Atrévete

Capítulo 27

—Toma. —Lucie me extendió el disco color morado para que iniciara el juego. 

Los tres nos alejamos para formar un triángulo.  

¿Sólo tenía que lanzar el disco y ya? 

—¿Y cómo se gana en este juego o cuáles son las reglas? —pregunté lo suficientemente alto para que ambos me alcanzaran a escuchar. 

—Sólo tienes que atraparlo y lanzarlo —me contestó Lucie, dando saltitos en su lugar. 

Qué fácil, al fin no perderé en un juego. Lo lancé suavemente hacia Lucie, ella lo atrapó sin esfuerzo. Lucie se lo aventó hacia Alessio, pero ella no lo hizo con delicadeza, hasta parecía tener más fuerza que Alessio y yo juntos.  

—Con que así vamos a llevarnos, ¿eh? —dijo divertido hacia Lucie, ella le sacó la lengua. Me reí. 

Alessio me aventó el disco a mí, sin mucha fuerza. Miré con complicidad a Lucie, y ella pareció entender mi idea.  

Reuní todas mis fuerzas, tomé impulso y se lo aventé a Alessio, pero calculé mal hacia dónde le iba a pegar, porque le di justo en la cabeza, en serio, casi lo descalabré, él no tardó en quejarse llevándose la mano a la frente. Casi se me extirparon los ojos de la cara.  

Corrí hasta él, al igual que Lucie. 

—¡Oh por Dios! ¿Te maté? —grité en cuanto me acerqué, preocupada, examiné toda su cara contraída en dolor.  

—Te faltó poco para hacerlo —masculló, haciendo presión en su frente.  

—Vaya, tienes más musculo que Thor —exclamó Lucie, mirándome con la boca abierta. 

—Perdón, perdón, perdón —me disculpé, juntando mis manos a modo de súplica para que me disculpara—. No era mi intención, en serio, lo siento, perdón, perdón. No me demandes por el golpe, te juro que te lo compensaré, pero no me lleves a la cárcel, por favor.  

Lo último que me faltaría en mi vida, sería ir a la cárcel por descalabrar a alguien con un disco de frisbee. ¡Es que nada me sale bien! Juro que mi intención no era sacarle los sesos, no pensé que yo tuviera tanta fuerza. 

Él, entre el dolor que demostraba su cara, me miró con el entrecejo arrugado.  

—¿Qué? —soltó, confundido.  

—A ver tu chichón. —Lucie se alzó sobre sus pies para intentar ver el golpe de su hermano. 

Alessio se quitó la mano de la frente y dejó ver una pequeña cortada donde le salía un poco de sangre, ya empezaba a formársele un moretón enorme alrededor. 

—¡Oh por Dios! ¡Te abrí la cabeza! —grité, alarmada—. Tenemos que llevarte de emergencia a un hospital, rápido. 

Lo tomé del brazo, decidida a arrástralo a un hospital para que le cocieran esa cortada. Él me detuvo. 

—No. 

—¡¿Cómo qué no?! 

—Estaré bien, cuando llegue a casa me pondré hielo —aseguró. 

—¿Estás seguro? —No me quedaba tranquila sabiendo que yo le ocasioné eso. 

—Sí. 

Asentí aún preocupada y lo solté del brazo.  

Yo creo que ya era mejor que me fuera, no debía llegar tan tarde a casa y aparte ya había descalabrado a Alessio, ya no podía hacer más cosas así. 

—Mmm… Ya me tengo que ir —avisé.  

—Nooo, quédate a jugar un ratito más. —Lucie me tomó de la mano para arrastrarme.  

—No creo que sea seguro seguir jugando —dije, con referencia a lo que le había hecho a su hermano.  

Qué mala suerte me cargaba yo. 

Lucie hizo un puchero, le sonreí cálidamente y me agaché a su altura. 

—Fue un gusto conocerte, Lucie. —Le di un beso en el cachete, ella me lo regresó, reí—. Hasta luego —me despedí. Lucie agitó su pequeña manita. 

—Adiós —contestó Alessio, con el semblante serio. 

Me alejé de ellos, saliéndome del bosque, y fui directo a tomar el autobús para regresar a casa. Dios, pobre de la frente de Alessio, espero que no le duela mucho, y que no se le forme un chichón. Entre su hermana y yo le dimos una paliza con un disco de frisbee.  

En serio que no soy yo si no hago algo bruto. 

Lo malo es que mañana era mi fiesta de cumpleaños, y Alessio vendría y a lo mejor me miraría con rencor por el tremendo golpe que le di. Pero, ya que venía él, deseaba que Lucie también asistiera, era una niña muy linda, lo más seguro es que sí llegaría junto a Alessio. Quería hablar un poco más con ella, a pesar de que quería mantener distancia con su hermano. 

Llegué a casa, sólo estaba mi mamá, Gabriela y mis abuelos. Mi tía y Wendy habían salido al súper, y afortunadamente Owen y mi papá aún no llegaban hasta dentro de unas horas. La peor parte de mis días era cuando Owen llegaba, es un martirio tan sólo verlo.  

—Hija, ¿sí les pasaste la dirección de la cabaña a tus amigos? —preguntó mi mamá a penas me senté en la sala para ver junto a ellas la tele. 

—Sí, mamá.  

—Estupendo, recuerda que debemos levantarnos muy temprano para alistarnos, tenemos que llegar antes que los invitados. 

Mi mamá ya había arreglado todo, en la semana había ido a visitar y arreglar la cabaña para que estuviera lista para mañana, los invitados eran familia, amigos cercanos, eran muchos, incluso vendría mi familia paterna que vivía en Texas. 

—Lira, duérmete más temprano, cada día tienes más ojeras, te ves terrible.  

Por culpa de tu hijo. Me mordí la lengua para no decirlo en voz alta.  

Subí a terminar mis tareas porque sábado y domingo no tendría tiempo.  

Y, como todos los días desde hace una semana, en la madrugada me puse a vigilar afuera de mi habitación que Owen no se acercara a Gabriela.  

[…] 

Hoy es mi cumpleaños. Oficialmente 17 años. Cada año me pesa más la edad, en serio, siento que cada año se me forma una arruga, ya ni los viejitos se quejan tanto del cansancio de su cuerpo como yo lo hago. 

Bien, no empecé el día muy motivada y positiva, al contrario, no estaba muy ilusionada o emocionada por mi fiesta, me daba igual en estos momentos. De hecho, quería acostarme todo el día y dormir, ese sí sería un gran festejo para mi cuerpo, necesitaba un descanso. 

Mamá nos levantó a todos a las 7 am, me ordenó bañarme y cambiarme. Con toda la pereza que el mundo pudo recolectar para mí, me despegué de mi almohada llena de baba y me dirigí al baño.  

Me bañé y después de media hora de haberme quedado sentada mirando a la nada, me coloqué el vestido largo color rosa que mi mamá había comprado para mí hace unos días. Estaba bonito, me llegaba hasta los pies, el color era bonito y sencillo, lo que me agradaba era que no era un vestido ajustado, al contrario, me quedaba holgado, era de escote cuadrado, discreto. Muy cómodo.  

Por fortuna no tendré que usar tacones, no sé usarlos y dicen que son muy cansados. Usaré mis zapatos favoritos y cómodos: unas ballerinas también de color rosa parecido al del vestido. 
 
Mi mamá llegó minutos después para maquillarme. Ella ya estaba lista, me preguntaba cómo es que tardaba tan poco tiempo en arreglarse.  

Quién sabe qué mezcló, qué tanto me puso encima y demás, pero el punto es que el resultado fue una maravilla. Había ocultado mis ojeras y mi piel reseca, con eso habría sido suficiente para estar lista, pero también me puso un poco de rímel en las pestañas, y brillo labial de color clarito, e incluso me puso un poco de chapitas en las mejillas. Me hizo un peinado, el pelo suelto en ondas con dos trenzas que formaban una corona. No quedé mal, incluso parecía rejuvenecida, vaya la ironía.  

—Quedaste hermosa, cariño —expresó, examinándome de arriba abajo—. Oh, falta que te pongas mi regalo, amor. 

—¿Qué cosa?  

Del bolsillo de su vestido color azul marino, sacó un broche hermoso que estaba hecho de pequeñas perlitas blancas que formaban un corazón. Me lo puso donde ambas trenzas se cruzaban. 

—Listo.  

Me miré detenidamente en el espejo, vaya, ya sabía que arreglarme de vez en cuando no me quedaría mal. 

—Iré con tu hermana para maquillarla. 

Le asentí, y se fue. 

Seguí mirando mi reflejo hasta que de reojo divisé la diadema de orejitas brillantes de Minnie Mouse, por mera curiosidad, la agarré y me la puse con cuidado sin despeinarme.  

Sonreí. Se me veían muy infantiles. Recordé cuando las usé a juego con las de Alessio en la feria. A él sí se le veían muy tiernas a pesar de ser unas orejitas muy infantiles. Dejé el emotivo momento de recordar para después, me quité la diadema y salí de mi habitación, no sin antes agarrar mi pequeña mochilita donde llevaba lo esencial para la cabaña: mi pijama, mi cepillo de dientes y mi teléfono, era todo lo que necesitaba para sobrevivir una noche en la cabaña, aún no me agradaba ese hecho y me perturbaba tener que dormir bajo el mismo techo que Alessio y su familia. 

Bajé, y me encontré en la sala a mi padre con un esmoquin de tercio pelo color negro, leía el periódico. Mis abuelos también ya estaban listos, y también mi tía y mi primita. Faltaba que bajaran Owen, mi hermana y mi mamá para podernos ir.  

—Lira, te daré tu regalo de cumpleaños. —Mi padre sacó del bolsillo secreto de su esmoquin un sobre—. Aún es muy pronto, pero quiero dártelo ya.  

Me lo extendió, lo tomé y revisé qué era.  

Para mi lamentable suerte, el sobre era de la universidad que mi padre había escogido para mí para cuando terminara el instituto. Una universidad en el extranjero, muy prestigiosa, donde yo estudiaría medicina, una carrera que no me gustaba porque no era buena para eso.   

Fingí emoción para no desilusionarlo. 

—¡Muchas gracias, papá! —Forcé una sonrisa. Mi padre asintió, satisfecho.  

Me quedé contemplando el sobre, preguntándome en qué momento tendría el valor de decirle a mi padre que yo no quería estudiar medicina, sé que él quiere lo mejor para mí, me quiere asegurar un buen futuro, y de eso debería estar agradecida, lo estoy pero me siento mal por no poder confesar lo que de verdad quiero.  

—¡Ya estamos listas! —el grito de Gabriela me sobresaltó. Venía bajando junto a mi madre, las dos se veían increíbles, Gabriela traía un vestido que le llegaba unos tres dedos más debajo de las rodillas, era de color perla, y traía puesto unos tacones muy bajitos.  

Llegó hasta nosotros, y dio una vuelta. Aplaudí entre risas. 

Segundos después bajó Owen con un esmoquin igual al de papá. 

—Bueno, familia, hay que irnos ya. 

Uff, sería un día largo, lo presentía.  

 



#32614 en Novela romántica

En el texto hay: drama, amor, amoradolescente

Editado: 01.12.2020

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