Aun así no lo Odié

Capítulo 9 – El eco de un nombre

La casa estaba en silencio, salvo por el roce del bolígrafo de Elena contra el papel. Cada palabra que escribía era un pedazo de sí misma que arrancaba con dolor. Había comenzado a escribir cartas como una forma de soltar, de decir lo que nunca pudo, de llorar en tinta lo que ya no podía gritar.

Su cama aún tenía las sábanas blancas, las mismas que días atrás estaban empapadas por la lluvia y por su llanto. Sebastián no lo sabía, pero con cada discusión, con cada palabra cruel, había sembrado en ella un jardín de heridas. Y ahora, ese jardín florecía en forma de cartas.

Esa noche no había dormido. Tenía los ojos cansados, pero no podía parar. Cada línea escrita era como una conversación pendiente, un abrazo que nunca llegó, un "lo siento" que ella había esperado durante años.

"Sebastián,

No sé si leas esto algún día. No sé si te importe. Pero necesito escribirlo, aunque sea solo para mí.

Me duele aún. Me duele mucho. Y no sabes cuánto me odio por seguir sintiéndolo. Porque tú ya seguiste, ¿verdad? Para ti, fui solo un error, una carga, algo de lo que te arrepientes. Pero yo... yo te quise tanto que me olvidé de mí misma.

No sé en qué momento dejé de ser yo para convertirme en lo que tú necesitabas. Me adapté, me rompí, me doblegué. Y aún así, nunca fue suficiente."

La tinta goteó en una de las esquinas, una lágrima involuntaria que sellaba la sinceridad de sus palabras.

Esa carta era solo una de muchas. En la caja de madera que estaba al pie de su cama, había más. Cada una era un trozo de su historia, contada desde el dolor, desde el amor no correspondido, desde la resiliencia.

Elena se recostó, sin apagar la luz. Abrazó la almohada y dejó que la música llenara la habitación. Su playlist se reproducía en modo aleatorio, pero parecía tener vida propia. Justo cuando cerró los ojos, comenzó a sonar esa canción.

"Y es que empiezo a pensar
Que el amor verdadero es tan solo el primero
Y es que empiezo a sospechar
Que los demás son solo para olvidar"

Sus labios temblaron, y el pecho se le encogió. Era como si la letra hubiese sido escrita con su historia. La canción empezó a sonar, como si sus pensamientos hubieran encontrado voz.

"Por eso esperaba con la carita empapada
Que llegaras con rosas, con mil rosas para mí
Porque ya sabes que me encantan esas cosas
Que no importa si es muy tonto, soy así
Y aún me parece mentira que se escape mi vida
Imaginando que vuelves a pasarte por aquí
Donde los viernes, cada tarde como siempre
La esperanza dice: Quieta, hoy quizá sí"

(Rosas La Oreja de Van Gogh)

Cerró los ojos. La canción la envolvía, la acariciaba con cada verso como si supiera cuánto dolía recordar. Como si supiera cuánto dolía esperar.

Porque sí, ella también esperó.

Esperó tantas veces... con la carita empapada, con las manos vacías, con el alma rota.

Esperó a Sebastián con rosas.

Pero él nunca llegó.

Y aun con el corazón hecho cenizas… ella seguía esperándolo con rosas.

Y ahora que había regresado… ella solo quería que no lo hiciera.




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