Aun así no lo odié

Capítulo 1 – El inicio también fue mentira

No todos los infiernos empiezan con fuego.
Algunos comienzan con una sonrisa bonita y una voz suave que pregunta tu nombre.

Elena conoció a Sebastián un sábado por la tarde, en el cumpleaños de una amiga que la había convencido de salir a distraerse. No quería ir, pero fue. A veces el destino se disfraza de decisiones tontas.

Él llegó con un grupo de amigos, riendo fuerte, con esa energía que parece llenar el lugar sin pedir permiso. Y fue como si, en medio del ruido, solo la viera a ella. Se acercó sin prisa, con la seguridad de quien está acostumbrado a gustar.

—No te había visto antes… ¿te escondías de mí? —dijo Sebastián, y Elena se rió.
No por el comentario. Sino porque hacía tiempo que nadie se le acercaba así.
Y mucho menos alguien como él.

Hablaron como si se conocieran de antes. La conversación fluía fácil, ligera. Sebastián parecía saber exactamente qué decir. La hacía reír, se interesaba por cada cosa que contaba, la escuchaba como si sus palabras fueran importantes.
Y eso, para alguien que llevaba mucho tiempo sintiéndose invisible… valía demasiado.

Al final de la noche, se despidió con un “¿me vas a dejar ir sin tu número?”. Y Elena, con un cosquilleo que no sabía explicar, se lo dio.

Los días siguientes fueron un torbellino de mensajes, llamadas, buenos días y buenas noches.
Sebastián era atento, dulce, casi perfecto. Siempre tenía una palabra bonita, una canción, una forma nueva de hacerla sentir especial.
Y Elena, que venía de vacíos y decepciones, se dejó llevar.

Después de dos semanas ya la estaba llamando “mi niña”.
Después de un mes, ya hablaban de viajes juntos.
Después de dos, Sebastián le había dicho que nunca había sentido algo así por nadie.

Y Elena, que tenía miedo de ilusionarse, cayó.

Al principio todo era emoción.
Los mensajes cuando estaba ocupada. Las sorpresas. Las caminatas de madrugada hablando de la vida.
Sebastián parecía ver en Elena lo que nadie más veía. Le decía que era distinta, intensa, auténtica. Y ella, por primera vez en mucho tiempo, se sintió elegida.

Lo presentó a su familia. Él fue encantador. Supo ganarse a todos.
Le gustaba ser el centro de atención. Pero con Elena era más suave, más íntimo.
O eso creía.

Las señales llegaron temprano, pero disfrazadas.
Una vez Elena tardó en contestar un mensaje, y Sebastián no lo tomó bien.

—¿Muy ocupada para mí, o qué? —dijo, medio en broma, medio en serio.
Y aunque ella se sintió incómoda, lo dejó pasar.
No quería arruinar algo tan bonito por una tontería.

Luego vino el primer comentario sobre su ropa.
—Esa blusa se te ve bien… pero no quiero que los demás te miren como yo te miro.

Y Elena pensó que era ternura.
No celos.

Luego le pidió que no saliera tanto con sus amigas.
—Es que ya no me dan ganas de salir si no es contigo —dijo Sebastián.
Y ella sonrió.
No vio la manipulación.
Solo pensó: me ama tanto, que me quiere solo para él.

Pero el amor no es control.
El amor no te apaga.

Y poco a poco, Sebastián comenzó a apagarla.
Primero con celos disfrazados de amor.
Después con silencios que dolían más que los gritos.
Después con reclamos.
Después con indiferencia.

Pero eso vendría después.

Por ahora, Elena lo amaba.
Y Sebastián parecía amarla también.
Y a veces, eso era suficiente para seguir.

Porque no sabía que el amor no debería doler así.
Que el amor no debería hacerte sentir menos.
Que el amor no debería tenerte rogando por cariño.

Pero por ahora…
Solo se aferraba al recuerdo de cómo comenzó todo.

Porque el inicio fue perfecto.
Y eso fue lo más peligroso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.