Aterrizando en tu corazón

Capítulo 2

Jena.

Los ladridos de un perro me despiertan, medio abro un ojo y mis ojos lagrimean por la luminosidad del sol, obligándome a cerrarlos. Es un día caluroso, pero hace mucho frío.

No recuerdo haber visto llover antes de dormir la noche anterior, me giro hacia la izquierda y caigo al suelo.

—¡Au!

Sostengo mi frente, y siento mis ojos pesados e hinchados. ¿Qué pasó ayer? Hay días en los que despierto sin recordar nada del día anterior, debo esperar minutos hasta recordar quien soy.

Me levanto y tomo asiento. Hasta el momento, sé que estoy en la parada de autobús y lloré hasta quedarme dormida. ¿Por qué?

Todo en mi mente está como un rompecabezas de dos mil piezas, esos que son difíciles de resolver. Lo último que recuerdo es que vine aquí y lloré hasta quedarme dormida. Horas antes, estaba en la oficina del director por mi mal comportamiento y que sería expulsada. ¿Qué dirá mi padre?

Mi padre… Él me dejó…

Lloré esperando que vuelva, pero no lo hizo.

Una oleada de dolor me invade el pecho y siento como si me faltase la respiración,

—¿Estás bien? —dice un chico tocándome el hombro—. ¿Puedes respirar?

No puedo hablar, tengo un nudo en la garganta. Solo quiero estar en mi lugar seguro; mi mamá.

Él se arrodilla frente a mí

—Tranquilízate y mírame a los ojos —me las ingenio para asentir con la cabeza—. Vamos, tú puedes.

Trago grueso mientras trato de enfocarme en el color de sus ojos, un color avellano casi similar al dorado. Pero el aire no entraba por mis pulmones, estaba hiperventilando.

—Mírame —sus manos sostuvieron mi rostro.

Mi respiración estaba volviendo a su ritmo regular, al igual que los latidos de mi corazón.

—Ya te ves mejor—me dice con una sonrisa—. ¿A dónde vas? Es raro ver a alguien tan temprano por aquí.

—Lo mismo pregunto.

—¿Estabas durmiendo? —preguntó, sentándose a mi lado—. Antes de que te costara respirar.

—No, claro que no. Esperaba el bus —mentí.

—Pero tienes baba seca alrededor de tus labios —dijo señalándome.

¡Rayos!

—Creo que olvidé lavarme cuando salí de casa —solté una risa nerviosa.

—Entiendo —se puso de pie y pasó sus dedos por su cabellera rubia—, pero también estuviste llorando, ¿verdad?

¿Cómo le hace para atinar a todo? ¿Es un brujo?

Bajé la mirada. Él suspiró, se acercó a mí y me levantó la barbilla para obligarme a mirarlo.

—Dicen que es más fácil expresarse con un extraño, además, estoy casi seguro de que no nos volveremos a ver. Así que, puedes confiar en mí y contarme qué te pasa, ¿entiendes? —Sus ojos reflejaron honestidad.

Asentí.

—Mi mamá había enfermado tras la separación con mi padre, nunca fue al hospital, por lo que no supe si tenía una enfermedad. Hace unos años, murió y quedé a cargo de mi padre. Pero…

—¿Pero?

—Lo que pasa es que —me quedé callada por los nervios—, él me abandonó ayer por causarle bastantes problemas. Y, lo sé, soy consciente de que fue mi culpa por ser tan inmadura, solo quiero que vuelva y…

Sentí mis ojos arder.

—¿Te abandonó? —Sonaba sorprendido—. ¿Tu padre?

—Fue mi culpa, nunca debí de comportarme tan mal con él.

—No, claro que no. Bueno, un poco de culpa sí tienes, pero tu propio padre te dejó tirada quién sabe dónde y no te buscó —explicó y volvió a sentarse a mi lado.

—Soy la única culpable, él me recibió en su casa y yo no hice nada más que desobedecer y ser un estorbo. —Lo miré y sonreí con tristeza.

—Nada que ver, fue culpa de ambos. Tú no cumpliste tu deber como hija, pero él tampoco como padre. —Me tomó la cara con las manos, limpiando con sus pulgares las lágrimas que habían comenzado a salir—. No te tortures con esto, ¿sí? Piensa en los bellos momentos de tu infancia.

—Es que, desde ayer lo único que hago es llorar y es inevitable dejar de hacerlo.

¿Por qué era tan difícil dejar ir el pasado? Los ojos se me llenaron de lágrimas cada vez que escuchaba la palabra “infancia”.

—Cuando murió tu mamá, ¿lloraste?

—No, solo ayer y hoy —respondí, secándome los ojos con la manga de mi sudadera.

—Debes expresar lo que sientes. Ahora estás llorando por todas las veces que contuviste las lágrimas, no solo por lo de ayer, sino por todo lo que has vivido y no supiste cómo expresarlo.

—Le prometí… —Tomé una pausa—. Prometí que sería fuerte.

Él me sonríe de manera genuina.

—Te libero de esa promesa —dice, y me abraza fuerte—. ¿No crees que ya sufriste demasiado? No digo que esté mal lo que prometiste, pero a partir de hoy, vive para ti. Deja ir todo y enfócate en ti.




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