Aun así no lo Odié

Capítulo 8 – Silencios que hablan

Elena despertó con los ojos ardiendo. No recordaba en qué momento se había quedado dormida, solo que sus mejillas aún estaban húmedas y la almohada tenía una mancha salada de lágrimas secas. No hubo sueños. Solo un abismo. Un espacio oscuro donde el silencio pesaba más que cualquier palabra.

Se incorporó lentamente, con la mirada perdida. El amanecer apenas se colaba por la ventana. La ciudad seguía viva allá afuera, ajena a lo que pasaba dentro de su pecho.

El teléfono vibró. Un mensaje.

Clara: ¿Desayunamos juntas hoy? Estoy cerca. No te hagas la loca, te invito yo.

Elena sonrió apenas. Clara siempre sabía cómo llegarle, incluso cuando ella quería esconderse del mundo.

Una hora después, estaban sentadas frente a dos cafés humeantes en una pequeña panadería de la colonia. Clara la observaba con atención.

— Dormiste algo.? —preguntó, mientras removía el azúcar.

— Poco. Tuve una noche pesada...otra más —respondió Elena con sinceridad, mirando el vapor que salía de su taza.

— Quieres hablar de él.?

— Alguna vez dejo de hacerlo.? —suspiró—. Está en todo. En los recuerdos, en los silencios. Es como una cicatriz que arde con el frío.

Clara le apretó la mano, con esa empatía que dolía pero reconfortaba.

— No hay prisa por sanar, Eli. Pero tampoco te acostumbres al dolor.

Esa frase quedó flotando en la cabeza de Elena todo el día.

Más tarde, ya en casa, se sentó junto a la ventana con su libreta abierta. Las palabras le brotaban como si su alma supiera exactamente qué decir, aunque ella aún no lo entendiera.

Carta #3
Hoy vi una pareja reírse en la calle, y me dolió. No por ellos, sino por lo que yo no tengo. Por lo que creí tener contigo y nunca fue real. Me duele recordar cómo solías mirarme, como si yo fuera tu refugio… y cómo después, tus ojos se llenaron de desprecio. ¿Dónde quedó ese amor que me prometías cuando me tomabas de la mano? ¿Dónde quedé yo?
A veces pienso que sigo rota por costumbre. Que he hecho del dolor una rutina que ya no sé cómo abandonar.

Elena soltó el bolígrafo, sus manos temblaban un poco.

Cerró los ojos.

Recordó la primera vez que Sebastián la llamó "mi lugar seguro".

Y cómo, al final, fue él quien la dejó expuesta en medio de la tormenta.

Entonces, como cada noche, puso música suave. Se acostó con el cuaderno en el pecho, abrazándolo como si en esas páginas pudiera encontrar una versión de ella que aún supiera cómo volver a empezar.

Y antes de cerrar los ojos, se repitió en voz baja:

—No es amor si duele más de lo que calma…




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