Atrévete

Capítulo 25

Después de que escuché las penas de Noah, y tuvimos la última clase juntos, él se fue a su casa y yo me quedé en la escuela para las prácticas con el equipo de porristas. 

Me dirigía al gimnasio, hasta ahorita me preguntaba si esto sería muy difícil; las piruetas, los ensayos, las coreografías. Con trabajo y subo las escaleras de mi casa y termino bien cansada, no sé cómo me vaya a pasar ahora en las prácticas. Todas las porristas estaban en buena forma, y a mí me colgaba la pansa, incluso tenía que usar sudaderas holgadas o chaquetas para que se me cubriera la gordura. Y es que siempre me he sentido acomplejada por eso, pero bueno, no dejo la comida chatarra. 

Quizás hasta hacer los ensayos me ayude a bajar de peso, sería el colmo que no bajara unos kilitos con tanto esfuerzo que de seguro tendré que hacer. 

Lo tengo que admitir, siempre quise ser una porrista pero yo no daba la talla para serlo, por muchos factores, como la pena. Pero si me servía de consuelo, al menos tendré una cuarta parte de la experiencia de ser porrista, podré aprenderme las coreografías, no participaré pero me basta con saber que hice piruetas, bueno, eso si logro hacerlas. 

Llegué a la cancha de futbol americano de la escuela. El cielo estaba muy nublado y el ambiente muy fresco, esperaba que no lloviera. 

Saludé a todas las chicas y a Mika. 

Fui a dejar mis cosas en los vestidores, y también a cambiarme, me puse el pans que usaba para educación física, y una blusa holgada. Las demás se pusieron sus trajes de porrista, estaban hermosos, era un vestido corto que llegaba más arriba de las rodillas, era color negro con partes rosas y en el pecho decía “SED” en letras blancas, ese era el nombre del equipo de futbol americano de nuestro instituto. También había equipo de futbol pero ese tenía otras porristas y ensayan aparte. Los juegos importantes de futbol eran en las tardes, y los de futbol americano en la noche. 

Mika tomó su rol de capitana y entrenadora, con su silbato nos dio las indicaciones de calentar, trotamos por toda la cancha, luego hicimos unos pequeños estiramientos que algunos me costaban un poco de trabajo pero Mika me ayudaba. Dijo que todo estaba en la respiración, si respiraba muy rápido me marearía y me ardería el pecho muy pronto, así que debía practicar respiraciones calmadas, y así lo estaba haciendo, pero aun así ya no sentía mis pies. 

Jadeaba, estaba empapada de sudor, la blusa se me pegaba al cuerpo y ahora sí deseaba que lloviera para que me refrescara y se me quitara el mal olor. 

—Ya no… puedo —jadeé. Me eché en el pasto, con los brazos estirados, quería dormirme ahí mismo. 

Mika acudió a mi llamado de auxilio y les indicó a las demás que continuaran. 

—Lira, pero si apenas vamos a la mitad del calentamiento. —Puso las manos en jarra—. Levántate.  

—Me voy a morir —lloriqueé.  

—No, lo que pasa es que no estás acostumbrada a hacer actividad física, los primeros días son difíciles, pero después te acostumbrarás, ya verás. 

—Renuncio —soplé. 

—Todavía ni comenzamos con las coreografías y ya renunciaste. 

—Sí. 

—Hagamos algo, solamente calentaremos toda esta semana para que te vayas acostumbrando, y ya para la siguiente empezaremos con los ensayos —propuso—, ¿está bien?  

—Pero las voy a atrasar. 

No podían esperar a que yo me acostumbrara a hacer ejercicio, eso las retrasaría en las prácticas y ya estaban lo suficientemente apuradas porque el juego era en poco tiempo. 

—Sí, pero es necesario que te acostumbres a hacer ejercicio, porque sin ti la maestra me hará buscar a otra suplente y ya no hay tiempo.  

—Está bien. 

A pesar de que me dolían los pies, tenía que ayudar a Mika en esto.  

—Ven, ya casi termina el calentamiento. —Me tendió la mano, la tomé y me impulsó a ponerme de pie. 

Esto no parecía calentamientos, parecían retos fitness.  

Después de veinte minutos terminamos. Eran casi las 4 de la tarde. Sólo quería llegar a mi casa y descansar. Quizás hoy sería el día de mi muerte, porque ya no aguantaba el dolor de mis extremidades. Dios, ni cuando tengo clase de educación física me canso tanto, y es que no tenía idea de que la rutina de las porristas fuera tan pesada. 

Las demás chicas se fueron, yo me volví a echar al pasto en lo que recuperaba mi respiración normal. Mika acomodaba su mochila y, como la buena amiga que es, fue por mis cosas hasta los vestidores y también me iba a llevar a mi casa para que yo no tuviera que caminar.  

Cuando me recuperé, nos fuimos a pasito lento hasta su auto porque yo apenas podía moverme. 

Me llevó hasta mi casa y me despedí de ella.  

Entré a la casa, pregunté por mamá pero Gabriela me recordó que se había ido con mi tía y Wendy al centro comercial para comprar cosas de mi fiesta. Y para mi gran fortuna, Owen y papá llegaban hasta la noche. 
 
En lo que esperaba a que mamá llegara para cenar, fui a mi habitación para hacer la tarea, bañarme y descansar un poco. 

[…] 

—Lira, Lira, despierta. 

La voz de Gabriela me molestaba y frustraba mi placido sueño. 

—Mhm.  

—Que te despiertes, floja. —Sentí un almohadazo.  

—¡No quiero! —Me cubrí con las sabanas.  

—Pues te quedas sin comer.  

Eso alejó cualquier atisbo de somnolencia en mi cuerpo. 

—Ya, ya me desperté. —Me incorporé rápidamente.  

—Glotona. —Salió de mi habitación. 
Me froté la cara y solté un bostezo. Miré el reloj de mi mesita, diablos, ya eran las 9 de la noche. 

Salí de la cama, y bajé corriendo hasta el comedor. Mi mamá ya estaba sirviendo una rica cena, pescado al mojo de ajo, mi favorito. 

—Cariño, traes el almohadazo —comentó mi madre en cuanto me vio.  

Reí. 

Pero mi risa fue opacada cuando vi al conchudo de Owen, me sonreía asquerosamente, maldito cerdo. 

—Hija, compré un nuevo vestido para ti, para que lo uses en tu fiesta, pero no te preocupes, no es corto, es largo y sencillo de color rosa pastel —dijo con emoción. 

—Ah, qué bien. —Me senté en la mesa, al lado de Wendy. 

—¿Cómo te fue en los ensayos, sobrina? —inquirió mi tía. 

—Fue muy cansado, aún me siento adolorida, Mika me dijo que esta semana sería puro calentamiento y para la próxima ya iniciaremos los ensayos —respondí. 

—Yo quiero ser porrista —soltó alegremente mi hermana—. Cuando entre al instituto, me meteré al equipo y seré capitana. Solo me falta un año para terminar la secundaria, voy a ir comprando mi traje de porrista. Pasaré a la historia, ya verán. 

—Por supuesto que sí, hija —aprobó mi padre—. Ya que Lira no logró ese puesto, mínimo que lo obtenga mi hija menor. 

Ya que terminamos de cenar, ayudé a mamá a lavar los platos, mientras que los demás se iban a dormir.  

Mi mamá se fue a dormir en cuanto acabó, y yo me quedé al último para secar los vasos, apagué las luces y subí para poder irme ya a mi habitación. Pero cuando pasé por el pasillo, me detuve en cuanto visualicé entre las penumbras a Owen caminar sigilosamente a la habitación de Gabriela. 

Entré en estado de alerta. Corrí hasta él y cuando lo jalé bruscamente del brazo pegó un brinco. Lo arrastré hasta mi habitación, y cerré la puerta con seguro. 

—¡¿Qué haces?! —La rabia me invadió, mis manos comenzaron a temblar. Trataba de moderar mi tono de voz antes de que alguien escuchara—. ¡¿Qué ibas a hacer en la habitación de mi hermana?!  

—Cálmate.  

Apreté los puños. La vista se me nubló, mi respiración se aceleró a tal punto que comenzaba a hiperventilar.  

—¡¿Qué me calme?! —Lo empujé con todas mis fuerzas—. No, se acabó. ¡Me prometiste que dejarías en paz a mi hermana si yo te obedecía! ¡Eres un maldito bastar…  

Me tapó la boca con su mano.  

—Cállate si no quieres que le haga algo a Gabriela —masculló—. No le he hecho nada, no le iba a hacer algo. Pero si no te callas, ella podría correr la misma suerte que tú.  

Me lanzó a la cama.  

—Si le hiciste algo, Owen, te juro que te mataré —amenacé.  

—Te estás tomando tus pastillas de valentía, ¿eh? —Se subió a la cama y en un movimiento rápido me acorraló hasta quedar debajo de él—. No me hablas así, Lira, no lo permitiré.  

Comenzó a besarme con fiereza, lo arañé, luché con todas mis fuerzas para que me soltara. Sujetó mis manos con fuerza para que dejara de luchar, hizo un recorrido de besos desde mi boca hasta mi cuello, intentaba zafarme pero él era más fuerte que yo. El pecho y los ojos me ardían. La desesperación que estaba sintiendo era el infierno, esto era el infierno.  

Owen paró de besarme, y me liberó. Me alejé rápidamente de él, temerosa, temblando.  

Me dio una mirada severa, y salió de mi habitación.  

Mi cuerpo apenas se relajó un poco en cuanto Owen desapareció de mi vista. 

El dolor en mi pecho estaba asfixiándome, ahogaba más sollozos.  

Entonces me percaté de algo, no podía dejar de vigilar a Owen, no podía confiarme en que él no le haría nada a Gabriela. Tenía que hacer algo para mantener vigilada a mi hermana por las noches. No iba a dormir tranquila pensando en que cualquier momento en que nadie se diera cuenta, él entraría en su habitación, sin que yo pudiera evitarlo. 

Debía proteger a mi hermana. 

Se me había ocurrido algo para hacerlo, vigilar su puerta todas las noches. Salí cuidadosamente de mi habitación, y me senté afuera, desde aquí podía ver la puerta de Gabriela, estaba hasta al fondo del pasillo. La de Owen estaba al lado mío.  

Tenía que cuidar que Owen no se acercara para nada a mi hermana, no podía permitirlo.  
 



#28937 en Novela romántica

En el texto hay: drama, amor, amoradolescente

Editado: 01.12.2020

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