Athena

8

 

 

 

 

 

 

Tras llegar a su camarote y asegurar la puerta, la capitana Hocke necesitó varios minutos para tranquilizarse. Sabía a la perfección las consecuencias de lo que estaba a punto de hacer. Podía costarle su vida y la de su tripulación, pero si los acontecimientos sucedían de acuerdo con sus peores temores, jamás podría perdonárselo. Los remordimientos acabarían con ella.

Aguardó en silencio mientras el sistema de comunicaciones ejecutaba una subrutina oculta bajo múltiples capas de códigos y firewalls de seguridad.

Exhaló un ligero suspiro irónico. Su jefe, su auténtico jefe, era un verdadero obseso de la seguridad. Teniendo en cuenta de quién se trataba y las actividades en las que estaba involucrado, era comprensible.

CONEXIÓN ESTABLECIDA

INICIANDO COMUNICACIÓN

La veterana capitana tragó saliva al ver el mensaje de aviso. Hablar con su jefe siempre le producía inquietud. Jamás había podido percibir ninguno de sus pensamientos. Tenía miedo de intentarlo siquiera.

—Agente Hocke, aguardaba su llamada —saludó Lecter en cuanto se estableció la comunicación—. ¿Qué puedo hacer por usted?

La oficial apenas pudo reprimir su sorpresa. Como de costumbre, su jefe parecía ser capaz de adivinar cualquiera de sus pensamientos y anticiparse a sus acciones. ¿Sabría también lo que había dejado en la lanzadera de Kai? No podía estar segura. Incluso con las precauciones que había tomado, su jefe tenía una cantidad de recursos a su disposición aparentemente ilimitada.

—Director Lecter —murmuró la capitana Hocke, intentando mantener la compostura—. Lo llamo debido a la operación en curso...

—¿Hay algún problema? —preguntó Lecter con gesto imperturbable.

—Si fuera posible... —comenzó la capitana Hocke— aplazarla o por lo menos retirar al teniente Reed de ella...

—¿Por qué debería hacer eso? —preguntó Lecter.

—Es el mejor oficial que he tenido bajo mis órdenes —contestó, reprimiendo con gran esfuerzo la extraña y poderosa necesidad de arrodillarse ante su jefe, a pesar de no estar frente a él cara a cara—. En virtud de los años de leal servicio a sus órdenes, me gustaría solicitarle que excluyese al teniente Reed de la operación...

Se había condenado a muerte. Lo sabía.

El director Lecter poseía una extraordinaria capacidad de intimidación. A pesar de ser la capitana de un superdestructor y tener bajo su mando a todo un grupo de combate, no podía evitar sentir intensos escalofríos de terror al hablar con él. Con los años había visto en múltiples ocasiones cómo condenaba a muerte a operativos por cometer fallos mínimos en sus tareas.

La expresión del director Lecter lo decía todo. Si había algo que no toleraba en sus subordinados era la piedad.

Su carrera como capitana de la Ankara estaba acabada. Su vida estaba acabada.

—Capitana Hocke —esbozó Lecter en tono suave, sin alterarse lo más mínimo, moviendo una de sus manos fuera del campo de visión de Hocke—, es consciente de que ha sobrevivido hasta el día de hoy gracias a mí, ¿cierto?

—Sí —susurró ella.

—Es consciente de que la posición que ocupa es gracias a mí, ¿cierto? —preguntó Lecter en un tono tan tranquilo e inocente que hizo estremecer a Hocke de miedo en cada fibra de su ser.

—Sí —contestó la capitana Hocke sin fiarse de su voz.

—Y es consciente del considerable esfuerzo que se ha realizado para preparar esta operación —continuó Lecter.

—Sí.

—Debo entonces asumir que ha querido jugármela y avisar al teniente Reed de lo que le aguarda —adivinó Lecter— dejando un mensaje en los sistemas de la lanzadera.

La capitana Hocke mordió con fuerza su labio inferior. Sabía que intentar mentirle sería inútil.

—Sí —confesó la capitana Hocke.

Ninguno de los dos habló durante unos instantes. Había poco más que decir.

—Le agradezco sus décadas de servicio, agente Hocke —sentenció Lecter—, pero me temo que su contrato ha quedado rescindido. Con efecto inmediato —añadió antes de cortar la comunicación.

La capitana Hocke se derrumbó en su silla, sintiéndose más hundida espiritual y moralmente de lo que había estado nunca en su vida. Había tenido una vida larga y plena. Si no se hubiese dejado engatusar por Lecter...

—Lo lamento, teniente Reed... —murmuró la capitana Hocke apesadumbrada, abriendo uno de los cajones de su escritorio personal para coger su arma reglamentaria—. Le deseo suerte... —añadió mientras acercaba el cañón del arma a su sien derecha.

Tras echar un último vistazo a una foto de su familia, apretó el gatillo.

Lo último que pudo percibir antes de que su mundo quedara sumido en la oscuridad fue una serie de estridentes pitidos a través del sistema de megafonía de la nave, seguidos de un aviso de la IA instalada en la Ankara.

—Peligro, sobrecarga inminente de los reactores principales. Peligro...

La tripulación de la Ankara no tuvo la menor oportunidad. Los reactores de energía punto cero de la nave, pirateados a distancia por Lecter, alcanzaron el punto crítico en cuestión de segundos, enviando una aterradora onda de energía, luz y radiación en todas direcciones a una velocidad varias veces superior a la de la luz. La superestructura de la Ankara apenas logró resistir un nanosegundo la fuerza de la explosión, y fue destripada de dentro afuera con facilidad insultante. El resto del grupo de exploración ni siquiera vio venir el golpe. De haber estado situados a cierta distancia de la Ankara, tal vez habrían tenido tiempo de reforzar sus escudos o incluso efectuar un salto hiperespacial de emergencia para huir, pero no en esta ocasión. No estando tan cerca.

La explosión inicial desintegró los escudos y cascos del resto de naves en una fracción de segundo, amplificando la potencia de la detonación de forma exponencial al ser destruidos los reactores de dichas naves.




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