Último año escolar
Noviembre 15
Una semana a terminar
Él.
Fui directo al aula 503 en la tercera planta. No había asistido desde el comienzo, pero estaba enterado de la tarea para el día de hoy. Además, como estudié desde casa no tuve que repetir años o empezar de cero. Mi padre habló con el director y la maestra para ponerlo al día, y la primera actividad consistía en recitar un poema propio o de alguien más. Me he preparado toda la noche para hacerlo perfecto, aunque no sé si será un poema, pero me recordó a alguien.
Cuando entré en clase, la maestra estaba escribiendo algo en la pizarra mientras los alumnos se sentaban en su sitio. Las mesas eran individuales y estaban formadas en cinco columnas y cinco filas, separadas un metro cada una. Así que me senté en la fila del medio y la segunda columna. Algunas mesas estaban garabateadas con lápiz, y otras no.
No me parece que esta escuela sea de alto prestigio.
Sin embargo, mis compañeros sí que lo son. Tienen unas mochilas que se ve que costaron más que todos los pupitres juntos. A medida que iban llenándose las mesas, me di cuenta que todos se peleaban por sentarse a mi lado. Papá dijo que podría llegar a pasar esto, pero no lo entendí.
—¡Hola! —Dijo alguien, saludándome con la mano mientras se sentaba delante de mí. No entiendo porque alguien quiere sentarse en la primera fila de la clase.
—Hola —contesté.
De pronto escuché una voz chillona. Era una chica pelirroja que estaba gritando al niño que estaba sentado a mi lado.
—¡Kade! ¡Estás sentado en mi sitio, levántate! —gritó tan fuerte que creí que se romperían las ventanas.
—Madeline, por allá hay otro asiento libre —contestó tranquilo—. No me iré de aquí, es mi asiento.
—¡Yo debo estar sentada a su lado! ¡Tú no! —gritó claramente molesta.
Observé totalmente confundido.
—¡Cálmense, chicos! Madeline siéntate por allá —indicó la maestra señalando un asiento al fondo.
Madeline no dijo nada más y obedeció. Por otro lado, el tal Kade se mostraba indiferente, tenía una mirada sin expresión.
—Muy bien, comencemos —dijo la profesora, mirándonos. Había escrito su nombre, «Sra. Weber», en la pizarra—. Comenzaremos con el poema, haremos al azar.
Miré a mi alrededor y noté que todos murmuraban entre sí. Todos menos Kade, el chico castaño con piel pálida.
—Empezaremos contigo —me señaló con un dedo—. Presenta al autor, dices por qué escogiste el poema y lo recitas.
—¡Claro! —No dudé ningún segundo y me paré al frente de todos—. Un gusto conocerlos. No sé bien si es un poema, pero se llama «Niña de ojos tristes» escrito por Jairo Guerrero. Lo escogí porque me recordó a una amiga que conocí hace poco en la parada de autobús—hice una pausa y me preparé mentalmente para recitar—. “Y si...”
—¿Quién es ella? —preguntó una chica cuyo nombre no conocía.
—¿Qué? —la miré sin entender.
—La chica que conociste, ¿quién es? —habló esta vez Madeline.
—Chicos, esa es su vida personal —dijo Kade—. ¿Qué les importa a ustedes lo que él haga o no? O a quién conozca, déjenlo.
—¡No te metas, Kade! —gritaron dos chicas al mismo tiempo—. Él no puede salir con cualquiera que se encuentre, sólo con los de su clase.
¿Se refiere a los de mi salón?
—Será mejor que te sientes, ¿sí? —dijo la maestra.
Obedecí a lo que me indicó y me senté en mi sitio. Pensé en lo que decía mi padre cada vez que le decía para estudiar en una escuela con mis compañeros y no en casa con profesores particulares.
—Evitemos hacer ese tipo de comentarios. Ya son muy grandecitos para andar diciendo ese tipo de cosas —los reprendió a todos molesta—. Ahora, Miles, tu turno.
Miles empezó a recitar su poema que se titulaba: «Rubayiat» de Omar Khayyam.
—"Todos saben que jamás murmuré una oración. Todos saben también que jamás traté de disimular mis defectos."
Dejé de prestar atención cuando recitó el segundo verso del poema. Apoyé mis codos en la mesa y dejé caer mi mandíbula sobre mis puños. No logro comprender nada sobre la etapa escolar, creí que solo consistía en hacer amigos y convertirse en el más popular para no ser catalogado como «el rarito» o «introvertido».
Si hay algo que he aprendido, es que la escuela es lo más difícil del mundo.
Soy consciente de mi belleza, pero no creí que fuese para tanto como para traer loquitos a las chicas como a los chicos. Ni siquiera pude recitar el poema por el que tanto he estado practicando.
Cuando sonó el timbre todo el mundo se levantó y se acercó a mí pidiendo que almorzara con ellos. Me negué, para ser sincero, demasiada atención me sofoca y me hace perder la noción del tiempo.
La cafetería podría convertirse en mi lugar favorito, es muy amplio y tiene suficiente ventilación. Entré por las puertas de la cafetería y me dirigí hasta la mesa donde se encontraba Kade, presiento que seremos muy buenos amigos. Además, está solo y parece que todos se llevan mal con él.