Estaba confundida, ¿qué hacía Alessio en un hospital a los dos de la madrugada?
Él, sin percatarse de que lo observaba, sacaba varias bolsitas de la máquina expendedora.
Gabriela se levantó y yo hice lo mismo, pero sin dejar de ver a Alessio.
—Eh… vete primero, allá te alcanzo —le dije.
—¿A dónde vas tú? —preguntó mi hermana, recogiendo la basura de nuestra mesa y depositándola en el cesto de al lado.
—Iré al baño —mentí.
Ella asintió y se alejó. Me quedé unos segundos esperando a que Alessio también avanzara para poder seguirlo. Lo cierto era que me daba demasiada curiosidad.
Cautelosamente seguí la dirección a la que se dirigía, sólo esperaba que no volteara y me descubriera. Por el pasillo no cruzaban muchas personas, y apenas unas cuántas enfermeras. Lo que me preocupaba era que me estaba alejando demasiado de la zona que conocía para llegar a la habitación de mi abuela, no quería perderme pero la curiosidad me estaba ganando.
Subimos por unas escaleras que daban al siguiente piso, continuamos caminando y girando, hasta que él se detuvo en la puerta de una habitación y, antes de que me notara, me giré un poco para que no alcanzara a verme de reojo.
Después de que entró, chequé el número de la habitación.
¿Y ahora qué hacía? No pude ver quién estaba adentro. Quizás era mejor irme, tonta, no debí seguirlo.
Me fijé en los alrededores, diablos, ahora cómo regresaba, estuve tan concentrada en Alessio que no memoricé los pasillos por los que cruzaba, bruta estaré.
Iba a regresar o caminar sin rumbo hasta que encontrara a una enfermera de nuevo para que me ayudara a llegar a la habitación de la abuela, pero, pasó algo que confirmaba la mala suerte que yo tenía: tropecé.
Di un mal paso que me hizo enredarme, y por instinto quise sujetarme del dispensador de agua, mala idea, muy muy mala idea, el dispensador cayó junto a mí provocando un estruendo que hizo eco. El garrafón se zafó haciendo que toda el agua cayera en mí, empapándome.
Chillé, me levanté como pude, intentado parar el garrafón para que dejara de desparramar el agua, ya el pasillo se estaba inundando por mi culpa.
El problema en el que me había metido.
El agua en el piso me hizo volver a resbalar, caí golpeándome el trasero. Casi que quedo sin cadera. Solté un quejido.
Y, entonces, para recalar la situación vergonzosa, Alessio salió de la habitación. Lo primero que pasó por su rostro fue confusión por verme tirada y empapada en el piso, luego se sorprendió, y hasta el último reaccionó y se acercó a mí para ayudarme.
Me tomó de los brazos para levantarme, pero volví a dar un mal paso por culpa del piso resbaladizo y, esta vez, halé a Alessio cuando intenté no terminar en el suelo.
Ambos caímos. Pero, fue una caída épica, porque él terminó encima de mí. Sí, yo terminé debajo de Alessio, en una posición incómoda y comprometedora. Él alcanzó a apoyar los brazos arriba de mi cabeza para evitar que nuestras caras chocaran. Mis piernas quedaron atrapadas entre las suyas.
Oh, vaya, en este ángulo Alessio se veía más guapo de lo normal y, bueno, esto era lo más incómodo que pudo haberme provocado la curiosidad.
Ya tenía una notita mental: no ser curiosa.
Sus ojos estaban enormemente abiertos, al igual que los míos por esta embarazosa situación.
—¡Esto no es un motel! —El grito chillón de una señora nos hizo reaccionar.
Alessio se levantó rápidamente, liberándome. Me extendió la mano y la tomé con cuidado para que no volviera a pasar lo mismo.
—¡Cómo se les ocurre hacer sus cochinadas en un hospital! —nos reprendió la señora como de unos 50 años, su cara estaba roja como tomate y salpicaba nuestras caras con la saliva que escupía en cada grito que daba—. ¡Y en frente de una niña!
La señora señaló a nuestro lado, giré y ahí estaba nadie más ni nadie menos que Lucie, ella traía un celular apuntando hacia nosotros.
Un flash se disparó.
Supe lo que pasaba, Lucie había estado tomando fotos desde que Alessio había caído encima de mí.
Me sonrojé a nivel record.
¡Maldita sea!
Esto sobrepasaba lo vergonzoso.
—Son unos puercos —escupió la señora y se fue rechinando mientras nos miraba de mala gana.
Me sentía muy apenada, no sabía ni para dónde darle.
—Iré por alguien para que nos ayude a limpiar —informó Alessio, retirándose.
Quedé a solas con Lucie.
—Lucie —la llamé—, podrías por favor borrar las fotos que nos tomaste, te lo ruego.
Ella miró su teléfono y luego a mí, se lo pensó por unos momentos hasta que asintió con la cabeza.
—Gracias —suspiré.
—¿Mi hermano te invitó? —preguntó, acercándose a mí con cuidado de no resbalarse.
Fruncí el ceño.
—¿Invitarme a qué?
—A que me vinieras a visitar al hospital —respondió, con una sonrisa tierna.
—Emmm… No.
En ese momento llegó Alessio junto al señor de la limpieza.
—Vaya, casi nos pasa como al Titánico —murmuró el señor.
—¿Se refiere al Titanic? —le pregunté.
—Sí, sí, estaba viendo la película y Alessio llegó a interrumpirme —gruñó, sacando el trapeador de la canasta—, casi que llego a la parte donde la muchacha deja afuera de la tablita al guapete de Leonardo DiCaprio, muchacha egoísta —refunfuñó.
—Perdón por haberle interrumpido la película —me disculpé, entre risas.
—Sí, sí ya, métanse para que pueda trapear.
—Gracias, Carlos —le dijo Alessio.
Oh, se conocían.
El señor Carlos —como lo había llamado Alessio—, nos hizo un ademán para que pasáramos a la habitación.
Nos metimos, y Alessio cerró la puerta.
Inspeccioné la habitación, apenas si la luz tenue de la mesita de noche alumbraba, había una cama grande en el centro, al lado estaba el equipo médico, y en el piso había varios juguetes regados, había un pequeño armario al lado de la puerta y un baño también, al otro extremo estaba un pequeño sillón, y en frente de la cama colgaba una televisión grande.
Lucie se subió a la cama y se cobijó hasta la cara, dejando a la vista sólo sus ojos azules.
Alessio se metió al baño a buscar algo y yo me quedé de pie esperando a que saliera.
Llegó con una toalla pequeña y me la extendió. Le agradecí y empecé a secarme la cara y los brazos.
—¿Qué hacías aquí? —preguntó Alessio.
Iba a omitir pequeños detalles en mi respuesta.
—Em… mi abuela sufrió un ataque cardiaco, pero ya está estable —expliqué—, y yo me perdí en los pasillos, es un hospital muy grande, y pues ya sabes el resto, me tropecé.
Él asintió simplemente.
—¡¿Quieres quedarte a ver ponis?! —preguntó emocionada Lucie, se descubrió la cara y se sentó—. ¡Tenemos gomitas! —Señaló las bolsitas que Alessio traía desde el comedor.
Iba a negarme, juro que iba a hacerlo, pero Lucie puso la cara más tierna y dulce que he visto en mi vida. No quise negarme.
No creo que mi papá se preocupe porque no he llegado, ya que van a estar pasando a ver a mi abuela y a mí no me dejan.
—Está bien, pero sólo un ratito —acepté. Lucie dio saltitos desde su lugar.
Sonreí.
—Siéntate aquí. —Lucie palpó a su lado para que fuera.
—Pero voy a mojar las sábanas —dije.
—No importa, sube. —Volvió a palpar el lugar.
—Está bien. —Me subí con cuidado y me recosté en la cabecera.
—Vamos hermanito. —Lucie palpó su otro lado para que Alessio se sentara, él le hizo caso.
Quedamos con Lucie en medio.
Qué bueno que esta cama era grande y cabíamos todos, hasta sobraba espacio.
Lucie le subió a la televisión donde pasaban una caricatura de ponis, estaban bonitos.
Alessio nos pasó a cada una la bolsita de gomas.
Empecé a comer, mientras veía a los ponis de colores, debo admitir que la cancioncita que salía era tan pegajosa que la estaba tarareando al unísono con Lucie.
Giré para ver a Alessio, él estaba frunciéndole el ceño a un poni mientras le preguntaba a Lucie algo sobre cuál era su poder. Sonreí.
Los dos, discutiendo sobre ponis, se veían tiernos. Era un momento dulce, literalmente porque ya casi me daba diabetes con tantas gomas.
Continuamos viendo el programa hasta que se terminó.
De repente, Lucie se levantó bruscamente, haciéndome dar un respingo. Se puso a saltar.
—¿No debería dormir ya? —le pregunté a Alessio, ambos nos movíamos debido a los saltos enérgicos de Lucie.
—Sí, pero cuando come azúcar se altera —respondió él, levantándose e intentando calmar a Lucie.
—¿Y por qué le diste gomitas si sabes cómo se pone? —Arrugué la frente.
—Porque llevaba horas intentando que se durmiera y me prometió que, si le daba gomitas se acostaría —respondió.
Me llevé la mano a la frente, sopesando la torpeza de Alessio, ¿cómo se le ocurrió caer en ese soborno?
—¿Cómo no pensaste que te estaba mintiendo para que le dieras dulces?
—No lo pensé porque me hizo la misma cara que te hizo a ti para convencerte. Fui débil —contestó, y siguió intentado sentar a Lucie.
Ahí sí lo comprendí, a mí también me convencía Lucie con la carita de inocencia que hacía. Esa niña era bárbara.
De un momento que no vi venir, Lucie me había golpeado con una almohada, y luego a Alessio.
Yo agarré otra almohada y le regresé el golpe.
—¡Guerra de almohadas! —gritó, y me dio otro almohadazo.
Luego yo le di a Alessio. Ahora éramos las dos contra Alessio, dándole un golpe tras otro, mientras él ponía de escudo a su almohada.
—Con que ahora en mi contra, eh. —Nos sonrió a las dos con malicia, y empezó a soltar almohadazos por todos lados.
Nuestras risas resonaban por toda la habitación.
Aquí no había equipos, aquí era sobrevivir solo, todos contra todos. Continuamos con la guerra sin piedad.
Estaba divirtiéndome demasiado.
Nos detuvimos cuando ya no pudimos más, nuestras respiraciones agitadas era lo único que se escuchaba. Estábamos despeinados, todo hecho un desastre.
Y, estallamos en risas.
Lucie se aventó a la cama, bostezó y cerró sus ojos. Parecía un angelito, y vaya energía que se cargaba.
Me fijé en el reloj de la pared. 3 am.
—¡Maldición! —solté.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —interrogó Alessio.
—Que ya es muy tarde, me tengo que ir, adiós, me despides de Lucie —alegué, no esperé a que dijera algo y salí rápidamente.
Pero volví a entrar a la habitación en cuanto recordé un gran detalle, Alessio me miró.
—Estoy perdida, ayúdame a encontrar la habitación de mi abuela, por favor —supliqué.
—Sí, vamos.
Salimos.
—Es en el piso 4, y el número de la habitación es el 3 —informé.
Asintió, caminamos, giramos, bajamos, no sé qué más, pero el camino fue largo, yo sólo lo seguía en silencio.
Parece como si Alessio conociera todo el hospital, sólo le falta decir que es Doctor.
—Sólo gira ahí —indicó.
—Bien, muchas gracias, Alessio.
—De nada.
Le di una última mirada y continué con mi camino, giré en la esquina y, efectivamente, ahí estaban mis papás, mi hermana y mi tía.
Caminé hasta ellos, mi mamá fue la primera que me vio.
—¡¿En dónde estabas, Lira?! —gritó, corriendo hacia mí—. Desde hace horas que te nos perdiste.
Exageraba, sólo fue una hora.
—Perdón mamá, es que me perdí cuando fui al baño y, ya no sabía cómo regresar.
—¡¿Y por qué no le pediste a una enfermera que te trajera?!
—Porque pensé que yo podía llegar, y hasta ahorita le pedí a una señorita que me ayudara.
Mi mentira no era increíble, pero no se me ocurría otra excusa. Por fortuna, mi madre no notaba que traía el trasero mojado, tampoco escurría agua pero sí que seguía húmeda.
—Arthur, llévate a las niñas a la casa —le ordenó a mi padre.
—Vamos, niñas.
Gabriela y yo le seguimos hasta la camioneta para irnos por fin a casa, estaba cansada y con mucho sueño. Mi mamá y mi tía se iban a quedar toda la noche.
Sí que había sido un día muy pero muy largo.