Nos subimos a la camioneta de papá y emprendimos viaje hacia la cabaña del bosque, eran muchas horas de viaje, sentía que iba a llegar sin nalgas. Como todos los días en este pueblo, estaba nublado y muy gris el día, y a mí que me encantaba tanto cuando estaba soleado, voy a tener que mudarme a Miami o a un lugar donde no llueva tan seguido como aquí.
El viaje se pasó prácticamente en Gabriela cantando todo el tiempo las canciones de su banda favorita, y pobre de aquel que tocara el estéreo para bajarle a la música. Wendy y mi tía también no paraban de cantar, la camioneta era más que nada un horroroso concierto. Mi papá y mi mamá iban platicando de quién sabe qué. Owen iba en el celular, mis abuelos estaban dormidos, y yo iba mirando la carretera. Miraba cómo nos adentrábamos al bosque, a las afueras del pueblo, los enormes pinos y el ambiente húmedo nos daban la bienvenida.
Al fin, después de tres horas, de paradas para comer y conciertos improvisados, llegamos a la imponente cabaña que teníamos al frente. Tantos años habían pasado desde la primera vez que estuve en este glorioso lugar, ya hasta había olvidado lo hermoso y grande que es.
No pude esperar en bajarme y explorar el lugar. La cabaña era como de 3 pisos, sin duda esto era una mansión. Una mansión rustica. Toda hecha de madera, pude percibir que tenía ahora unos detalles lujosos que antes no estaban, como el caminito de piedras y faroles que llegaban hasta la entrada de la cabaña. También ahora el espacio era más grande ya que al parecer habían cortado algunos pinos que la rodeaban. Ya quería ir al muelle del lago que estaba cerca de aquí.
—¡Wow! —Gabriela dio chillidos de emoción—. ¡Está increíble! ¡No la recordaba así!
Mi mamá rio.
—Y eso que no la han visto por dentro.
Mi tía le aventó las llaves a Gabriela. Las dos corrimos, emocionadas hacia la entrada de la cabaña para abrirla. Ella abrió rápidamente la puerta y nos adentramos e inspeccionamos asombradas todo el lugar.
—Wow —emití en medio de mi embelesamiento. A Gabriela se le cayó la boca.
Definitivamente no la recordaba así, no tan espaciosa y con más lujos. Esto sin duda había costado una fortuna extra porque de seguro la habían remodelado para la fiesta.
Toda la cabaña por dentro era de madera oscura, preciosa y elegante.
Lo primero que nos recibió fue la sala, en lo que puse más atención fue en la chimenea alta de leña con acabado en piedras, se me antojaba sentarme en la alfombra aterciopelada de color marrón y beberme una buena taza de chocolate mientras me caliento con las brasas de la leña, pero sería luego.
Gabriela se aventó en uno de los tres sofás de cuero color café, no había televisión, pero sí una pequeña mesa redonda en el centro, y en el techo colgaba una antigua lámpara de bronce que iluminaba cálidamente todo el lugar. Me asombré cuando noté un piano de cola color negro, seguro era nuevo entre la decoración de la sala porque antes no había uno, ojalá supiera tocarlo. Todo parecía de revista.
Seguí inspeccionando el lugar, pero sin duda mi parte favorita era la sala, pasé al espacio donde se hallaba un comedor enorme rectangular de madera color caoba. A su lado estaba la espaciosa cocina del mismo color que el del comedor, desde la entrada podía escuchar a la voz mandona de mi mamá, estaba muy ajetreada dando órdenes para que todo estuviera listo ya que en menos de una hora estarían empezando a llegar los invitados, en especial vendrían la familia Mussolini y mis padres querían apantallarlos.
Se supone que debería estar preocupada por tener que enfrentarme a Alessio, pero bueno, ya había aprendido que ponerme ansiosa o darle mucha importancia no ayudaba a calmarme y nada más me estresaba.
Quería subir para ver las habitaciones y escoger una para acomodarme. Mamá entró a la cocina cargando un montón de bolsas que contenían los productos para preparar la comida.
—Mamá, ¿cuál va a ser mi habitación? —pregunté, ayudándola a desempacar las bolsas.
—¿Y la mía? —También preguntó Gabriela, entrando a la cocina.
—La que ustedes quieran. Hay cinco habitaciones en cada piso —respondió.
—Bien —respondimos al mismo tiempo.
Las dos subimos rápidamente a escoger una, al final del pasillo había unas escaleras para subir al tercer piso, pero yo prefería el segundo. Las puertas de cada habitación sí que están desgastadas, no las han pulido ni barnizado, hasta astillas tienen.
Ambas pasamos un rato abriendo cada habitación para buscar cuál era la más grande y bonita. Pero al parecer todas eran iguales; con una cama matrimonial, una mesita de noche, un pequeño armario, y también un reducido baño. Gabriela escogió la última que está al lado de las escaleras, yo escogí a su lado.
Dejé mi pequeña mochila, y bajé con el celular en la mano, debía estar al pendiente para cuando me llamaran mis amigos. No había mucho pierde para llegar a la cabaña, así que no debían tardar en llegar.
—¿Te ayudo en algo, mamá? —pregunté, husmeando la comida que ya estaba preparando. Iba a ser un delicioso banquete.
—Sí, puedes ir fijándote si ves llegar a alguien para que los recibas —contestó, mientras continuaba partiendo las verduras con una rapidez sobrehumana. Asentí y salí.
Afuera, papá y Owen colocaban una grande mesa, ahí se pondría el banquete. Mi tía colocaba la bocina para posteriormente poner música a un nivel que te dejaría con sordera.
En eso, el freno brusco de unas llantas casi me mata del susto. Ya sabía lo que significaba eso.
—¡Llegué, mis amores! —gritó mi tío Daniel, asomándose desde su auto.
Mi papá gruñó, no le agradaba para nada su hermano, por eso es que muy pocas veces permitía que mi tío Daniel viniera a visitarnos. Yo amaba cuando lo veía, su personalidad extravagante siempre me subía los ánimos.
—¡Casi nos matas del susto, Daniel! —gritó mi tía, tocándose el pecho dramáticamente.
Mi tío bajó de su camioneta toda sucia, y llegó a abrazarme con la fuerza que caracterizaba cada uno de sus abrazos que te sacaban los huesos.
—Pero mira nomás, mija, ya estás un año más cerca de la muerte —dijo, su acento aún me causaba gracia.
Me quedé tiesa, mirándolo con horror, él simplemente rio al ver mi cara de espanto por sus bellas felicitaciones.
Mi tío Daniel, a sus casi 40 años, se veía muy joven, para nada demacrado, siempre dice que usa muchas mascarillas para rejuvenecerse y mantenerse fresco como lechuga. Sus rulos rebeldes color azabache siempre se le pegaban en la cara, era de piel bronceada, eso sí, tenía la sonrisa más blanca de la faz de la tierra, parecía sonrisa Colgate.
Él era de esa clase de personas que tenía una alegría que te contagiaba y ponía de buen humor, una alegría muy hermosa que trasmitía mucho buen ánimo. Era el hombre más enérgico que conocía, su presencia jamás podía pasar desapercibida porque su extravagancia siempre lo hacía destacar a cualquier lado que fuese. Él es muy exitoso, un verdadero ejemplo a seguir.
Mi tío Daniel es norteño, vive en Monterrey, México. Es el único mexicano de la familia, mis abuelos lo habían adoptado cuando vivieron unos años allá, por eso a mi padre no le agradaba para nada, no lo consideraba hermano, mal por él porque yo sí lo consideraba tío.
Sabía bien que mi padre tenía celos de él, siempre lo ha demostrado así, mi tío ha hecho muchas cosas para que ambos se lleven bien, pero mi padre no lo soporta porque siente que hay una competencia entre los dos sobre quién es el mejor, mi papá siempre odia cuando le prestan atención a su hermano o cuando presumen sus logros, cosa que me parece absurda e infantil.
Se separó de mí y, con su distinguida forma de caminar y sonreír, se dirigió hacia su hermano.
—Hermanito mayor, qué viejo estás, la verdad. —Soltó su típica carcajadota. Mi padre le dedicó una severa mirada—. No te agüites, carnalito. Todos vamos pa´ tu edad.
Soltó otra risotada al ver la cara molesta de mi padre.
—No te quedes de inútil como siempre, y sirve de algo —escupió mi papá, con odio.
—No me hables así, estoy sensible. —Mi tío hizo un fingido puchero de tristeza, y después volvió a reírse mientras veía a su hermano gruñir.
Él nunca se enojaba o se tomaba a mal los insultos de mi padre, se los tomaba con un humor, me agradaba mucho porque no se dejaba afectar.
Después de un rato, mis abuelos paternos llegaron, ellos y Daniel eran los únicos familiares que vendrían por parte mi padre. Al mismo tiempo llegó toda mi familia materna, mis 17 tíos y tías con sus esposos e hijos.
Ya casi eran las 12 pm. Y luego de tanta espera, Noah llegó junto con Sebastián.
—¡Feliz cumpleaños! —Noah llegó a abrazarme—. Sé que es oficialmente hasta el lunes, pero te lo vengo adelantando, también tu regalo, toma.
Me extendió una cajita pequeña aterciopelada color negra, la abrí y me sorprendí en cuanto divisé un anillo hecho de macarrones chiquitos, sí, macarrones. No puede ser que le haya costado más esa caja que el anillo hecho de ingredientes culinarios.
¿Cómo le digo que su regalo está horrible sin herir sus sentimientos?
—Oh, qué detalle tan… apetitoso —comenté. Noah soltó una carcajada, doblándose de la risa, poco le faltó para secarse las lágrimas de los ojos.
Formé una línea con los labios, qué amigo tan cómico tenía. Ya presentía que me iba a salir de chistosito.
—Ya dame mi regalo, bruto —exigí, tirando mi paciencia a un lado.
—Uf, qué mal humor tienes —bufó, y buscó en el otro bolsillo de su short—. Ya, toma tu regalo, interesada.
Esta vez me extendió otra cajita aterciopelada, pero de color blanco. La abrí, y me fasciné cuando vi un verdadero anillo plateado que tenía un pequeño imán en el centro.
—¿Eso es un imán? —Señalé la parte del anillo en donde se encontraba.
—¡Sí! Yo también tengo uno. —Extendió su mano izquierda, mostrándome en su dedo anular un anillo idéntico al mío, sólo que el suyo no tenía un imán, en su lugar estaba un hueco circular—. Cuenta la leyenda que, para conectar dos almas, se necesita una unión entre los dedos anulares, al hacer un contacto entre ambos se establece una conexión invisible que dura eternamente, por eso tiene un imán, para hacer una fuerza de atracción.
—¿Ese cuento estúpido se te acaba de ocurrir? —vociferó Sebastián, mirando a mi amigo como si fuera el ser más absurdo del planeta.
—¿Qué dices? ¡Pero sí es verdad! —se defendió alzando los hombros. Sebastián le insistió con la mirada hasta que Noah se rindió—. Nah, mentira, debía agregarle cursilería, la verdad sólo me vendieron dos anillos y uno tenía un imán y el otro no.
Por un momento me creí el cuentito que había dicho Noah, era parecido a la historia de los anillos de compromiso. Pero bueno, Noah es Noah, simplemente.
—Yo te traje una paleta. —Sebastián sacó de su chaqueta de cuero una paleta tutsi pop—. Felicidades.
—Y te burlas de mi regalo —bufó Noah.
—Gracias a los dos. —Les di un abrazo, incluso Sebastián se dejó por esta vez, debía aprovechar.
Ya se percibía el ambiente a fiesta, también ya estaban llegando amigos de mis papás, daban buenos regalos la verdad.
En poco tiempo llegó Mikaela acompañada de Martin, me dieron mis regalos y no tardaron en dirigirse a la mesa de banquete. Ya que habían llegado a los que esperaba, pude ir por un plato y servirme un poco de puré, y un trozo de carne con verduras. Apenas si me iba a sentar a comer cuando llegó el momento en que la familia Mussolini ya estaba aquí. Puede que yo tenga buena o mala suerte, estaba en una balanza en este momento.
No sé cómo me sentía, bueno, ansiosa sí estaba. Se podía esperar de todo.
Mi mamá saltó de felicidad en cuando vio salir de la camioneta a la señora Camille, al señor Robert y a Alessio. Se acercaron a nosotros y, cuando creí que vería bajar a Lucie, Alessio cerró la puerta. Ella no venía, y eso me extrañó mucho.
—¡Camille, querida! —Mi madre y la señora Camille se dieron dos besos en la mejilla. Mi papá y el señor Robert se dieron un abrazo y palmaditas en la espalda.
Y, bueno, yo no pude evitar darle un vistazo de pies a cabeza a Alessio, traía puesta una camisa de botones color blanca con las mangas arremangadas hasta los codos, un pantalón negro y unos tenis blancos. Como de costumbre, traía su pelo revuelto, le daba un toque rebelde, lindo. También pude notar que aparte de su reloj negro, traía de nuevo la pulserita rosa que su hermana le había regalado, eso incrementó más mis ganas de preguntar por qué no había venido Lucie.
No terminé de encontrar la respuesta a mi interrogante porque la señora Camille me dio un abrazo e incluso el señor Robert, los dos me entregaron una bolsa grande de cartón color negra y me felicitaron. Les agradecí, un poco incomoda con la mirada de Alessio puesta en mí.
—Alessio también tiene un regalo para ti —informó la señora Camille, con una radiante sonrisa.
Todos volteamos a verlo, yo buscando qué regalo era, mentiría si dijera que no estuve pensando en aquella sorpresa desde que mamá me confesó que había una de su parte.
Pero él no traía nada.
—Sí hija, Alessio tocará una pieza de piano para ti —reveló mi madre, con emoción.
No pude evitar ocultar mi sorpresa, ¿tocará para mí? ¿Alessio sabe tocar el piano?
Y mi mente hizo conexión, ¡claro!, eso explicaba el piano que estaba en una esquina de la sala. Ya decía yo que antes no había uno, pues claro, lo habían traído para la sorpresa que Alessio iba a darme. Quise dar saltitos de alegría, pero me contuve, y sólo di un lento asentimiento.
—¡Y qué esperamos! —exclamó Robert, dando ademanes para que avanzáramos.
—¡Vayan todos a la sala! —ordenó mi mamá.
Y así lo hicimos, entramos todos a la cabaña y se acumuló la gente en la sala, expectantes a lo que iba a mostrar en unos momentos Alessio.
Me senté en el sillón individual, cerca del piano, porque obvio debía contemplar esto desde muy cerca. Aún no me creía que Alessio fuera a tocar para mí, no entendía el porqué de un gesto tan lindo. De verdad que él era tan impredecible, por eso me gustaba tanto, más de lo que debería.
Alessio se sentó en el banco de cuero negro para el piano. No pude evitarlo, yo traía mi celular en la mano así que aproveché la oportunidad, me aseguré de desactivar el flash y, discretamente le tomé una foto. Sé que dije que ya no lo haría, pero es que, no pueden culparme, no todos los días hay una vista tan bella.
Todos guardaron silencio y, él empezó a tocar.