Hay cosas que deberían venir con manual de instrucciones: cómo sobrevivir a una confesión fallida, cómo guardar dignidad después de escuchar un "yo te quiero.... pero como amiga", o como no volverte un meme viviente en tu propio grupo de WhatsApp.
Spoiler: no hay manual. Sólo está tu cara roja como un tomate, las piernas que no te responden bien y la sensación de que el mundo debería abrirse como en los dibujos animados para tragarte entera.
Hoy fue uno de esos días.
Todo comenzó con esa idea estúpida: decirle a Ethan que me gustaba. No era una decisión repentina. Me gustaba hacía un año, cinco meses y un día. Lo sé porque cuando algo me importa hago listas mentales, y Ethan estaba en todas.
- Cosas que me hacen sonreír como tonta.
- Cosas que no deberían afectarme tanto pero lo hacen.
- Cosas que ojalá me miraran como él mira su guitarra.
Lo había decidido la noche anterior, después de hablarlo con mis amigas. O más bien después de que me obligaran.
—Atlanta, no puedes seguir suspirando por él como si fueras la protagonista de una telenovela de los 2000.—dijo Maya siempre práctica, siempre con una pinza en el pelo, como si viniera de organizar una guerra.
—Tienes que arriesgarte.—añadió Serena, que cree que el universo te recompensa por confesar tus sentimientos, es adorablemente ingenua. Yo en cambio soy más... catastrófica.
Pero les hice caso, porque me convencieron con frases como: "¿Qué es lo peor que puede pasar?"
Y bueno.
Pasó.
—Atlanta... eres increíble, en serio. Pero no quiero arruinar lo que tenemos. Eres como mi hermana menor.
Ouch.
Mi. Hermana. Menor.
Ethan sonreía con culpa, como si acabara de patear un cachorro. Yo asentí, reí un poco y dije:
—No te preocupes, está todo bien.
Mentí. No lo estaba.
Luego me alejé tan rápido como pude. Caminé hasta mi casa sintiéndome como una canción triste mal grabada. Una parte de mí quería llorar. La otra quería reír de lo patética que soy. Pero la parte más fuerte quería meterse bajo las sábanas y no salir hasta que el mundo dejara de existir.
—¡Ya llegué!—grité al entrar, esperando que nadie estuviera en la sala.
Error.
Mi abuela estaba en su sillón favorito, con las piernas en alto y ventilador apuntando directamente a ella, como una reina.
—¿Qué cara es esa? ¿Te peleaste con tus amigas o te rompieron el corazón?
Siempre tan sutil.
—No es nada, abuela.
—Claro, "no es nada" es código para "necesito helado y una manta", ¿no?
Le lancé una sonrisa triste. A veces me olvido de lo bien que me conoce. Fui a la cocina, abrí el congelador, saqué el bote de helado de menta con chocolate qué nadie más en mi casa tolera y me lo llevé a mi cuarto. Mi cuarto, mi cueva, mi lugar seguro.
Por la tarde vinieron mis amigas. Porque eso hacen las verdaderas amigas cuando saben que has sido rechazada por tu amor platónico: aparecen con comida chatarra, películas malas y excusas tontas para no dejarte caer.
—Trajimos papas fritas, pizza y la peor comedia romántica de la historia. —anunció Serena.
—Y no nos iremos hasta que admitas que ese chico no merece tu drama interior.—añadió Maya.
Nos tiramos en la cama y hablamos de todo menos de Ethan. Hablamos del cabello de Serena que parecía rebelarse por la humedad, de la lista de crushes imposibles de Maya (qué incluye un profesor sustituto y un personaje de animé), de como el colegio huele raro últimamente y de lo absurdo que sería vivir en un mundo donde los sentimientos se pudieran devolver como pedidos defectuosos.
—¿Sabes qué pienso?— dijo Serena mientras con un marcador pintaba una carta feliz en mi brazo.— Que cuando alguien te dice que "eres como una hermana", lo que realmente quiere decir es que no se ha dado cuenta de lo que tiene enfrente.
—¿Y si sí se ha dado cuenta y simplemente no le gusto?— pregunté.
Hubo silencio.
—Entonces es un idiota.—dijo Maya, tan firme como siempre.
—Uno con un pésimo gusto.—añadió Serena y yo sonreí por primera vez en todo el día.
Mi mamá llegó tarde esa noche. Siempre llega con el cabello desordenado y los hombros vencidos por el cansancio, pero con una sonrisa para mí. Le conté lo esencial, sin entrar en detalles. Ella solo me abrazó y me dijo:
—Tu corazón está practicando. La próxima vez será más fuerte.
Me quedé pensando en eso. Tal vez sí. Tal vez es como entrenar. Y aunque no me sentía más fuerte, si me sentía mejor.
Esa noche, escribí en mi diario.
Hoy aprendí que no importa cuánto practiques un discurso frente al espejo: cuando te rompen el corazón, siempre suena distinto.
También aprendí que mis amigas son mi red de emergencia, que la abuela tiene poderes psíquicos, que mamá siempre sabe que decir y que a pesar de todo no me arrepiento de haberlo intentado.
Eso tiene que contar para algo.
Me quedé con la sensación de que algo había terminado. Pero también con la sospecha de que algo nuevo estaba por comenzar.
Aunque no sabía qué.
Ni cuando.
Editado: 29.06.2025