Jena.
Me despierto llorando sin motivos. Había noches en las que tenía pesadillas, donde mi madre aparecía y decía por qué no la salvé, siempre despertaba llorando. Pero me prometí a mí misma que no volvería a derramar ni una lágrima en esta casa. Si mi madrastra me viera, me trataría peor.
Por la mañana me estalla la cabeza, siento unas inmensas ganas de vomitar, y lo hago. Solo que no hay nadie para sostenerme el cabello. Me siento mejor después, pero me tiro a la cama de nuevo por si se me vienen las náuseas otra vez. Me quedo ahí dormida, hasta que mi madrastra me despierta sacudiendo mi brazo con brusquedad.
—Levántate y vete —dice, aún sacudiéndome.
—Me siento mal, déjeme descansar —le pido. Entonces tira de mí hasta que me levanto, cayendo de rodillas al suelo.
—Dije que debes irte —me mira furiosa—, ¿es difícil de entender?
—Ya entendí, no hace falta repetirlo. —Hablé enfurecida mientras me levantaba y caminaba hacia mi mochila.
Mi madrastra no es precisamente lo primero que me gusta ver cuando me despierto llorando. ¡Es la última!
Deben de ser las once de la mañana, lo que significa que mi papá salió a trabajar. Cuando me quedaba a solas con mi madrastra, las cosas siempre terminaban mal. No tenía ganas de pelear, así que terminé de guardar las pertenencias de mi madre en la mochila, cerré bien la cremallera y me la eché sobre el hombro.
Caminé hacia la puerta principal y ahí estaba mi madrastra sentada en el sofá. Esperaba no encontrarme con ella, pero veo que así no serán las cosas.
—Adiós —dije, abriendo la puerta.
—Sí, ya lárgate —dijo con brusquedad.
Enfadada, salí de la casa y cerré la puerta de un portazo. Mi madrastra no dudó en salir a regañarme, pero me encontraba lo suficientemente lejos como para hacer algo más.
Ignorando sus gritos, empecé a correr hacia el paradero donde dormí la otra vez, creo que jamás había pensado en "vivir" en un lugar como ese, pero muy pocas personas caminaban por allí. Se podría considerar un lugar seguro para pasar la noche.
Por otro lado, una pequeña parte de mí, esperaba encontrarse con aquel chico rubio de ojos color avellano para poder liberar sus emociones. Tal y como él recomendó.
Dejé de correr cuando noté a dos perros por delante. Si hay algo a lo que le tengo terror, es a ellos. No tuve ninguna mala experiencia en el pasado, pero cada vez que camino cerca de un perro, mi cuerpo empieza a temblar y sudar como camionero.
Incluso hago todo lo posible para no cruzarme con ellos.
Pasé saliva y me preparé mentalmente para no hacer nada que a los perros no les gustase. Caminé y cuando iba a estar lo suficientemente alejada de ellos, algo cayó sobre mi cabeza.
Con temor toqué mi cabello, y en efecto, me había caído excremento de paloma.
—¿Hasta cuándo, Dios? —pegué el grito al cielo, como si fuese su culpa.
Sé que algunos dicen que pisar un excremento o que te caiga encima es señal de buena suerte. Lo cierto, es que pienso que es todo lo contrario y porque me considero alguien con mala suerte.
Caminé hacia la pileta de agua del parque central y me senté en la orilla para lavar mi cabello.
Hasta el día de hoy, mi vida no ha sido más que una desgracia tras otra, sin buenos momentos para celebrar. Además, soy consciente de cómo me miran las otras personas por lo que mi padre decía de mi madre y es que, ¿qué clase de ex esposo habla mal de su ex esposa? Solo mi padre.
Me senté en el respaldo del banco —aunque estoy segura de que, si me balanceo, me romperé el cuello—, y dejé mi mochila en el suelo. Siendo honesta, no tengo la menor idea de qué hacer ahora. Se supone que las chicas de mi edad se preocupan por su apariencia, por quién consigue novio primero, por su popularidad o por quién pega el estirón primero. Pero aquí estoy, preocupándome por cómo será mi vida de hoy en adelante.
—¿Ahora dormirás aquí? —Pregunta el chico de la otra vez.
—Qué te puedo decir. Soy un nómade.
Él toma asiento.
—Empiezo a creer que es mejor vivir independientemente.
—No creas, esto es de lo peor. ¿Qué hay de la escuela? —cuestioné.
En cuanto escuchó mi pregunta, suspiró con fastidio y apoyó su cabeza sobre mi rodilla, y yo me reí.
—Es una mierda —respondió.
—¿Por la cantidad de tareas que dejan los profesores? —pregunté.
Muevo mi rodilla izquierda un poco, a lo que él gruñe molesto.
—No, por el acoso que recibo día a día —respondió sin más, luego de unos segundos añade—: Y también por los murmullos.
—¿Acaso eres popular o algo parecido?
Con esto consigo que se levante de golpe y hacerlo reír. Él me mira pícaramente pasando sus dedos por su cabellera.
—El más guapo e inteligente.
Le echo un vistazo a lo que nos rodea. Raras veces venía por aquí, pero debo admitir que es muy hermoso. La pileta ubicada en el centro y los árboles alrededor lo hacen parecer un bosque, razón por la cual es muy transitado.