Aunque se hunda la Barca

Capítulo 2: Martillos y Esperanza

El amanecer traía consigo un viento áspero, como si el mismo lago Tenef quisiera advertirle que no se atreviera. Pero Brando no escuchaba advertencias, no ese día. El dolor de la ausencia de Brako le calaba los huesos, y la traición de Kaifa le quemaba el alma como hierro al rojo vivo.

Frente al lago, Brando solo veía dos opciones: rendirse y aceptar la pérdida, o luchar, aunque no tuviera nada.

—Si nadie me ayuda, me ayudaré yo mismo —dijo con voz firme, mirando las aguas embravecidas.

Nunca había construido una barca. No tenía planos, ni experiencia, ni materiales costosos. Solo tenía sus manos, su fe, y el amor por Brako, que se mantenía vivo como una llama que se niega a apagarse.

Buscó trozos de madera que otros habían desechado, clavos oxidados, sogas gastadas. Cada pieza parecía inútil por sí sola, pero en su mente se formaba la imagen de un sueño: cruzar el lago y recuperar a Brako.

Los vecinos lo miraban con asombro y burla.
—Está loco —decían—. Esa barca no va a durar ni un minuto en el agua.

Brando los escuchaba, pero no los oía. Clavaba cada tabla como si fuera un golpe al miedo, ajustaba cada soga como si atara su fe al destino. Se cortó, se golpeó, lloró, pero no se detuvo.

Cada noche, al cerrar los ojos, veía a Brako del otro lado del lago, esperando, quizás también sufriendo. Y entonces, al alba, regresaba al trabajo, con más determinación.

“Aunque no sepa cómo, lo haré. Aunque se hunda la barca, lo intentaré.” Esa frase martillaba su mente con cada golpe que daba al clavo, con cada gota de sudor que caía sobre la madera.

Después de semanas, la barca estaba lista. Era rudimentaria, imperfecta, parecía que se rompería solo con mirarla. Pero Brando la miró como si fuera una nave de guerra, su única oportunidad de alcanzar a Brako, su amigo, su hermano de alma.

Al colocarla sobre el agua, sintió que temblaban sus piernas, no por miedo al lago… sino por la magnitud del desafío. El lago era traicionero. La barca, inestable. Pero su corazón, firme como roca.

Se subió a la barca con el alma en pie de guerra. Miró hacia el horizonte, respiró profundo y dijo en voz alta:

—Aunque la barca se hunda, yo cruzaré. Aunque me falten fuerzas, remaré. Porque al otro lado está Brako… y no lo abandonaré.

Las aguas se abrieron ante él, no con calma, sino con furia. Cada ola era una bofetada, cada crujido de la barca un aviso de que no era el momento. Pero Brando no retrocedía. Sus manos temblaban, pero su fe era más fuerte que el miedo.

El cielo se oscureció a mitad del trayecto. Los vientos aullaban como bestias, la barca chirriaba como si fuera a partirse. A escasos metros de la orilla, una ola más fuerte golpeó con furia.

La barca se partió en dos.

Brando cayó al agua, helada como el abandono. Pero no gritó. No maldijo. Cerró los ojos y pensó en Brako.
Y con lo último de sus fuerzas, nadó. Nadó con rabia, con amor, con desesperación.

La orilla estaba cerca, pero cada brazada se sentía eterna. Hasta que, exhausto, su mano tocó tierra firme. Se arrastró hasta la arena, jadeando, temblando, llorando.

Había llegado.

Había cruzado.

Y aunque la barca se hundió, su voluntad no lo hizo.

FIN DEL CAPÍTULO 2




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