Martes, miércoles, jueves. Tres días de completa tortura. Hoy era viernes, otro día más. Mis días se basaban en desear llegar a mi casa y dormir toda la tarde, para poder resistir estar despierta en la noche.
No dormía, me turnaba para vigilar la puerta de Gabriela, cuidar que Owen no pasara por ahí. En cuanto todos se iban a dormir, me sentaba afuera de mi habitación, para no dormirme, ponía una alarma cada media hora. A veces el sueño sí me vencía pero la alarma me despertaba, afortunadamente nadie se despertaba por las madrugadas ni salía. No podía encontrar excusa para estar sentada por las madrugadas afuera de mi habitación. Y a las 5 am ya me iba a dormir hasta esperar a que tuviera que despertarme para ir a la escuela. Tenía que hacer esto, sabía que en cualquier momento Owen intentaría hacerle algo a mi hermana, lo iba a impedir.
Estoy cansada, cada día parece peor que el anterior.
No tengo ganas de asistir a la escuela, me veo terrible, abatida, agotada. Noah no tardó en notarlo, pero le he dicho que estoy enferma, que tengo insomnio y que por eso me veo tan hastiada. No he estado de humor.
Las prácticas que tenía en la tarde con Mika y las chicas, no ayudaba a que me sintiera menos cansada. Por fortuna hoy no había calentamiento en la tarde. No tenía cabeza para estudiar, contaba los minutos para que las clases acabaran, los exámenes me estaban estresando porque sentía que no pasaría ninguno. Lo bueno es que Noah me ha ayudado en algunas cosas.
Ahora estaba en clase de literatura, tenía que dar una exposición.
—Lira Jones, al frente —me llamó la maestra.
Antes me ponía muy nerviosa al momento de pasar al frente y hablar, pero ahorita me daba igual. Estaba tan cansada que no sentía nervios. Con toda la calma del mundo y que mi cuerpo me permitía avanzar, pasé al frente e inicié mi exposición, sólo me salían las palabras por automático.
Creo que trasmitía pereza y aflojamiento porque todos en mi salón bostezaban o se veían aburridos y tediosos con lo que estaba diciendo, mi voz era monótona. De repente, mis ojos chocaron con los de un chico de mirada intensa, no cualquier chico, era Alessio. Pero no sentí nada, no me puse nerviosa, no me alarmé ni me sorprendí, y creo que fue porque andaba en modo zombi y apenas si podía mantenerme de pie y sin que me cayera del sueño.
Le sostuve la mirada, estaba atento, sin expresión, neutro, al menos no bostezaba como los demás ante mi aburrida exposición. Me prestaba atención y, eso por primera vez me valió bajo los efectos del modo zombi.
Le quité la vista de encima y continué con mi exposición hasta que terminé. La maestra me calificó y regresé a mi lugar. Juro que sólo cerré por 20 segundos mis ojos, pero al parecer fue más tiempo.
[…]
Alguien me movía. Pero yo quería seguir en esta posición tan cómoda, y quien me movía no lo entendía.
Solté un gruñido ante el continuo movimiento.
—Despierta.
—Déjame en paz. —Lancé un manotazo a quién sabe dónde.
—La clase ya terminó.
¿La clase?
Un momento… esa voz se me hacía conocida.
Abrí un ojo. Entre mi visión borrosa, deslumbré a Alessio parado al lado de mi pupitre.
Abrí el otro ojo, me levanté poco a poco, mi quijada estaba adolorida debido a que estaba recargada en el pupitre, me froté los ojos y tallé la baba seca de mi barbilla.
Me fijé alrededor, ya no había nadie, el salón estaba vacío a excepción de Alessio y de mí.
Como perezosa, tomé mi mochila, me levanté bajo la vista atenta de Alessio, le di las gracias por despertarme y me fui sin mirarlo.
Vaya, el modo zombi sí que afectaba enormemente, parecía apagarme todo.
Fui a mis siguientes clases y esta vez me aseguré de no dormirme.
Cuando tuve una hora libre, fui por un café, y me dirigí a las gradas para estar un rato ahí. Pero me detuve cuando vi nuevamente a Alessio, qué tonta, se me olvidaba que los viernes él venía aquí. Hacía lo mismo que todos los viernes en los que antes lo espiaba, estaba comiendo el pastelito de chocolate mientras escuchaba música, relajado, sereno.
Pude quedarme a espiarlo como antes, pero ya no, esta vez me fui de ahí. No iba a mentir, me seguía gustando pero ese gusto ya no parecía importante a comparación de todo lo que tenía que pensar y hacer. Él ya no era mi problema de manojo de nervios, antes sólo me concentraba en Alessio, pero ya eso era insignificante. Tengo asuntos más importantes que arreglar que un flechazo por él, con el tiempo se me va a pasar. Quizás decía esto porque me sentía mal, agotada, deprimida, no sé.
Antes de llegar a casa, tenía que ir a comprar material para un proyecto. Avisé a mamá que llegaría tarde, tomé el autobús y fui hasta al centro. Fui a las papelerías grandes y compré todo lo que necesitaba para el lienzo que tenía que hacer. De ahí, decidí ir a un parque para tomar aire fresco, quería tomar un pequeño respiro antes de llegar a casa.
Me sentía patética. En la tarde, en una banca de un parque para niños, reflexionaba hasta qué punto había llegado para sentirme así. Owen me estaba afectando más de lo que había estado queriendo admitir todo este tiempo. Era el problema que más grande que tenía, cargaba sobre mí y me asfixiaba.
Ya no quería esto, algún día llegaré a un punto en que no lo soportaré. Antes trataba de no tomarle importancia, no podía permitírmelo si no quería volverme loca. Trataba de ignorar el dolor para no tener que enfrentarlo, quería expresar todo, pero lo reprimía por miedo.
No tenía a quién contarle lo que me lastimaba, tenía amigos pero no podía desahogarme con ellos ni con nadie. Me sentía sola, miserable, patética.
¿Por qué me sentía patética? Porque no hallaba qué hacer, por dejar que Owen tuviera control sobre mí, por permitir que me amenazara y me obligara a hacer cosas que yo no quería, por terminar acorralada. Era una cobarde.
Si le tomas mucha importancia a un problema, te afectará más de lo que es. Me convencí de eso para no tener que lidiar con lo que me está pasando. Me pregunté hasta cuándo sería esto.
Mamá siempre dice que cuando algo te duele, lo ignores, no llores y mejor sonríe. ¿Eso me había estado funcionado? No. Ignorar el dolor nunca es la opción para estar mejor. Ahora lo entendía.
Quizás ahora estar deprimida no me estaba ayudando a encontrar una solución, pero al menos me estaba ayudando a admitir lo que llevaba ignorando por mucho tiempo; a admitir lo que estuve reprimiendo y ya estaba asfixiando, a admitir lo que de verdad sentía en mi interior, y aunque quería desahogar esto con alguien, no tenía a quién.
—¿Por qué lloras?
La dulce voz de una niña pequeña me trajo de vuelta. Volteé a verla, una nena estaba sentada junto a mí en la banca. Me impresionó la condición en la que la vi; no tenía cabello, traía puesta una diadema de tela color rosa. Tenía moretones en el cuello y manchas oscuras en su mejilla izquierda, su piel estaba muy pálida, blanquecina, estaba enferma.
—No estoy llorando, sólo estoy un poco triste, pero ya pasará. —Sus hermosos ojos azules destellaban de alegría, me hizo sonreír—. ¿Cómo te llamas?
—Soy Lucie —respondió. Ladeó un poco su cabeza, observándome con detenimiento—. Te pareces mucho a la princesa de mi hermano.
¿A la qué?
—¡Lucie! —Volteé rápidamente, y no pude evitar sorprenderme al encontrar a Alessio—. ¿Por qué te alejaste tanto? ¿No te he dicho que no te separes de mí? ¿Eh?, me preocupé mucho.
Quedé con la boca abierta. Alessio llegó hasta la niña y la abrazó con fuerza, sin percatarse que yo estaba al lado suyo.
—Perdón hermanito, es que la vi triste y quise ayudar. —La niña se separó del abrazo y me señaló.
Entonces Alessio volteó a verme, se sorprendió.
¿Hermanito?
¡Claro! ¡Lucie! Hasta ahorita conectaba todo, Alessio habló de su hermanita en la feria, con razón ese nombre se me hacía conocido.
—¿Es tu hermana? —Arqueé las cejas. Él asintió.
—Hermano. —Lucie lo jaló de la manga de su sudadera negra—. ¿Ella es tu princesa?
Él frunció el ceño, confundido al igual que yo.
—¿Cómo? —Alessio se agachó a su altura.
—Ella se parece mucho a la chica de las fotos. ¿Es la misma?
No entendía nada.
—¿Qué fotos? —interrogó Alessio. Lucie bajó un poco la cabeza, parecía avergonzada, luego la alzó con una mirada de inocencia, como si hubiera hecho una travesura.
—Si te digo, ¿te vas a enojar? —Puso un puchero tierno.
—No me enojo —aseguró él—, dime.
—Bueeeno… —La niña se balanceó sobre sus pies—. La otra vez, revisé tus cosas y en tu cajón encontré una tirita de fotos chiquitas, estabas tú y una chica que se parece mucho a ella. —Me señaló—, pensé que era tu princesa.
—No, Lucie, ella no es mi princesa —negó Alessio, irguiéndose—. Y ya no revises mis cosas.
La niña hizo un mohín.
—Pero, ¿sí es la misma? —Alessio le asintió—. Y si no es tu princesa, ¿por qué tienes fotos con ella? ¿Al menos es tu amiga? —Me señaló.
—Sí, es una amiga. —Alessio me miró con el semblante serio. La niña sonrió con júbilo, emocionada.
Yo no sabía ni qué decir o hacer, no entendía mucho de lo que hablaban, estaba confundida, sólo entendía que hablaban de las fotos que me había tomado con él el día de la feria.
—¿Cómo te llamas? —me preguntó Lucie, tomando mi mano.
—Ah... Soy Lira.
—¿Te gustan las ardillas? —preguntó, alegremente.
—Eh… sí, supongo.
Miré a Alessio, él sólo tenía las manos en los bolsillos.
—¡Genial! ¡Ven, acá vi unas! —Me jaló, llevándome con ella hasta un enorme árbol. Sabía que Alessio venía atrás de nosotras.
Nos paramos cuando llegamos hasta el gigantesco árbol. Ella buscó por unos minutos a alguna ardilla hasta que gritó:
—¡Mira! —Con su otra mano señaló una rama del árbol donde había una pareja de ardillas.
Pero las ardillas no estaban comiendo nueces, no, estaban en apareamiento.
—Están jugando al caballito —dijo ella, inocente a la situación.
Me sonrojé, carraspeé, volteando a otro lado.
—Eh…
—Ven, Lucie, vamos a jugar frisbee —intervino Alessio desde atrás.
—¡Sí! —exclamó—. ¡Vamos a jugar! —Me jaló para que los acompañara, acepté jugar un rato.