Atrévete

Capítulo 21

—¿Y si nos subimos a la rueda de la fortuna? —sugerí, luego de saborear mis fresas con crema. 

Sí, Alessio y yo seguíamos juntos, ni sé en qué momento pasamos a tener tanta confianza, no sé en qué momento yo pasé a tener tanta valentía, hablaba con él como si fuera un amigo mío. Esto era hasta cierto punto raro… 

—Está bien —asintió. 

Caminamos hasta el juego, ahora Alessio cargaba el oso Loky que se había convertido también en nuestro compañero de aventura. 

Esperamos nuestro turno pacientemente sin decir nada. Me fijé detenidamente en Alessio, él estaba atento a ver cuándo nos tocaba nuestro turno. Lo recorrí de pies a cabeza sin disimulo y, me detuve cuando volví a notar esa curiosa pulserita de cuencas rosas que cargaba.  

Me entró la curiosidad y, como toda una metiche, pregunté: 

—¿Es tuya? —Señalé su mano. Él giró su cabeza para verme y frunció el ceño hasta que vio que señalaba su pulsera. 

—Sí, me la hizo mi hermana —respondió, mirando la pulserita con una sonrisa cariñosa que nunca antes le había visto. 

Un momento… ¿Hermana?  

—¡¿Tienes una hermana?! —interrogué, boquiabierta entre mi asombro.  

Mamá no mencionó nada sobre que Alessio tuviera una hermana.  

—Sí —respondió serio, y giró de vuelta a la fila—. Ya es nuestro turno.  

Nos subimos a la mini cabina y nos sentamos mientras la chica cerraba la rejilla que nos resguardaba.  

—¡¿No hay cinturones?! —Me alarmé en cuanto intenté abrocharme el cinturón y descubrí que no había. Oh por todos los cielos. 

—No son necesarios, la rueda avanza lento —me contestó Alessio con una inquietante tranquilidad. 

—¡¿Y eso qué?! —chillé—. ¡Me vale caracoles que la rueda avance lento! ¡Debe haber seguridad!  

—¿Tan poco te valen los caracoles? —preguntó inoportunamente, ignorando mi crisis—, ellos valen mucho porque ayudan a que las plantas… 

—¡No me interesa la importancia de un baboso caracol! —le corté en un grito. Él no se exaltó, sólo alzó una ceja. 

—Pues ese baboso caracol tiene más importancia en el mundo que tú —comentó con serenidad, como si el hecho de insultarme fuera tan común en la vida cotidiana. 

Se me subió la cólera hasta el punto de ponerme peligrosamente roja. No podía creer que me dijera eso.  

—¡¿PERDÓN?! ¡¿QUÉ TE…   

—Era broma, es para que te distrajeras —añadió, interrumpiendo mi ira—. Mira, ya estás arriba.  

Pegué un brinco del susto, ¡VOY A MORIRRRR! 

Casi me oriné cuando descubrí que ya estábamos a muchos metros sobre el piso, bueno, no tantos metros, apenas si habíamos subido un poco, pero en mis genes estaba la acción del drama y la exageración.  

—¡¿POR QUÉ ME CONVENCISTE DE HACER ESTO?! —lloriqueé, aferrándome a los bordes. 

—En primera, tú querías subir —recalcó, mirándome con confusión y luego se asomó hacia el precipicio de un metro—. Y en segunda, no exageres, apenas si hemos subido un poco.  

—¡Es que no sabía lo que hacía! —rebatí. Y es cierto, no sabía lo que hacía porque me dejé llevar por el descontrol y la euforia. 

—Cálmate, ¿quieres? —Lo miré con cara de horror—. No te vas a morir. Si te pudiste subir a la montaña rusa, entonces puedes con esta simple rueda de la fortuna —aseguró.  

—¡¿Cómo estás tan seguro?! —bramé. 

—¿Quieres morir en una rueda de la fortuna? —me contestó con otra pregunta. 

—No, pero…  

—Entonces no pienses que lo harás —me interrumpió.  

Claro, como si todo fuera así de fácil. “No pienses que morirás”, bufonadas, como si pensar que no morirás fuera suficiente seguridad para garantizarte que no vas a morir.  

—¿Tú crees que todo está en pensar lo que va a pasar y que por arte de magia se cumpla? —le critiqué en un tono absurdo. 

—Sí, al menos en algunas situaciones, sí. —Se encogió de hombros—. Pero no se cumplen por arte de magia, se cumplen por la perspectiva que le tuviste a la situación desde un principio.  

Sí, claro. ¡Qué tontería! 

—Tu filosofía no funciona en mí —bufé con mala cara. 

—Sí, ya lo vi —comentó—. Mira, sólo distráete en otra cosa. 

Sí que podía distraerme. Y mi primera distracción fue de nuevo preguntarme sobre esa pulsera que, como según me dijo, su hermana se la había dado. Traté de concentrarme en eso y no en que cada vez que esta cosa se movía; yo sentía estaba un paso más cerca de la muerte. 

—Entonces tienes una hermana —saqué de nuevo el tema—, ¿Ella es menor o mayor que tú?, ¿y tienes más o solo ella? 

—Es menor que yo, y sólo la tengo a ella —contestó a mis dos preguntas, sin mirarme. 

—¿Y por qué…  

—¿Por qué no vino el día que tus padres nos invitaron a su casa? —completó mi pregunta. Volvió a mirarme. Vaya, este chico lee mentes—. Es que ella no podía ir —respondió. 

—¿Y por qué no? —Hundí las cejas. 

—Porque… —Se mantuvo unos segundos en silencio, como si midiera cada una de sus palabras—, vive en otro lugar. 

—Ah… —emití, aflojé un poco la fuerza que estaba ejerciendo en los barrotes de la cabina—. ¿Y cuántos años tiene? 

—Ocho años —contestó, bajando la mirada.  

—Vaya, está chiquita —murmuré. 

Creo que ahora entiendo por qué mi madre no me había hablado de la hermana de Alessio. Si bien recuerdo, mi mamá me dijo que tenía 16 años sin ver a Alessio y su familia, y esa niña tiene 8 años, quizá por eso no la conocen mis papás. Sólo que, hay algo que no entiendo, ¿por qué los padres de Alessio no mencionaron a su hija el día que fueron a nuestra casa?, creo que estoy divagando demasiado. 

—¿Y cómo es ella? —pregunté, refiriéndome a su hermana. 

—¿Físicamente o de personalidad? —Recargó su cabeza en el respaldo de la cabina, y cerró los ojos. Tenía una gran vista de su perfil.  

—Ambas. —Aproveché el momento en que estaba con los ojos cerrados, para poder admirar su rostro. Mi corazón estaba emprendiendo de nuevo el ritmo acelerado que me sucedía cada vez que estaba tan cerca de Alessio.  

—Físicamente es hermosa —respondió, y esbozó una pequeña sonrisa, y vaya que yo me estaba deleitando mientras él no se daba cuenta—, es la niña más bonita de mi mundo. 

Quise emitir “aww”, pero me contuve.  

—Eso es curioso —opiné, fue entonces cuando él abrió los ojos y observó aún con la cabeza recargada en el respaldo de la cabina—, la mayoría de los hermanos ven feas y horripilantes a sus hermanas, y tú la vez como la niña más bella de tu mundo —añadí con una sonrisa. 

—¿Tu hermano te ve así? —preguntó. Vaya, ni siquiera sabía que Alessio recordaba al idiota de Owen. 

—¿Cómo la más bella del mundo? —Arrugué la frente. Él asintió—Ah, pues, me ve un poco… un poco así, creo. —Desvié la mirada—. Entonces, ¿cómo es de personalidad? —continué con el tema de su hermana. Él volvió a cerrar los ojos. 

—De personalidad es aún más hermosa. —Volvió a sonreír, cada vez que habla de su hermana, sonríe. Ahora mi pasatiempo favorito va a ser hablar de su hermana para que él sonría con ese cariño—. Ella es brillante; muy carismática, inteligente, amable con todos, cariñosa, tierna, valiente. Es increíble. Su alegría siempre te pondrá de buen humor, derrocha felicidad.  

De verdad que me daba ternura la manera en que se expresaba de su hermana pequeña.  

—¿Cómo se llama? —pregunté con curiosidad.  

—Lucie.  

—Qué bonito nombre —comenté—. ¿Y en dónde vive?  

¿No estaba siendo muy metiche? No lo creo porque él dijo que podía distraerme mientras estaba subida en esta cosa que sí va lento pero que aun así no se disminuye el peligro. 

—Lejos —contestó secamente. No le pregunté qué tan lejos vivía, sino en dónde. Pero ya no insistí en rebatir porque quise respetar el que quizá no quería contarme.  

—Oh. ¿Y la visitas seguido?  

—Sí. —Se enderezó, abriendo los ojos. 

Bien, ¿y ahora con qué me distraigo? 

—¿Cuántas vueltas dura este juego? —pregunté, me asomé un poco hacia abajo y… Madre santa, ya estábamos muy pero muy despegados de la seguridad del suelo. 

—Unas diez vueltas —contestó sin perturbación. Puse mi peor cara de horror—. Es broma, es solo una vuelta de una media hora. 

Suspiré de un gran alivio, pero luego puse mala cara. 

—Bromeas mucho —bufé. 

—Sí.  

—A costa de mi miedo —añadí. 

—Sí. 

¡Qué descarado!, lo miré con molestia, aunque él ni se inmutó.  

Se formó un silencio, mientras yo me asomaba constantemente hacia abajo para ver qué tanto nos movíamos hasta estar a más altura. Si no quería entrar en pánico, tendría que seguir con la conversación porque Alessio me distraía de estar al pendiente del precipicio. Decidí aplacar todas las dudas que tenía sobre él, o al menos la mayoría. Sabía que este era el momento, o así quise creerlo. 

—¿Te puedo preguntar algo? —Rompí el silencio, me enderecé un poco para ponerle seriedad al asunto. 

—Puedes, pero de que te conteste es otra cosa —señaló. 

Reí. 

—Bien, ¿te puedo preguntar algo de lo que sí me contestes, y que sea con la verdad? —Esbocé una sonrisa burlesca. 

Pareció meditarlo por unos minutos. 

—Supongo. —Se encogió de hombros. 

—¿Por qué eres tan gélido? —solté—, es decir, siempre parece que odias a todos, y que eres muy frio o indiferente, algo así. 

—No odio a todos —manifestó con la cara contraída en confusión—. Y no soy gélido, sólo soy introvertido. 

—Pues pareciera que sí —rebatí—. Tu mirada a veces es muy despectiva, miras muy seguido con desdén. —Hice una mueca—. Y no le veo nada de malo a que seas introvertido, pero, ¿no crees que serías más agradable si cuando alguien se te acercara fueras amable aunque sea un poco?  

Me observó cautelosamente. 

—Sí, pero me gusta estar solo. Las personas amables suelen estar rodeadas de gente porque son carismáticas, no me gustaría que me pasara eso —argumentó, y agachó la mirada. 

—Pienso que mientes —confesé. 

—¿Por qué miento? —Hundió el entrecejo. 

—Porque se nota que no te gusta estar solo —expuse—, tienes amigos muy cercanos a ti, si te gustara estar completamente solo, no tendrías amigos. 

—Gustar de la soledad no quiere decir que no puedas tener una amistad —aclaró.  
 
—Pero dijiste que no te gusta estar rodeado de gente —recalqué.  

—Y es verdad, pero hablo de mucha gente, sólo tengo cerca de mí a los que necesito y ya. No necesito a más personas, por eso a veces actúo un poco desdeñoso con los que no conozco. 

—Si se te acerca alguien que no es de tu círculo de amigos o familiares, alguien que no conoces, ¿cómo sabes que no necesitarás de esa persona en un futuro? —debatí—. ¿Sabes qué pienso? —Negó con la cabeza—, pienso que alejas innecesariamente a las personas que quieren conocerte. Pongamos el ejemplo de que una chica se quiere acercar para ser tu amiga, pero tú la alejas porque crees saber que no necesitarás de ella porque ya cuentas con varias amigas, ¿y quién te dice que en un futuro esa chica no se convertiría en alguien importante para ti?, y si… y si tan solo la hubieras dejado conocerte, a lo mejor esa chica hubiera podido ser lo mejor que te pasaría en la vida, pero no lo sabrías, no te enterarías jamás porque te cierras mucho. Y así puede irte pasando con varias personas que tú no dejas entrar a tu vida, puede perdértelas.  

—Entre más personas dejas entrar a tu vida, más pueden lastimarte —enfatizó. 

—¿Y eso qué? —exclamé—, nadie vendrá a asegurarte que no vienen a lastimarte o que sí traen esa intención, eso se ve después. Si alguien te daña, pues ni modo, no te debes cerrar a los demás por haber tenido una mala experiencia, así te haya destrozado. —Lo miré directo a los ojos—. Además, ser lastimado es necesario para valorar a las personas que se quedan contigo a ayudarte a sanar, y sentirte afortunado por tenerlas a tu lado. Siempre vendrá una persona que te puede dañar, pero también una que te ayudará, y tú estás cerrándote a eso al no atreverte a darle la oportunidad a que alguien más pueda conocerte. 

—Puedes tener razón, pero prefiero no arriesgarme.  

—Al preferir no arriesgarte, estás escogiendo la opción de perderte las mejores experiencias —enuncié. 

—O quizá, evitarme las peores experiencias —corrigió. 

—Ya nos desviamos del tema —mencioné. 

—Pienso lo mismo. 

—Entonces —suspiré—, en conclusión; eres gélido con las personas que no conoces para no dejarlas entrar a tu vida y así no tener que llevarte la sorpresa de que vengan con malas intenciones y te lastimen. O sea que alejas a la gente para evitar dolor. 

Vaya, y creí que yo era difícil de entender. 

—Algo así. —Torció la boca.  

—Eres un cobarde —solté con una libertad increíble. Mira quién lo dice, yo hablando de cobardía, ¡Ja! 

—Todos llegamos a serlo en un punto. Ser cobardes para evitar situaciones que nos impliquen un peligro emocional.  

—Es la peor cobardía que hay —manifesté.  

—Sí —admitió. 

Al menos ya sabía un poco sobre Alessio, uno de sus miedos era ser lastimado, por eso actuaba tan frío con la gente que se intentaba acercar a él.  

—¿Cuántos minutos llevamos? —pregunté.  

—Unos diez. —Se encogió de hombros. Me frustra mucho su tranquilidad. 

—¡¿Qué?! ¡Pero si siento que ya pasó casi una hora! —lloriqueé. 

Exageré, sí. Pero en mi defensa, tengo miedo. 

—Es porque aún te estás concentrando en que vas a morir —opinó descaradamente. 

—¿Ah sí? ¿Y en qué otra cosa podría concéntrame que no fuera morir? ¿eh? —refunfuñé con la cara contraída en molestia.  

—En la vista. —Señaló el horizonte—, es maravillosa, concéntrate en eso. 

Y vaya que no mentía, esta vista era incluso mejor que la de la montaña rusa, porque aquí todo iba lento mientras que allá no pude disfrutar por lo rápido que fueron las cosas. Además, por lo lento que esta rueda va, no siento nauseas, y eso ya es un gran beneficio. 

Podía ver todo el extenso bosque debido a que ya estábamos hasta la máxima altura. Desde aquí podía apreciar las estrellas, la luna llena, incluso alcanzaba ver las lejanas luces del pueblo. Cuando miraba hacia abajo, todo se veía tan diminuto y bonito. Las personas parecían minis bichitos.  

Sí, era magnifico. Estar en la altura se sentía como libertad. No se escuchaba tanto ruido, y estar acompañada por Alessio se sentía bien, más que bien. 

Me gire a verlo, Alessio contemplaba relajamente al cielo. 

—Lindo, ¿no? —Por un momento pensé que con lindo se refería a él mismo, pero en realidad se refería al cielo. 

—Sí, mucho. —contesté, mirándolo a él y luego al cielo. 

Estaba dispuesta a seguir hablando con Alessio, para que así yo pudiera disfrutar de la charla con él, y a su vez, de la magnífica vista. 

—¿Podemos seguir hablando? —pedí.  

—Si quieres. 

—¿Te han lastimado en una relación amorosa?  

Tenía esa duda especialmente porque cuando él estaba hablando de ser lastimado, yo supuse que él había tenido una relación en la que salió con el corazón roto, y por eso ya no es tan confiado con la gente. Era una buena suposición. 

—¿En una relación amorosa? —repitió con extrañeza. 

—Sí, ya sabes, la mayoría cuando salen de una relación amorosa, dejan de creer en el amor o algo así, y como tú le temes a ser lastimado, pues supongo que te dio ese miedo porque saliste herido de una relación. 

—No he tenido novia —confesó. 

—¡¿Qué?! —exclamé muy alto, quedé boquiabierta—. No te creo. 

—No me gustan los noviazgos —especificó. 

—¿Qué? ¿Por qué? —No podía ocultar la tremenda sorpresa que me acababa de dar. ¿Estará mintiendo o no? 

—Es mucho drama, y es muy perjudicial para tu estabilidad emocional, por eso no me gustan —respondió con simpleza.  

—Déjame adivinar, eres de los que no creen en el amor —apunté con una sonrisa ladina. 

—Sí creo en el amor —su confesión borró mi sonrisa, me plantó una confusión tremenda. 

—No entiendo —admití. 

—Me refiero a que sí creo en el amor, pero cuando se trata de noviazgos, prefiero evitarlo —me explicó. 

—Oh. —Aún estaba confundida—. Si no has tenido novia, entonces ¿quién te ha lastimado? 

—Amigos que tenía antes.  

—¿Qué crees que duela más, los noviazgos o las amistades? —interrogué.  

—Las amistades. —Su semblante se tornó serio, muy serio. 

—Quizás dices eso porque no has tenido una novia —señalé. 

—Puede ser. 

—En serio que se me hace difícil entender el porqué no has tenido novia —comenté con burla. 

—¿Por qué es difícil? —Fijó su vista en el oso Loky que estaba en su regazo. 

—Bueno, pues es que tú… ya sabes. 

—No, no sé. —Alzó la mirada. 

—Sí sabes, sólo quieres que yo te lo diga —gruñí. 

—Sí —admitió descaradamente. 

—¿Ego? ¿Dónde? —dije con sorna—. ¿Y no te ha gustado alguien en toda tu vida? —retomé el tema.  

—Claro que sí, incluso me enamoré. 

Oh. 

—¿Y de quién fue? —Mi curiosidad a flor de piel. 

—De una niña llamada Celine, iba conmigo en la primaria —respondió. 

—¿Y qué pasó? —Ladeé la cabeza. 

—Pues nada, a ella le gustaba otro niño y se hicieron novios, de hecho, aún lo son.  

—¿Y por qué tú no fuiste nada con ella? —Fruncí el ceño. 

—Sí fui algo, fui su mejor amigo, me enamoré de ella y, cuando me le confesé, me rechazó porque a ella le gustaba alguien más. —Pareció estar recordando—. Fue muy gracioso porque como ella era la primera niña de la que me había enamorado, y que me rechazara, le rompió el corazón a mi yo de niño, sentí que jamás encontraría pareja y que estaría destinado a la zona de amigos por siempre. Pensaba que ella era mi primer y único amor. —Sonrió. 

No sé por qué, bueno sí sé por qué, pero me negaba a aceptarlo y es que, estaba sintiendo una mini pizca de celos por la niña de la que hablaba. Qué ridícula soy. 

—¿Y no lo era? —Arrugué la frente. 

—¿Mi primer y único amor? —Asentí—, claro que no. 

—¿Y desde ahí ya no te volviste a enamorar? —Creo que me estaba pasando de metiche, pero en mi defensa, él no se negaba a contestar, cosa que agradezco porque estaba muy interesada en conocerlo. 

—No. —Negó con la cabeza—. Sólo me han gustado algunas chicas, pero es pasajero el gusto. 

—Pues claro que es pasajero, si no te acercas a ellas, pues no las conocerás ni te enamorarás —expliqué con obviedad. 

—Ya te dije que no quiero una novia, si me gusta alguien es porque es atractiva, y luego se me pasa. Así es mejor, no quiero desgastarme en una relación amorosa —sostuvo. 

—Suenas como un amargado. 

De verdad que me estaba tomando mis pastillitas de confianza. 

—¿Y tú? ¿Tú por qué no tienes novio? —Para mi sorpresa, inquirió sobre mí. 

—¿Cómo sabes que no tengo novio? —Me crucé de brazos. 

—No sé, sólo lo supongo porque no te conozco —contestó. 

—Pues tienes razón, no tengo novio porque… pues porque no. 

—¿Te has enamorado?  

¿Se estaba interesando saber sobre mí? 

—No —confesé—, pero me han gustado chicos.  

Como tú, pensé. 

—¿Por qué no te has enamorado? —interrogó con un muy extraño repentino interés. 

—Porque me ha pasado algo parecido a ti. Me gusta un chico por su atractivo, y no me acerco a conocerlo, así que con el tiempo espero a que se me pase —digo con un encogimiento de hombros.  

—¿Y por qué no te acercas a conocerlo? 

Creo que ya nos estamos preguntando mucho. 

—Porque… me da pena, y miedo —solté. 

—¿Miedo a qué? —Me estaba observando con una seriedad intimidante.  

—Miedo a que no le guste, o a que… a que quede como tonta y así. —Desvié la mirada.  

—Deberías aplicar los mismos consejos que me diste —sugirió.  

—¿Cuáles?  

—Dices que no me dejo conocer, tú estás en las mismas —musitó. 

—No es lo mismo —objeté. 

—Yo pienso que sí. No te acercas a los que te gustan y no te dejas conocer realmente porque tienes miedo a no gustarles —me expuso—. Mi miedo es a salir lastimado, el tuyo que a nadie le guste cómo eres y te terminen rechazando. 

Vaya. 

—En parte. —Hice una mueca—. ¿Algún consejo para mí? 

—No soy bueno dando consejos —negó. 

—No importa. 

—Bueno, un consejo sería que no te importe mostrar tu personalidad por miedo a no ser interesante o a que no agrades, le vas a gustar a quien le tengas que gustar y punto. Esa vergüenza que tienes por ser tú misma se irá cuando se te quite la inseguridad de que no tienes algo único en tu interior. 

—Bien, gracias, ahora sólo me falta hacer lo que dices, pero no es fácil. —Torcí la boca. 

—Por supuesto que no es fácil, si fuera fácil no sería tan valioso aceptarse a uno mismo. Lleva mucho tiempo, pero cuando lo logras, es tu mejor atributo —reflexionó. 

—¿Y cómo me acepto? —dije, afligida.  

—Yo no lo sé, esa es la lucha individual de cada quien, no tengo una guía o instructivo porque no es tan sencillo. 

Asentí. 

La rueda ya iba bajando, sin duda, esta era la mejor noche de mi vida, no quería que acabara. Corrección, no quería que acabara mi tiempo con Alessio, me estaba acostumbrando a él. 

Llegó nuestro turno de bajar. La rueda de la fortuna fue una magnifica experiencia, en especial porque iba con Alessio, que fue sin duda la mejor parte. 

Bajamos y al fin, pude respirar con alivio. 

—¿Te gustó más la rueda o la montaña? —preguntó. 

—Sin dudas me gustó mucho más la rueda, el viaje fue más tranquilo. —Sonreí. 

Sabía que hasta aquí llegaba mi experiencia con él. 

—Bien. Vamos con los demás. 

—Sí. 

Me desanimé un poco porque ya no íbamos a estar los dos solos. 
 



#28963 en Novela romántica

En el texto hay: drama, amor, amoradolescente

Editado: 01.12.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.