PRIMARIA- PRIMARIA
3:35 PM
08/01/xxx8
Tenía todo planeado en mi cabeza, necesitaba que autómata estuviera en óptimas condiciones para la salida que planeaba, pero nunca esperé que la tal Hellia fuese tan molesta, incluso el grueso de las paredes no podía silenciar completamente el ruido que venía de su habitación.
Estaba equipado con mis herramientas, siempre las ponía ocultas bajo la cama, pues mi desconfianza hacia los desconocidos no ayudaba. Y con la nueva y atolondrada vecina, menos ganas tenía de dejar mis cosas a simple vista, incluso sabiendo que no tenía la llave de mi cuarto
Tuve que desmontar a autómata para insertarle el regulador, este tenía una pequeña varilla de oro que funcionaba como conductor, una vez calzara en el generador, lograría crear un ciclo. La energía brotaría del generador, luego pasaría por el regulador y por último sería enviada a todo el dispositivo. Así una y otra vez.
Dedicarme a autómata durante el día ya se había vuelto un hábito, casi tan parecido a cepillarse los dientes a diario. Cada vez, ármalo se volvía una tarea más sencilla, nada del otro mundo.
- Todo debería funcionar bien, pero por si acaso... ¡ATM! - tras decir su nombre, autómata encendió en un destello de luces violetas. Sin tardanza se colocó detrás de mí a la vez que levitaba. Autómata tenía receptores de movimiento adaptados, para que se moviese al son de mis movimientos.
Yo usaba pequeños emisores, que estaban adheridos a mis manos, por eso siempre usaba guantes. Es decir, si lanzaba un puño, o agitaba mis manos, autómata me seguiría en el acto, creando ráfagas o explosiones de electricidad.
Moví un poco las muñecas e incluso los dedos, para confirmar que autómata estuviese calibrado, moverlo con las manos al principio fue complicado, pero con el tiempo me adapté. La sincronización del artefacto era perfecta.
- Bien, ahora veamos al verdadero problema - hablé para mí mismo. Salí de mi «cueva» seguido por autómata y con el morral aun encima, luego cerré la puerta con llave. Vi de reojo la entrada de la habitación a mi lado, era la número diez, yo residía en la número nueve. Todavía me inquietaba el fulgor que noté en su maleta, si era lo que creía, entonces debía comprobarlo.
Sí, necesitaba hacerlo, pero primero convenía conseguir el momento adecuado. A las personas que utilizaban dispositivos de combate se les llamaba Portadores. Si esa tal Hellia tenía un artefacto propio, entonces precisaba saberlo.
A diferencia de otros lugares, en Primaria los Portadores eran menos frecuentes, no muchos dedicarían su tiempo a algo que no resultaba demasiado productivo. Además, para poder desarrollar un instrumento en condiciones, se tenía que caminar un trecho bastante largo, uno que no muchos estaban dispuestos a recorrer.
Detallé bien el pasillo, no había nadie fuera de sus habitaciones además de mí, autómata esperaba órdenes a mis espaldas; movía levemente mi mano, provocando que el aparato tambalease. Por mi cabeza pasaban ideas locas que tocaban mis nervios, como: «Entraré y veré a la fuerza» o «Solo la retendré un momento y la dejaré ir luego»
Ninguno sonaba como un pensamiento sensato, de hecho, eran acciones muy imprudentes. Pronto me di cuenta que era mejor dejarlo pasar, al menos hasta que estuviera seguro. Seguir corazonadas no era lo mío y armar escándalos tampoco.
Pronto tuve que poner mis piernas a trabajar, terminé desplazándome por los caminos de Primaria. Autómata seguía mis pasos, esa vez por lo menos tenía algo de compañía, no caminaría totalmente solo. Fue extraño captar la mirada de algunos niños en la calle, también de adultos. No era muy común observar a alguien con un extraño objeto levitando tras suyo, siguiéndole.
Aunque, esas miradas pronto se detendrían, no me podrían seguir a donde me dirigía. Sin percatarme al instante, pasé por una tienda de electrónicos, solo la vi de paso, pero tras el cristal un objeto llamó mi atención, era una cámara bastante sencilla. Paré en seco y mi rostro se iluminó.
Nunca entendí muy bien a los amantes de la fotografía, tener fanatismo a las cosas estáticas, sin movimiento alguno, nunca fue para mí. La forma en que vivía la vida era veloz, admirar paisajes o la belleza de la naturaleza, es algo que nunca hice. Creo que de ahí venía mi incompatibilidad con las cámaras, su manera de captar el mundo era muy diferente a la mía. Aun así, yo la quería.
- Tal vez luego - me prometí, largándome para volver pronto.
En los bosques cercanos a Primaria, se elevaban unas murallas férreas, lo que había después de ellas lo usaban para contar historias fantásticas a los niños. Incluso yo escuché esos cuentos, los cuales eran reales, pero no justificaban nada. De pequeño, esas historias me hicieron soñar con visitar el origen del todo, nuestro orgullo, pero cuando llegué por primera vez, solo encontré decepción.
Sabías que estabas cerca del lugar, porque cada vez los vestigios deteriorados se hacían más evidentes. Mis pasos crujían al pisar la tierra escaza de pasto, los árboles rebosantes de vida, a cada avance se volvían más secos. Incrustados en la tierra sobresalían grandes equipos de industria. Nada bello de admirar
En mi boca persistía un sabor amargo, propio de cada vez que volvía al sitio; ahí donde pusiese mis ojos, todo lo que contemplaba era abandono, la mano humana ya no llegaba a ese páramo, dimos existencia y a la vez la culminamos, confirmamos lo que siempre proclamaron los oprimidos. Somos los seres más destructivos del planeta.
- ATM, escanea el área en busca de vida - el dispositivo se movió tras mi orden. Realmente solo lo hacía por seguridad, si alguien me estaba siguiendo, entonces era un buen momento para saberlo, le pararía los pies.
Me quedé quieto mientras autómata expulsaba una luz violeta de su centro, evitaba perderlo de vista por si acaso pasaba algo. Un chillido del aparato me puso alerta, por reflejo apreté los dientes y cerré mi mano derecha en un puño.
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Editado: 05.01.2020