Aurora: Luna de sangre

Capítulo 5: Discípulo o esclavo

— Arthur: Gracias, señor Lee; habló con cansancio en la voz; haré lo mejor que pueda.

— Señor Lee: Bien, sé que lo harás, yo cubriré tus espaldas, así que no te preocupes, dedícate a excavar.

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Tres meses antes...

Después de un mes de arduo trabajo en la mina, ese día, Terry llegó acompañado de cuatro nuevos esclavos y un anciano, aumentando el grupo a diez personas.

Sus pasos resonaban por la cueva mientras empujaba a los recién llegados hacia el interior.

— Terry: Escuchen bien, estos son sus nuevos compañeros, a partir de ahora trabajarán juntos para cumplir con sus deberes. Cada uno de estos desgraciados tiene una historia, pero cómo todas las historias, son parte del pasado o de su imaginación.

¡Aquí solo importa lo que saquen de la roca!

— ¡Tú! Acércate, decía mientras señalaba a uno de los hombres que estaba detrás de él.

Era un anciano que apenas podía mantenerse en pie. Aún así sin compasión alguna, lo empujó con fuerza hacia adelante, lo que hizo que el hombre tropezara y cayera de rodillas al suelo polvoriento.

Sin pensarlo, Arthur corrió hacia él y lo sostuvo por el hombro antes de que colapsara por completo.

— Anciano: Gracias, joven. Murmuró con dificultad.

— Arthur: No es nada, debería descansar señor.

Antes de que pudiera continuar, Terry señaló a los otros tres esclavos con un gesto impaciente.

— Terry: ¡Corpudo!, señalando a un hombre musculoso, de piel oscura y músculos marcados.

Este tipo no sé en qué utilizaba su cuerpo musculoso, pero ahora le serán útiles esos brazos para excavar. ¡Trabaja bien!

El hombre con cicatrices que revelaban años de trabajo y lucha, miraba a su alrededor con una expresión que mezclaba tristeza pero determinación. Su rostro, endurecido, no mostraba ni una pizca de miedo. Era alto, con hombros anchos y una presencia imponente.

El siguiente en ser señalado fue un hombre de estatura media, con una complexión más delgada y ágil.

— Terry: ¡Justo! Dijo con una sonrisa sarcástica. Un ladronzuelo que creía que podía robar sin pagar las consecuencias. Tal vez sus manos rápidas le sirvan para algo más que hurtar.

Justo mantenía una sonrisa ladeada mientras con sus ojos escudriñaba el lugar. Su cabello desordenado y su andar ligero le daban una apariencia felina. Aunque ahora estaba atrapado en la mina, había algo en su actitud que sugería que nunca dejaría de buscar una oportunidad de aprovecharse de los demás, como si cada rincón de la cueva estuviera a su disposición.

El siguiente en dar un paso al frente era un hombre fornido, de barba abundante y brazos cruzados, que mantenía una expresión severa.

— Terry: Él es Jean, un exsoldado capturado de Nórdic. Aunque ahora sólo le espera la muerte. ¡Será mejor que disfrutes la nueva vida!

Jean tenía la mirada fría y distante. Aunque ya no era un soldado, su postura firme y sus ojos duros dejaban en claro que no había olvidado cómo luchar, incluso en las peores circunstancias. Su cabello corto y sus rasgos ásperos lo hacían parecer un guerrero al que no le quedaba mucho por perder.

Finalmente, Terry señaló al último esclavo, un hombre delgado con cicatrices visibles en las manos y la cara.

— Terry: Flacucho; dijo con desdén; él es un alquimista venido a menos y traído aquí por no pagar sus deudas.

El hombre bajó la mirada, evitando el contacto visual con los demás. Su piel tenía marcas de quemaduras antiguas, como si su pasado estuviera literalmente grabado en su carne. Había una extraña fragilidad en él, y su semblante delataba el desgaste físico y mental de alguien que había perdido mucho más que su libertad.

— Terry: Ahora que están todos, trabajen bien juntos. ¡Recuerden, aquí van a vivir por siempre!

Con esa advertencia, Terry se desvaneció entre las sombras de la cueva, dejando a los nuevos esclavos con el resto del grupo.

Arthur ayudó al anciano a sentarse en una esquina más cómoda, mientras los otros comenzaban a adaptarse a su nuevo entorno.

El anciano soltó un suspiro largo mientras se acomodaba en el suelo frío.

— Anciano: Gracias, no sé cuánto tiempo podré soportar esto, pero al menos, ahora sé que tengo un buen muchacho a mi lado. ¿Cuál es tu nombre? Preguntó con curiosidad.

— Yo soy Arthur, tengo un mes de haber llegado aquí, así que no sé mucho de éste lugar, ¿Y usted?

— Mi nombre, hace mucho tiempo que he abandonado mi identidad, puedes llamarme Lee.

— Arthur: Señor Lee, un gusto conocerlo, decía mientras inclinaba su cabeza levemente.

— Lee: No debes inclinarte ante cualquier persona chico, nunca sabes que intenciones tienen los demás hacia ti, éste lugar es muy peligroso.

Arthur, aún sorprendido por la situación, se limitó a asentir. Sabía que el tiempo en la mina sería duro, pero algo en la presencia del anciano lo hacía sentir una extraña calma. Lee era como un rio de agua fría que fluye en el infierno.

— Arthur: Déjeme enseñarle el lugar, señor. No es mucho, pero es donde pasaremos... quién sabe cuánto tiempo.

— Lee: Ja ja ja... cof cof cof... Tal vez para ti haya esperanza, muchacho. Pero para mí... Hizo una pausa; si alguna vez llega ese momento, es muy probable que esté sepultado bajo tierra.

— Arthur: Sin lugar a dudas, saldré de aquí. Cuando lo haga, todos me seguirán.

— Lee: me gusta tu entusiasmo, tal vez lo logres, cuando lo hagas recuerda llevarme contigo, cof cof cof. Habló mientras lo miraba a los ojos hasta que comenzó a toser.

— Arthur: ¿Está bien?

— Lee: Si, no te preocupes, gajes de la edad, no tiene importancia, vamos a descansar.

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De vuelta al presente...

Arthur había comenzado a trabajar a un ritmo extenuante, sacando más piedras que nunca.

Ahora, después de todo lo aprendido en estos tres meses, entendía mejor las palabras de Lee sobre la fortaleza mental.

En ese entonces, solo era un esclavo más, con la esperanza de escapar algún día. Ahora, gracias a los consejos del anciano y su propia voluntad, estaba en camino a convertirse en alguien mucho más fuerte.




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