Desde aquel primer encuentro en la librería, la vida de Elena había dado un giro que nunca imaginó. Sebastián era como un torbellino que entró sin pedir permiso, pero que poco a poco la hizo sentir viva, esperanzada y, sobre todo, amada. Los días se convirtieron en largas conversaciones, risas compartidas y miradas que parecían leer el alma.
Al principio, todo parecía perfecto. Sebastián tenía esa mezcla de encanto y vulnerabilidad que hacía que Elena se sintiera única. Se paseaban por las calles empedradas de la ciudad, tomados de la mano, sin prisa por llegar a ningún lado. Hablaban de sueños, de miedos, de libros que amaban y de música que los movía por dentro.
Una tarde, mientras el sol se colaba entre las hojas de los árboles del parque, Sebastián se detuvo y miró a Elena con intensidad.
—¿Sabes? —dijo con voz suave— Desde que te vi, supe que eras diferente. No como las demás.
Elena sintió que el corazón se le aceleraba. Sus mejillas se tornaron rojizas y una sonrisa tímida se dibujó en sus labios.
—Yo... también sentí algo especial. Como si el tiempo se hubiera detenido.
Pero, como suele pasar, la magia inicial empezó a mostrar sus primeros signos de fragilidad.
Sebastián comenzó a ser más insistente, más presente. Sus mensajes no paraban ni un minuto. Al principio, a Elena le parecía dulce; era una forma de sentirse querida y protegida. Pero poco a poco, esa atención se volvió una sombra que la perseguía.
—¿Dónde estás?
—¿Con quién?
—¿Por qué no respondes?
Esas preguntas se convirtieron en una rutina que empezó a agotarla.
Una noche, mientras estaba con sus amigas, recibió una llamada.
—¿Por qué no contestas? —la voz de Sebastián sonaba preocupada y molesta a la vez.
—Estoy con ellas, no podía atenderte —respondió ella, intentando mantener la calma.
—No me gusta que salgas tanto sin mí —dijo él—. ¿No confías en mí?
Elena suspiró, sintiendo que cada palabra era una cadena que la ataba más y más.
—Sebastián, no es eso. Solo quiero tener mi espacio. No quiero pelear contigo.
—Pero no puedo evitar sentir que me alejas —respondió él, con el corazón en la voz—. Que no soy suficiente para ti.
Elena sintió una mezcla de tristeza y frustración. Amaba a Sebastián, pero ese amor empezaba a doler.
—No quiero perderte —le dijo—, pero tampoco puedo perder quién soy.
Los días pasaban y con ellos, las discusiones se hicieron más frecuentes. Cada reclamo, cada reproche, dejaba una marca invisible en Elena. Sebastián podía ser dulce y atento en un momento, y frío y distante al siguiente. Esa montaña rusa emocional la dejaba exhausta.
En una tarde lluviosa, Sebastián la llamó con voz temblorosa.
—Estoy dispuesto a dejar
A qué acabes conmigo.
Y para qué negarlo, nena, traté de olvidarte,
Pero no lo consigo, me tienes a tus pies.
Elena lo escuchaba en silencio, con lágrimas rodando por sus mejillas.
—Que no ves que tal vez tú eres mi castigo...
El dolor de esas palabras calaba profundo en su corazón.
Sebastián continuó:
—Y como un perro que va tras su hueso,
Vas y te persigo,
Si alguien intenta robarte sabes que me pongo agresivo...
Elena cerró los ojos, recordando todas las veces que él la lastimó y ella no pudo odiarlo.
—Perdóname por ser tan tóxico,
Algo demasiado nocivo,
Por ti fue que me volví alcohólico,
Y un fumador compulsivo...
Elena sintió que su cuerpo se hundía en una tristeza que no sabía cómo manejar.
—Pero yo prefiero rolarlo contigo,
Nena, te lo digo,
Otra noche a tu lado tomando champaña
Y botella de vino...
Ella escuchaba la confesión como si fuera una canción triste que marcaba el final de algo que nunca quiso que terminara.
—Al final sabemos que cada quien
Se irá por su propio camino...
Elena sabía que ese camino que Sebastián mencionaba, sería el que la llevaría a tomar la decisión más difícil de su vida.
—Tal vez puede ser que tú
No sientas nada por este latino,
Pero yo quiero agradecer
Por el momento tan repentino...
Después de colgar, Elena se quedó en silencio, con la lluvia golpeando la ventana y el corazón hecho pedazos. Se quitó la ropa mojada, se recostó en la cama y dejó que las lágrimas corrieran libremente. Sabía que ese amor la estaba consumiendo, pero no lograba odiarlo, no lograba dejar de amarlo.