantó y la tomó del brazo.

—Señora, cálmese por favor. No permitiremos este maltrato en nuestra escuela.

Ella se soltó de su agarre a regaña dientes.

—Siempre es lo mismo contigo. Sólo nos traes problemas.

Sé fuerte, Jena. Mamá quería que lo fueras.

—Eres una vergüenza para tu madre.

—Usted ni le llega a los talones.

Me despido y salgo por la puerta para después cerrarla detrás de ella. Lo que menos quiero es tener que caminar todo el camino de regreso con esa persona que sólo habla mal de mi madre.

Prefería no decir más, soy consciente de que, si sigo escuchando más cosas sobre mi madre, empezaré a llorar. Cuando murió, me prometí no derramar ninguna lágrima, y cada vez que siento no poder soportar, me muerdo la lengua. Mi debilidad me delataría en un segundo. Fue así hasta que la persona en frente de mí habló.

—¿Qué hiciste esta vez?

—Nada que te importe.

Mi padre rió un poco y suspiro.

—Solo tienes once años, no te comportes como si fueses una adulta

—Me gustaría decir que se equivoca, pero es cierto, y tengo quince —fruncí los labios. Nunca me ha tratado como a una niña desde que empecé a convivir con él, no entiendo porque menciona eso.

—Compórtate como alguien de tu edad. Obedece y sube al auto.

—¡Y tú como un papá! —grité con todas mis fuerzas—. ¿Crees que no me doy cuenta de lo que haces? Solo me estás usando para estar bien contigo mismo, porque te sientes responsable de la muerte de mamá.




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