Ainara y Santiago llegaron a la lujosa mansión de los padres de él. Desde el momento en que Ainara puso un pie en el imponente vestíbulo, quedó asombrada por el derroche de dinero evidente en cada detalle de la casa. Los altos techos decorados con elaboradas molduras, los candelabros de cristal que colgaban majestuosamente y los muebles de diseño exclusivo eran testigos del inmenso poder adquisitivo de la familia Falcón.
La mansión no solo era una muestra de riqueza, sino también de influencia, la cual se sentía incluso en el aire. La familia Falcón no solo tenía dinero; también tenía conexiones con muchas personas en cargos políticos importantes en Venezuela. A Ainara le resultaba abrumador y excesivo.
La cena se llevó a cabo en un comedor opulento, con una mesa larga y decorada con una vajilla de porcelana fina y cubiertos de plata. Los padres de Santiago, sentados en la cabecera de la mesa, mantenían una expresión fría y distante. La conversación era escasa, y cuando alguien hablaba, las palabras parecían vacías y sin vida.
—¿Cómo te sientes, Ainara? —preguntó la madre de Santiago, su voz era un susurro suave, pero carecía de verdadera preocupación.
—Estoy bien, gracias —respondió Ainara, con una cortesía forzada, para ella esas personas eran más falsas que sus extensiones de pestañas.
El padre de Santiago, un hombre de apariencia autoritaria, asintió en silencio, observando a Ainara con ojos calculadores. La tensión en la sala era palpable, y la joven se sentía como una pieza de un rompecabezas en el que no encajaba.
Santiago, por su parte, trataba de mantener una conversación ligera, pero sus esfuerzos eran en vano. La cena transcurrió en un silencio incómodo, con movimientos casi robóticos y sonrisas forzadas.
Ainara no podía dejar de pensar en lo artificial que todo se sentía. La riqueza y el poder de la familia Falcón no podían ocultar la frialdad y la falta de autenticidad en sus interacciones. Mientras comía, se sentía cada vez más fuera de lugar, más segura de que algo no estaba bien.
La cena terminó y los padres de Santiago se retiraron, dejando a Ainara y Santiago solos en el comedor.
—Estás en tu casa, querida —fueron las simples palabras que dijo la mujer.
Ainara solo miró a su alrededor, sintiendo que la mansión, a pesar de su lujo, era un lugar vacío y carente de verdadera calidez, a la vez que sentía ese entorno extraño y opresivo.
Al día siguiente, el sol brillaba sobre la hermosa ciudad de Barquisimeto cuando Ainara se sentó a desayunar con Santiago en la misma mesa lujosamente puesta, con la misma monotonía de siempre. Las conversaciones eran repetitivas, carentes de emoción y llenas de frases vacías, pues nada le reflejaba el amor que el hombre decía que ambos tenían.
Santiago estaba a punto de tomar un sorbo de su café cuando Ainara, con un tono más inquisitivo de lo habitual, decidió preguntar algo que ha estado ocupando su mente.
—¿Dónde está mi padre? Santiago —preguntó Ainara, sin apartar la vista de su taza de té—. Desde que salí de la clínica no lo he visto, ni siquiera ha venido a verme y el número que tengo en mi celular no responde. Me parece muy extraña su ausencia, teniendo en cuenta que soy su hija toñeca.
La pregunta paralizó a Santiago, quien se quedó inmóvil, con la taza de café a medio camino hacia su boca. Sus ojos se abrieron ligeramente, y por un momento, pareció haber perdido la habilidad de hablar.
—¿Santiago? —insistió Ainara, notando su reacción—. ¿Tienes idea de dónde está? O ¿qué esta pasando? Me preocupa no tener noticias suyas.
Santiago carraspeó, intentando recuperar la compostura.
—Tu padre… —empezó a decir, pero su voz sonaba forzada—. Ha estado muy ocupado últimamente. Negocios, ya sabes. Pero está bien, no hay de qué preocuparse.
Ainara frunció el ceño, no convencida por la respuesta evasiva de Santiago.
—Negocios, claro —repitió Ainara, con una mezcla de escepticismo y preocupación—. Pero es raro que no haya dado señales de vida, ni siquiera una llamada.
Santiago trató de cambiar de tema rápidamente, percibiendo la incomodidad que la conversación le causaba.
—¿Qué tal si hoy vamos a dar un paseo? Quizás un poco de aire fresco te haga bien —sugirió, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos.
Ainara asintió lentamente, aunque la inquietud sobre la ausencia de su padre no desaparecía. Sabía que algo no estaba bien y que debía mantenerse alerta. Mientras tanto, Santiago intentaba mantener la fachada de normalidad, aunque la incertidumbre empezaba a agrietar su apariencia serena.
—Quiero ir a ver a mi padre. Ya sea en su casa o en su trabajo, no importa —dijo Ainara, con firmeza. Ella no estaba dispuesta a dejar el tema así, no esta vez.
Santiago se quedó inmóvil, sus ojos se llenaron de temor.
—¿Has recordado algo? Ya que si preguntas por tu padre es por eso, ¿verdad? —preguntó Santiago, su voz temblaba ligeramente.
Ainara sonrió con una mezcla de ironía y determinación. La reacción de Santiago confirmó sus sospechas: él estaba escondiendo algo.
—Santiago, por supuesto, que recuerdo a mi padre. ¿Piensas que me he olvidado de él? Pues no, recuerdo que él se ha casado y también recuerdo a mi querido hermanastro, Mauro —dijo Ainara, observando atentamente la reacción de Santiago.
El rostro de Santiago se tensó al escuchar el nombre de Mauro. Sus manos, que habían estado firmemente sujetando la taza de café, comenzaron a temblar ligeramente. Un rayo de odio y celos cruzó por sus ojos, pero intentó disimularlo.
—Mauro… —murmuró Santiago, casi inaudiblemente. Tomó un profundo respiro y trató de recuperar la compostura—. Ainara, por favor, entiende que todo esto es muy complicado. Tu padre está bien, solo está ocupado. Pero te prometo que intentaremos ponernos en contacto con él.
Pero las palabras de Santiago sonaban vacías, y Ainara podía sentir la tensión en el aire. El hombre estaba claramente incómodo y perturbado por la mención de Mauro, lo que solo incrementaba la desconfianza de Ainara.
Editado: 25.01.2025