Athena

LOS REMORDIMIENTOS DEL HÉROE     3

 

 

 

 

 

 

—¿Contemplando las vistas, teniente Reed? —preguntó en tono amable una mujer situada de pie en el umbral de la sala de observación superior del CSE Ankara, un superdestructor de clase Saibrel.

El oficial aludido, flotando en medio de la oscurecida sala tras haber desconectado la gravedad artificial y sumido en sus pensamientos, no contestó.

Las vistas eran realmente magníficas.

En aquel momento la Ankara navegaba cerca de una enorme nebulosa de color escarlata con forma de dragón rodeada por un infinito mar de estrellas. Había sido descubierta recientemente. El mando del ejército había ordenado a la Ankara y a su grupo de combate un reconocimiento del sector para valorar su viabilidad para posibles colonias civiles, puestos de investigación científica y/o bases militares. Tras dos semanas de misión, la Ankara había terminado su valoración del sector. En líneas generales, la zona era bastante pobre en recursos; a excepción de un par de campos de asteroides con escasa posibilidad de aprovechamiento y unos pocos planetas apenas aptos para sustentar vida a largo plazo, el sector no parecía ofrecer suficientes incentivos para su explotación, a excepción, por supuesto, de esa magnífica nebulosa. La valoración del capitán de la Ankara había sido clara: el único provecho real que la CSE (Confederación Espacial de Sistemas) podría sacar de aquel sector era en el ámbito turístico. Las vistas eran increíbles.

—¿Teniente Reed? —volvió a preguntar la persona de pie en el umbral de la sala.

—Disculpe, capitana Hocke —contestó el primer oficial de la Ankara, el teniente Kai Reed, apartando su atención de la nebulosa para centrarla su jefa—. Estaba fuera de servicio...

—No se disculpe, Reed, no pasa nada... —contestó Hocke sonriendo con amabilidad a su primer oficial—. Puedo entender que se ponga nostálgico con semejante vista —añadió indicando la nebulosa escarlata con una cabezada.

—¿Cómo sabía? —comenzó a preguntar Kai al tiempo que chasqueaba los dedos para ordenar al subsistema encargado de la estancia que reactivase la gravedad artificial.

La capitana, sin decir nada, se limitó a observarlo con expresión divertida.

Claro. Se le había olvidado. Lena Hocke, capitana de la CSE Ankara, tenía habilidades psíquicas de primer nivel. Si quería, podía leerle el pensamiento sin ningún problema.

—Hoy es el aniversario de la campaña de Khassius Lhan, teniente —explicó la capitana Hocke en tono amable—. Me imaginaba que se pondría nostálgico.

—No puedo evitarlo, señora —replicó Kai en tono educado—. Aquella campaña fue... —añadió apesadumbrado alzando la vista al paisaje visible a través de la cristalera de observación—. Y lo que pasó después... —añadió con marcada amargura en su voz.

 —Le entiendo, teniente —contestó la capitana Hocke acercándose varios pasos—, pero debe dejar de atormentarse.

—¡Por mi culpa perdimos a grandes personas! —exclamó Kai dando un puñetazo a una de las paredes de la sala, visiblemente alterado—. ¡Por mi...!

Las palabras murieron en su boca. Le dolía demasiado el terminar la frase.

—No tenía forma de saber que pasaría todo aquello —señaló la capitana Hocke.

—Le agradezco la intención, capitana —replicó Kai—, pero no hace que me sienta mejor.

Los sucesos ocurridos durante la fase final de la campaña de Khassius Lhan aún dominaban sus pesadillas. Un año después de aquella operación, esas horas aún se mantenían vívidas en su memoria. Jamás podría olvidarlas. No. No quería olvidarlas. Se lo debía a los caídos en aquella campaña. A los caídos bajo su mando. Y muy especialmente a...

—Bueno, anímese, teniente —lo instó la capitana Hocke esbozando una ligera sonrisa—. Tiene una llamada urgente de la almirante Larthan, del Estado Mayor Conjunto. Lo espera en la sala de conferencias principal.

—Iré de inmediato —replicó Kai haciendo un rápido saludo militar antes de marcharse.

La capitana de la Ankara lo observó en silencio mientras él salía de la sala de observación. Las comisuras de sus labios se arrugaron ligeramente al esbozar una suave sonrisa. Sin duda el teniente Reed era un buen oficial. Leal a sus hombres, hábil y con mucho coraje.

Comprendía sus remordimientos. En su situación, cualquiera los tendría.

Exhaló un ligero suspiro de frustración. Si conseguía pasar página, llegaría muy lejos. Estaba convencida de ello.

—Lo lamento, teniente, lo lamento... —susurró la capitana Hocke apesadumbrada.

Sabía lo que estaba ocurriendo. Lo que ocurriría en el futuro. Y el impacto que tendría en el teniente Reed.

Y no podía hacer nada por evitarlo.

—Lo lamento, teniente, lo lamento... —repitió en un débil susurro.

 

 

 

 




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