Mañana en la tarde.
Hoy en la tarde.
Ahorita en unos minutos.
Conté cada hora desde ayer. Cada hora, fue frustrante, pero no podía evitarlo.
Alessio dijo que nos veríamos en la tarde. Pero no le pregunté si él se iría por aparte y ya lo vería en mi casa, o si nos iríamos juntos después de la escuela. Y es que mi mente no paraba de dar vueltas. Ayer le había avisado a mi familia que vendría Alessio a la casa, y estuvieron de acuerdo por tratarse del hijo de los amigos de mis padres.
El reloj del salón marcaba las dos menos diez. Mi pie tamboriteaba contra el piso. Esta era mi última clase, filosofía. Y mi atención no estaba puesta en la maestra, sino en el minutero del reloj.
No entendí por completo la prisa que llevaba, sólo pensaba en terminar la jornada.
—Señorita Jones —la voz de la maestra interrumpió mi nerviosismo—, la veo distraída, así que le haré una pregunta. ¿Qué cree usted que es el amor?
Analicé unos momentos la pregunta. Y creo que me confundí de clase, porque revolví la química y filosofía en mi respuesta.
—Mmhm…, creo que el amor es como el oxígeno, sin él no vivimos —respondí, mordiéndome la uña de mi pulgar.
El salón estalló en carcajadas. Me encogí en mi asiento, cohibida.
La maestra junto sus manos, y agachó la mirada mientras apretaba los labios para evitar sonreír. ¿Qué dije?
—Le haré otras preguntas, señorita Jones. —Me miró a través de sus anteojos chuecos—. ¿Está o ha estado enamorada?
Sabía que no, jamás me había enamorado en mi corta vida. Nunca he experimentado todas las emociones que una persona dice tener cuando está bobamente enamorada o enamorado.
—No.
—¿Ama a alguien? —continuó, recargándose en su escritorio.
—Sí, a mis amigos y familia.
—¿Cree que amar y estar enamorada es lo mismo?
—No.
—Dígame la diferencia. —Ladeó la cabeza.
—Creo que el amor es puro, más sano, y el enamoramiento es lo contrario, convierte a la persona egoísta y posesiva —respondí, sin titubear.
—¿Por qué egoísta y posesiva? —Frunció el ceño.
—Porque, cuando te enamoras de alguien, quieres estar por todos los medios con esa persona sin importar qué, puede conducir a la obsesión, además de que no ves las cosas claramente, lo considero peligroso. Y en cambio el amor es más racional y menos arrebatado. —Me encogí de hombros.
—Dejando eso de lado, ¿Qué cree que pasaría si una persona crece sin sentir ningún tipo de amor por diversas personas? Por un padre, una madre, un amigo, un novio, etc.
—No tendría sentido su vida, sería sin emoción y sin sentimientos, muy vacía, no habría impulso ni energía para continuar viviendo —contesté.
—Y, ahora bien… —Sonrió abiertamente—, ¿qué es el amor?
Me mordí el labio.
—El sentido de vivir.
El ring sonó.
Metí mis cosas rápidamente, y salí a toda prisa. Fui a mi casillero, guardé algunas cosas y saqué otras.
Me quedé pensando unos minutos, bien, ¿y ahora qué? ¿Debía esperar a Alessio? ¿En dónde? No sé si sus clases ya acabaron, ¿nos veríamos en mi casa? Quería que nos fuéramos juntos porque a lo mejor él no recordaba el camino a mi casa o el número de la puerta, podría llegar a confundirse de calle, o de jardín, o quizás de buzón, no sé, una indicación que le diga que sí llegó a la casa correcta, digo, él sólo nos ha visitado una vez. ¿Y por qué le estoy dando tantas vueltas a esto? ¿Por qué siento tanta emoción y nerviosismo? ¿Y por qué hago más preguntas y no me contesto ninguna?
Diablos, esto era estresante. Parezco adolescente buscando la ropa adecuada para su primera cita. Digo, sí soy una adolescente, pero esta no es mi primera cita, y no estoy buscando…
—¿Ya nos vamos?
Brinco del susto al escuchar y ver a Alessio justo a mi lado.
—¡Caracoles! —exclamo. Me llevo la mano al pecho dramáticamente.
—¿Ya volvemos al tema de los caracoles? ¿Acaso estudias ecología? —Enarcó una ceja, con una mirada burlesca.
Lo miré mal.
—Deberías avisar cuando aparezcas —reclamé, cerrando mi mochila y el casillero mientras trataba de calmar mis nervios.
—Sí avisé, pero no me escuchaste porque estabas sumergida en tus pensamientos —replicó.
Para la otra ya sé que no debo quedarme a mitad del pasillo a divagar, recordatorio anotado.
Ahora sabía que sí me iría acompañada de él.
Caminamos hasta la salida, cruzamos el jardín y, en ese momento Mika pasó tomada de la mano de Lee.
Estaban muy lejos de nosotros, de modo que los chicos no se dieron cuenta, pero Mika y yo cruzamos miradas y tanto como ella se sorprendió de verme con Alessio tanto como yo me sorprendí de verla con Lee. Me hizo una sonrisa pícara y yo le alcé las cejas repetidamente. Quién nos vería, ambas junto a los chicos que nos gustan. Bueno, ella más avanzada que yo, pero de igual.
Entre Alessio y yo había una distancia prudente, caminábamos por la acera tranquilamente, en silencio.
Al menos para mí sí era un silencio incómodo. Así que decidí hablar pese a mi nerviosidad.
—Y… ¿De qué color son tus venas? —le pregunté, con una sonrisa tensa.
En este momento me gustaría golpearme contra el poste de luz de la esquina. De verdad. No sería mala idea.
Él me miró como si frente a él estuviera un alíen con cuerpo de pepinillo y color de salchicha.
—Son negras —bromeó—. ¿Y las tuyas?
Sonreí.
—Amarillas.
Quizás sí sea un alíen.
Nos faltaban aproximadamente menos de diez minutos para llegar. Había tiempo de conversar antes de que mi mamá recibiera a Alessio y empezara a alardearlo.
Se me ocurrió un mejor tema de conversación.
—Ya casi es el baile de invierno —hablé—, en menos de tres semanas. —Lo miré—. ¿Vas a ir?
—No me gustan esos bailes. —Hizo una mueca.
—¿Por qué no? —inquirí.
—Porque son aburridos, todo consiste en bailar toda la noche y beber ponche.
—Pues es que por eso se llaman bailes de invierno, bailar y beber ponche para no congelarse —enfaticé.
—Y por eso es que aburrido.
Eso era de cierta forma verdad, e incluso aún más ya que los premios para los alumnos aplicados serían entregados ese día. Lo que me ponía ansiosa y preocupada porque mis padres esperaban que yo ganara, me castigarán cuando vean que no.
—¿Entonces no irás?
—No —negó—. ¿Y tú?
—Lamentablemente sí. —Hice un mohín.
—¿No quieres ir? —cuestionó.
—No, pero mis padres quieren que vaya porque esperan que gane el premio de las buenas calificaciones —suspiré, agaché la mirada—. No les he dicho que estoy a punto de reprobar varias materias.
—Tranquila, yo te voy a ayudar todo lo que pueda para que logres pasarlas —me aseguró.
—Es imposible que apruebe —dije.
Ser pesimista era mi primer apellido.
—Necesitas estudiar.
—Sí, precisamente por eso voy a reprobar, es muy difícil estudiar —rebatí, afligida.
—Bueno, en algo debe radicar el esfuerzo, ¿no lo crees?
—Pues sí.
Nos volvimos a quedar en silencio, sólo nos faltaban caminar dos calles más.
El frenesí con el que latía mi corazón no dejaba de sofocarme. Estar sola y cerca de Alessio me provocaba reacciones fuera de control. Ya me imaginaba cómo estaría cuando me quedara por un par de horas a solas con él en mi habitación. Estaba ansiosa, puede que ni me llegue a concentrar en las benditas matemáticas.
—Lira —me llamó, le presté atención—, Lucie no ha dejado de insistirme, quiere que la visites de nuevo. Si no tienes inconveniente, ¿podrías ir a verla? —preguntó.
—Sí, sí, de hecho, podría ir con ella las veces que visite a mi abuela en el hospital. —Sonreí con júbilo.
—Bien, gracias.
En ese momento llegamos a mi casa. Toqué la puerta.
En serio que no pasó ni una milésima de segundo cuando mi madre abrió bruscamente la puerta, como si hubiera estado pegada a ella. Nos recibió con una sonrisa de oreja a oreja. Me empezaba a dar miedo su actitud.
—¡Llegaron! —Me haló del brazo y me dio un beso en la mejilla, luego me apartó a un lado y esta vez haló a Alessio para darle también un beso en la mejilla. Oh por Dios, pero qué le picó.
La miré confundida. ¿Por qué estaba tan rara?
—Mmhm, mamá, estaremos arriba en mi habitación —le informé como habíamos quedado de acuerdo.
—Sí, sí, vayan, en un rato les subo chocolate caliente. —Nos sonrió y se metió en la cocina.
Gabriela no estaba porque había salido con sus amigas, lo cual agradecí ya que no quería que estuviera aquí cuando trajera a Alessio porque empezaría con sus cosas.
Subimos las escaleras y entramos a mi habitación. Me temblaban las manos ligeramente, además de que estaba sudando mucho. Sentía que con él adentro mi habitación había reducido.
Empezó a observar con detenimiento mi habitación.
Un brasier estaba colgando de la silla de mi escritorio. Miré a Alessio alarmada, por fortuna él estaba de espaldas a mí. Me acerqué discretamente al escritorio, agarré el brasier y lo metí en el último cajón del escritorio.
Ufff, de la que me salvé, hubiera sido muy bochornoso si lo hubiera visto.
Lo miré, él tenía su atención en mi colcha de Minnie Mouse. Volvió la cabeza y me miró con un toque de diversión. Me recriminé mentalmente por estar obsesionada con la esposa de Mickey. Debí cambiar la colcha ayer, resoplé.
Me quité la mochila, y me acerqué para sentarme en la cama, empecé a sacar mis libros. Él hizo lo mismo y se sentó en el borde.
—Bien, dame el temario de tu libro —pidió, se lo extendí.
Mientras él lo analizaba, yo me puse a obsérvalo, estábamos muy cerca. Muy, pero muy cerca, esto representaba un peligro para mi corazoncito.
Me encantaba verlo tan concentrado, arrugaba el entrecejo mientras se mordía ligeramente el labio, parecía absorto de que yo lo miraba como la acosadora que era.
Definitivamente no podría concentrarme con el nerviosismo que me provocaba, sentía un cosquilleo en mi estómago, mis manos sudaban al punto de que las frotaba constantemente en mi pantalón.
—Veremos a partir de este tema —señaló el libro—. Es lo que vendrá en tu próximo examen, ¿verdad?
—Sí, sí, eso viene. —Asentí sin poner atención a lo que me explicaba, sólo quería concentrarme en sus increíbles ojos.
—Está bien, entonces hay que iniciar.
Sacó su libreta y empezó a explicarme ejercicios, teoría y quién sabe qué más. A los diez minutos ya se me estaba fritando el cerebro.
Me aventé de espaldas en la cama, estirando los brazos.
—Ya me cansé —lloriqueé—, hay que descansar, por favorcito.
Él negó con la cabeza.
—Apenas hiciste un ejercicio a la mitad bien. —Me señaló la libreta—. Levántate.
A berrinches me volví a incorporar.
En eso mi mamá tocó la puerta y seguido la abrió.
—Les traje sus chocolates. —Sonrió, y nos extendió la bandeja en la que venían dos grandes tazas de chocolate espumoso con chantillí de decoración y bombones chiquitos, tomamos una cada quien y le agradecimos. Se retiró.
De inmediato le sorbí haciendo mucho ruido, con la mano agarré los bombones y los bañé de chantillí para comérmelos. Cerré los ojos, esto sí que me daba neuronas para seguir con las tediosas matemáticas.
—Dijiste que no te gustaba el chocolate —habló.
Reí.
—Es que mira, no me gusta de verdad, pero, el chocolate caliente espumoso sí me gusta porque lleva chantillí y bombones, o sea, a eso no le puedo poner peros —apunté, bebiendo más de mi taza.
Él también bebió.
—Está muy bueno.
–Sí, ahora sí podemos seguir estudiando, ya recuperé mis energías. —Le sonreí enormemente.
Él soltó una risa, con su dedo se tocó la comisura de su labio y dijo:
—Tienes chocolate aquí.
Me relamí el labio inferior para intentar quitar el resto de chocolate. Borró su sonrisa, y se quedó mirando mis labios por unos breves segundos que me estaban pareciendo eternos.
Mi boca quedó ligeramente entreabierta mientras mi corazón comenzó a latir con frenesí.
No sé qué estaba pasando. No sé por qué habíamos quedado en silencio, y no entendía por qué habíamos tornado un ambiente tan serio.
De pronto él carraspeó, desviando la mirada. Yo hice lo mismo, y con la manga de mi sudadera limpié el resto de chocolate de mi boca.
—Voy a probarte.
—¿Perdón? ¿Pro-bar-me qué? —tartamudeé, mientras sentía que mis mejillas se sonrojaban.
—Probar cuánto sabes del siguiente tema. —Miró el temario—, trigonometría, haz estos ejercicios y dependiendo de tu resultado te ayudaré con lo que no entiendas.
—Ah, sí, está bien.
Hice lo que me indicó, pero en mi mente no podía alejar lo que había pasado hace unos minutos.
Sentía el latido de mi corazón en los oídos. No alcanzaba a comprender el tenso momento que había tenido con Alessio.
[…]
Después de una hora, Alessio se retiró de mi casa, no habíamos hablado más de lo él me explicaba de las matemáticas. No había sido incómodo, sólo un poco extraño.
Le di las gracias y lo despedí. Acordamos que me daría arduas clases los miércoles y viernes.
Luego de que se fue, regresé a mi habitación y me aventé.
Saqué de mi mesita de noche la tira de fotos que atesoraba desde el día de la feria.
Admiré una por una mientras sonreía y emitía chillidos de emoción. ¿Por qué? No sé, sólo me sentía inesperadamente feliz, contenta como una lombriz.