Atrévete

Capítulo 37

Hoy visitaría a mi abuela y también a Lucie. Iría con mi tía porque ella se quedaría a cuidar de mi abuela hasta la noche y después se regresaría, yo me vendría más temprano que ella.  

Aunque ni ella ni mi mamá sabían que iba también con el propósito de ir con Lucie. Ellas ni siquiera estaban enteradas de que Alessio tenía una hermana.  

Lo que me llevaba a que aún no resolvía el misterio del porqué el señor Robert y la señora Camille no hablaban de su hija Lucie. No he cruzado muchas palabras con ellos, y supongo que a mis padres no les han informado de Lucie. Quizás simplemente no querían hablar sobre el estado de salud de su pequeña hija, porque era delicado. 

De cualquier forma, si ellos no lo han dicho entonces yo no soy quién para compartir esa información porque no me corresponde, lo que lleva a no decirle a mi madre que mi motivo para ir al hospital también residía en ir con la hermana de Alessio.  

Hoy no tendría clases por suspensión general, lo que era un alivio.  

Ya como a las 5 iría al hospital. Y en lo que pasaba el tiempo, me puse a ordenar mi habitación mientras escuchaba música y cantaba. 

—Debería subir esto a YouTube —el grito de mi hermana se escucha por sobre la música que reproducen mis audífonos, me los quito y dejo de bailar.  

Volteo a verla, ella está recargada en el marco de la puerta. 

—¿Qué decías?  

Dejo la escoba que estaba utilizando de micrófono. 

—Que nunca te había visto tan feliz —respondió, con una sonrisa traviesa—. Mamá ya me contó el chisme de que ayer vino Alessio —comentó, con un toque de burla escondido—. ¿Acaso te ves tan radiante por su visita? ¿eh?  

—No me hagas que te aviente la escoba —amenacé, mirándola mal, ya sabía qué buscaba sacar con ese tema, y no se lo iba a dar—. Fuera, estoy limpiando. 

—No, primero cuéntame los detalles jugosos. 

—No hay detalles “jugosos” —enfaticé molesta, cruzándome de brazos.  

Bueno, sí que había detalles jugosos. Pero no los compartiría con mi hermana menor porque muy posiblemente ella iría y se los contaría a mi mamá. Y vaya lío se amaría si mi madre le cuenta a mi padre. Se detonaría todo el chisme. Así que no le contaría absolutamente nada. 

—Ay por favor, Lira, no soy una niña, sé lo que pasa cuando dos adolescentes se quedan solos en una habitación y se atraen sexualmente. —Alzó las cejas de manera insinuadora. 

—¡¿Qué dices?!  —chillé, asqueada—. Deja esas cosas de adultos, no las menciones y vete, shu.  

La corrí pese a sus quejas.  

Dios, pero qué mente tan cochambrosa tiene esa niña.  

Después de ese fastidioso momento con Gabriela y sus insinuaciones, retomé mi concierto, y una vez que terminé y ya eran casi las 4 de la tarde empecé a buscar mi atuendo.  

Me bañé, me puse loción, no usaba muy seguido, pero hoy me dieron ganas de perfumarme un poco. Me hice una trenza, y me cambié por un jeans negro, una sudadera holgada blanca y unos tenis del mismo color. Me atuendo me recordaba mucho a Alessio, él siempre se vestía solamente de blanco y negro, y me gustaba. 

Una vez lista, agarré mi celular y bajé para irme con mi tía. Mi mamá nos despidió, y nos fuimos en el carro de ella.  

Me la pasé todo el camino mirando la ventana como de costumbre, mientras hacía dibujitos en el vapor de la ventana. A esta hora hacía mucho frío, y más porque ya estábamos en diciembre. En general no era fan de las épocas navideñas, lo único que rescataba del invierno era la nieve que me encantaba, pero claro, no disfrutaba el frío, lo detestaba. Siempre fui una persona que prefería el calor. 

Llegamos al cabo de unos minutos, mi tía estacionó el auto, y entramos al hospital.  

Nos dirigimos a la habitación de la abuela, pasamos con las indicaciones precisas del Doctor.  

La abuela estaba despierta, veía la televisión. En cuanto nos vio se puso contenta. La saludé de un beso y me senté a su lado en la silla. 

Estuve por media hora con ella, luego me despedí de mi tía y mi abuela.  

—Antes de llegar a casa, pasaré por unas cosas al centro —le informé a mi tía. Ella asintió. 

Era una pequeña mentira, ella no sabía que me quedaría por un par de horas en el hospital, ya después me iría a casa.  

—Con cuidado, sobrina.  

Salí de ahí y me escabullí de inmediato al piso 6 en donde estaba la habitación de Lucie, por suerte me sabía el número de su puerta.  

Me llevó poco tiempo llegar, aunque claro, también tuve ayuda de algunas enfermeras que iban pasando porque no quería perderme.  

Toqué la puerta. Y no tardó en abrir Lucie. 

—¡Lira!  

Corrió a abrazarme desde la cintura. Le devolví el abrazo, sonriéndole. 

—Hola, Lucie. ¿Cómo estás?  

—Muy bien, llegas justo a tiempo. —Se separó y me tomó de la mano para adentrarnos a la habitación. 

—¿A tiempo? ¿Para qué? —interrogué. 

Entramos y ahí estaba Alessio. Estaba sentado en el sofá pequeño, pero tenía los ojos cerrados, con la cabeza recargada en su mano derecha que estaba apoyada en el respaldo del mismo sofá.  

—¿Está dormido? —le susurré a Lucie. Asintió, emitiendo una pequeña risita.  

Me acerqué a él. Se veía tierno así como estaba. Pero claro, no le tomaría una foto en frente de su hermana. Además de que debía dejar esa manía. 

Con mi dedo le toque la frente para que se levantara. Pero no se levantó. Le volví a dar otro piquete. Vaya que este chico tenía el sueño pesado.  

Le di más picoteos seguidos en la frente, hasta que emitió un gruñido. 

—Lamento despertarte de tu siesta, pero ya levántate —le ordené, mientras le daba más piquetes hasta que en un movimiento inesperado él atrapó mi mano aún con los ojos cerrados. 

—Para, ya estoy despierto —emitió, somnoliento, mientras soltaba mi mano.  

Me aguante las ganas de reír. 

Me alejé un poco para que pudiera levantarse.  

Se frotó los ojos, y por fin se levantó.  

—Hola —le saludé una vez que lo vi en sus 5 sentidos. 

—Hola. 

Me tambaleé sobre mis pies y miré a Lucie. 

—Y bien, ¿qué hacemos? —inquirí, emocionada. 

—¡Vamos a patinar! —exclamó la pequeña, dando saltitos por todo el lugar. 

Miré a Alessio. 

—¿Patinar? ¿A esta hora? 

—Es la hora favorita de Lucie —respondió él, sonriéndole a su hermana. 

—¿Y en dónde van a patinar? —cuestioné, confundida.  

—Lee juega Hockey en la pista de hielo en la calle Monch, no está lejos de aquí —informó Alessio—. Los juegos son en la mañana. Y en la tarde se deja abierta para quien quiera ir.  

—Ah. 

—Ven, Lucie —la llamó, su hermana le siguió obediente. 

Alessio se dirigió al pequeño armario y sacó una chamarra, unos guantes, un gorrito, una bufanda y unas orejeras para el frío. Sentó a Lucie en la cama y le colocó las prendas. Quedó como una bolita de peluche graciosa, apenas si se le veía un poco de su cara.  

—Lista —le dijo. Lucie saltó de la cama y me tomó de la mano.  

—¿Yo también iré? —Me señalé. 

—Sí. —Asintió él. 

Oh. No sé si podía, porque tenía máximo dos horas para tardar, y de ahí tenía que irme a casa para llegar justo antes que mi tía.  

—Mmhm, pero, ¿nos vamos a tardar mucho? —le pregunté, poco convencida en ir—. Es que tengo que llegar a casa mucho antes de las ocho de la noche. 

—Mi hermano puede llevarte a tu casa —intervino Lucie, sonriendo inocentemente. 

Miré a Alessio, en busca de una respuesta. 

—Sí, puedo llevarte.  

—Te lo agradezco. —Le sonreí. 

Emocionados, salimos de la habitación y Alessio cerró.  

Me preguntaba justo ahora que se me venía a la mente, ¿cómo es que los padres de Lucie no están aquí?, sólo he venido a visitarla dos veces, y al único que he encontrado con ella es su hermano. 

—Oye, ¿No hay problema con tus padres que nos llevemos a Lucie a patinar? —le pregunté en un murmuro a Alessio. Él no contestó, sólo negó con la cabeza.  

No dije más, aún tomada de la mano de Lucie, bajamos hasta el primer piso, luego fuimos al enorme estacionamiento. Alessio iba frente a nosotras, ¿cómo es que no tiene frío con esa sudadera negra que lleva?, yo llevo una más gruesa que la de él y siento que ya me estoy congelando. Y Lucie va bien porque parece una bolita envuelta de peluche. 

Poco a poco el sol iba descendiendo, formando en el cielo una mezcla de colores, siempre me pareció extraordinario como el morado, el azul, el naranja y el amarillo hacían una bella vista digna de detenerse y admirarla. 

El feroz viento helado se colaba en mis huesos, haciéndome titiritar.  

Encontramos el auto blanco de Alessio, solté la mano de Lucie, y me fui con ella en la parte trasera. No quería irme de copiloto, porque sabría que no dejaría de ver a Alessio en todo el camino. 

Abroché el cinturón de Lucie, y Alessio arrancó con destino a la pista de hielo. 

Llegamos en un santiamén, tenía razón, no estaba muy lejos del hospital.  

Bajé y ayudé a Lucie.  

Alessio le dio la mano a su hermana y entramos a la pista de hielo. 

Adentro, sí había un poco de gente patinando. La pista era extensa, enorme. La puerta de la pista estaba abierta, rodeada de gradas que la separaban de vidrios. Aquí juegan hockey sobre el hielo, nunca he visto un juego de esos ahora que lo pienso. 

Caminamos por atrás de las gradas, en una esquina estaba un puesto pequeño de patines. Un señor estaba con una revista, mientras escuchaba música con audífonos, luego nos vio y se los quitó para atendernos. Pedimos unos patines y nos sentamos en las gradas para ponérnoslos.  

Creo que era buen momento para decir que yo no sabía patinar sobre hielo. No era lo mismo saber patinar con cuatro rueditas sobre la acera que con unas cuchillas sobre el hielo, y menos cuando eres pésima en el equilibrio como lo era yo. 

—Mmhm, no sé muy bien patinar —confesé, luego de terminar de colocarme los patines. Ni sé por qué me los puse si ni sé usarlos. 

—Aprenderás —respondió Alessio, luego de colocarse los suyos al igual que Lucie. 

—¿Y si me caigo?  

—Te levantas, y ya. —Me sonrió—. Vamos. 

Me extendió su mano, con su ayuda me levanté, y con mi otra mano agarré el borde del vidrio para apoyarme. Mis pies se doblaban y tambaleaban, ojalá que no me vaya a torcer el tobillo por andar en estos trotes. 

Entramos a la pista. Lucie ni siquiera necesitó ayuda de su hermano, entró como toda una profesional, me preocupaban las vueltas tan perfectas que daba, puede caerse y el golpe será doloroso. 

—Lucie quiere ser patinadora profesional —agregó Alessio al ver cómo miraba aterrorizada las vueltas que daba—. Ha tomado muchas clases. 

—Lo va a lograr, es muy buena en esto —opiné. 

Tomó mis dos manos, y creo que eso fue suficiente para que me empezaran a sudar, sin embargo, no se notaba debido a que aquí estaba helado, a ver si no nos da un resfriado, aunque a Alessio no parecía afectarle el frío, bueno, obvio que no le afecta porque él es un refrigerador.  

Los martilleos de mi corazón junto con la angustia de caerme ridículamente de trasero me estaban carcomiendo de nervios. Iba encorvada, parecía una caricatura con los pies chuecos deslizándome. 

Sin soltarme de las manos, él patinando de espaldas, me guio por la pista lentamente, parecía un experto. Yo le presionaba fuertemente las manos porque sentía que me iba a caer y también porque me temblaban, pero Alessio no se quejaba. 

Lucie por su parte, no se perdía de nuestra vista, patinaba como una profesional, incluso las pocas personas que estaban la miraban con ternura, se estaba luciendo. 

Era un lindo momento, y creo que en base a eso estaba construyendo una imagen sobre Alessio; en momentos donde él se portaba muy lindo, en momentos donde mostraba ser algo más allá de su faceta de chico refrigerador justo como lo prometió, como me dijo que haría un esfuerzo para ser menos hosco y lo estaba cumpliendo de poco a poco, pero, de cierta manera me preocupaba qué tan profundos podrían ser los sentimientos que desarrollara por él. Sin embargo, no me alejaría, no en este momento que estaba consiguiendo ser su amiga. 

—¿Ya quieres intentarlo sola? —habló él sacándome de mis pensamientos. 

Negué rotundamente. 

—Quiero conservar mi trasero en su lugar —comenté. Él soltó una risa.  

—¿Y si te suelto? —insinuó, con una mirada divertida. 

—Que ni se te ocurra —le advertí.  

—Vamos, tienes que intentarlo —alentó. Volví a negar—. Mira, te soltaré sólo de una mano. 

—No. 

Pero sí lo hizo, me soltó de una mano y por casi pierdo el equilibrio si no fuera porque me sostuvo más fuerte de la otra para impedir que me desparramara de frente.  

Traté de enderezarme poco a poco. Alessio seguía sosteniéndome de mi mano derecha. 

Quise iniciar una conversación para tratar de aligerar mis nervios por tener nuestras manos juntas, necesitaba tener la mente ocupada para no armar un mini escandalo interior por estar de esta manera con Alessio.   

—Oye…, ¿recuerdas ese poema que recitaste en la clase de literatura? —le pregunté sutilmente, mirándolo—, se llamaba “mi sueño”. 

Hace mucho que quise preguntarle algo sobre ello. 

Él asintió. 

—Sí, ¿por qué? —Me miró, con las cejas arqueadas. 

—Era un bonito poema… —comenté en un murmuro que sí escuchó—, recuerdo que me dijiste que nunca has tenido novia, entonces… —hice una pausa y me relamí los labios—, ¿por qué te gustan los poemas de amor? 

—¿Tengo que tener novia para que me gusten? —debatió, con una ceja enarcada mientras me seguía arrastrando por la pista con nuestras manos juntas en el aire. 

—No, pero… —Sonreí a medias—, bueno, es que el día que lo recitaste, no sé, sentí como si… 

—¿Como si el poema describiera lo que siento? —completó por mí. 

—Sí, sí, así. —Asentí furtivamente. 

Él se quedó unos minutos en silencio, quizás analizando su respuesta, luego se relamió los labios y habló. 

—¿Has leído libros de romance? —me preguntó. 

—Desde luego —contesté, extrañada.  

—¿Y has tenido novio o te has enamorado? —volvió a inquirir. 

—No.  

—¿Y por qué lees libros de romance si nunca te ha pasado una de esas historias de amor? 

Me quedé pensativa unos momentos. 

—Supongo que me gusta leerlas para sentirme enamorada. Aunque sepa que nunca me podrá pasar una historia así —confesé un poco vacilante.  

Sonrió. 

—Esa es la respuesta. Yo prefiero recitar un poema romántico, leer una historia de romance, escuchar una canción con unas palabras que se sienten como si tú estuvieras enamorado, aunque no tengas a alguien a tu lado, prefiero eso a una relación en la vida real —contestó.  

—¿Por qué no en la vida real? —Ladeé la cabeza, mientras fruncía el entrecejo. 

—Bueno, es más fácil leer sobre estar enamorado, que experimentarlo, ¿no crees?  

Lo creía, vaya que sí. Eso me pasaba con Alessio. Una cosa era leer en un libro cómo ambos personajes se enamoraban y vivían una aventura, pero ya experimentarlo en la vida real era más complejo de lo que un libro te pudiera preparar. No sabía cuál de las dos formas era la mejor.  
 



#28937 en Novela romántica

En el texto hay: drama, amor, amoradolescente

Editado: 01.12.2020

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