Durante un instante, Kai no pudo evitar pensar si se habría quedado sordo. Era todo un honor recibir una llamada de la presidenta Hardyan, pero que le quisiera pedir un favor personal era algo muy distinto. Sin duda estaba pasando algo gordo. Muy gordo.
—Por favor, relájese, teniente —pidió la presidenta Hardyan en cuanto Kai se acercó al escritorio de trabajo de su comandante en jefe—. Tome asiento.
—Sí, señora —contestó Kai con educación, sentándose en uno de los dos asientos situados frente al escritorio.
Aunque él usaría uno de los asientos instalados en la sala de conferencias, los avances en la tecnología de hologramas, capaces de crear ilusiones con su propia sustancia física, simularían a la perfección su presencia en el despacho de la presidenta Hardyan, situado en el planeta capital de la CSE. El planeta más famoso de toda la Vía Láctea. La Tierra.
—Teniente... —murmuró la presidenta Hardyan—. ¿Qué sabe del secuestro de mi hija?
—Solo lo que he oído en los medios, presidenta —contestó Kai.
Poco después de la campaña en Khassius Lhan, Ilena Hardyan, la única hija de la presidenta Hardyan, había sido secuestrada durante un evento político. En una magistral operación relámpago, un grupo de mercenarios se había infiltrado durante una recepción de gala para llevársela sin que el personal de seguridad se diera cuenta.
Los secuestradores se habían esfumado sin dejar el más mínimo rastro.
—Hace seis horas, el radiotelescopio Iluyserion ha captado el transmisor subcutáneo de mi hija —explicó la presidenta Hardyan.
—¿Después de ocho meses? —preguntó Kai pensativo—. Presidenta, con todo respeto, debería considerar la posibilidad...
—Lo sé —replicó Hardyan tajante—, pero no quiero dar nada por sentado.
Kai asintió ligeramente; comprendía lo que la presidenta Hardyan estaría sintiendo en ese momento. Los analistas políticos la consideraban uno de los cargos electos más populares de la historia de la CSE. Su carácter apasionado a la hora de defender las libertades civiles, sus políticas a favor de los más desfavorecidos, la investigación científica y su inquebrantable respaldo a la labor de las fuerzas militares le habían granjeado un enorme apoyo entre los civiles y los militares.
Incluso sus detractores debían admitir que Vera Hardyan poseía un gran carisma.
—¿De dónde procedía la señal? —preguntó Kai.
—Del sector Unhru —contestó Hardyan activando el proyector holográfico de su escritorio, mostrando a Kai una proyección de la zona compuesta por varias nebulosas de gran tamaño.
Justo en el centro parpadeaba una luz roja.
—¿El sector Unhru? —repitió Kai sorprendido—. ¿No es un sector prohibido?
—Sí —contestó la almirante Larthan—. Fue clausurado tras la guerra con los zarkus.
Miles de años atrás, la humanidad había estado al borde de la extinción al entrar en guerra contra una cruel y sádica raza alienígena conocida como los zarkus. Gracias al apoyo de los ker’zhal, una raza humanoide felina, la humanidad había conseguido ganar la guerra. La alianza de ambas razas fue el comienzo oficial de la CSE. Pero el coste de la victoria fue demasiado elevado.
Debido a los daños causados por la guerra, muchos sectores quedaron gravemente dañados y algunos de ellos, inhabitados para siempre. En la actualidad aún quedaban algunas zonas clausuradas por los graves daños sufridos en el transcurso de aquella sangrienta guerra. El sector Unhru era una de aquellas zonas.
—Es una trampa... —sentenció Kai observando la proyección del sector Unhru.
—¿Por qué está tan seguro, teniente? —preguntó la almirante Larthan con expresión inescrutable.
—Es evidente —justificó él sin apartar la vista de la proyección holográfica—. El sector Unhru es uno de los temas favoritos de discusión de los teóricos de la conspiración. Incluso se han hecho algunas películas sobre esa zona. Además, es uno de los pocos sectores que aún están clausurados por expreso deseo de la sección de Inteligencia.
La almirante Larthan y la presidenta Hardyan observaron a Kai en silencio, con detenimiento. Él no pudo evitar sentir un largo y helado escalofrío recorriéndole la espalda. La presidenta Hardyan poseía una mirada intensa, casi hipnótica.
—Presidenta, ha de entender que después de tanto tiempo, resulta de lo más sospechoso que la baliza de localización se reactive en un sector que ha despertado tanta controversia y debate entre los civiles y los militares... —insistió—. Los secuestradores saben que las naves civiles no entrarían en ese sector. Sus tripulaciones se amotinarían.
—Y las naves militares no lo harían porque necesitarían permiso del Estado Mayor Conjunto, el cual no obtendrían —añadió pensativa la almirante Larthan—. Sí, tiene sentido. Presidenta, creo que es la persona indicada para esta misión.
Kai tragó saliva mientras una gota de sudor descendía con lentitud por su cuello.
¿Acaso iban a ordenarle que...?
—Teniente Reed —llamó la presidenta Hardyan—, necesito que vaya al sector Unhru y rescate a mi hija.
Lo sabía...