Autentic Letters: Cartas sin Respuesta

Buenos Aires, donde el tango y la ausencia bailan juntos

Querido A.,

Hoy volví a La Boca.

No sé qué me trajo hasta acá, si fue el viento del río, el sonido de un bandoneón lejano o simplemente la costumbre de buscarte en los lugares donde ya no estás. Bajé del colectivo y me encontré con las mismas calles de siempre: los conventillos de chapa pintados con colores vivos, como si quisieran tapar las historias tristes que se esconden en su interior. Caminito estaba repleto de turistas con cámaras en mano, pero yo solo veía fantasmas.

Me apoyé contra una de esas paredes descascaradas y cerré los ojos por un instante. Ahí estábamos vos y yo, en una tarde de invierno, caminando de la mano entre los adoquines húmedos. Vos hablándome de los inmigrantes genoveses, de los marineros que pasaban noches enteras bebiendo en los bares de mala muerte, de los pintores que convirtieron estas calles en una galería de arte a cielo abierto. Yo te escuchaba en silencio, fascinada por tu manera de contar historias, por la pasión con la que defendías este barrio.

“El tango nació en lugares como este”, me dijiste una vez, mientras señalabas a un par de músicos callejeros que tocaban con el alma en cada nota. “Es música de puerto, de desarraigo, de tipos que dejaron todo atrás y encontraron en Buenos Aires un amor y una condena”. Me acuerdo de cómo me miraste después de decir eso, con esa media sonrisa cargada de significados. No entendí en ese momento lo que querías decirme. Ahora sí.

Me senté en una mesa de El Estaño 1880, ese bar donde solíamos refugiarnos de la lluvia. El mozo, un tipo mayor de mirada cansada, me preguntó qué quería tomar. Dudé unos segundos antes de pedir un cortado, el mismo que siempre pedías vos. Sentí la necesidad de probarlo, de sentir en el paladar algo tuyo, aunque fuera un recuerdo líquido.

En un rincón del bar, un hombre mayor tocaba el bandoneón. No tenía acompañamiento, solo él y su música. Reconocí el tango al instante: Naranjo en flor. Esa canción siempre te hacía callar. Nunca supe por qué. “Es el tango más triste que existe”, me dijiste una vez, pero nunca explicaste por qué lo sentías tan tuyo.

Y ahí, entre sorbo y sorbo de café, entendí algo: el tango no es solo música, es un lenguaje que solo entienden los que han perdido algo. Es el lamento de los que se quedaron esperando, de los que miran el río con la esperanza de que alguien regrese.

Después de un rato, pagué la cuenta y salí a caminar hasta el Riachuelo. Me apoyé en la baranda del viejo puente y miré el agua oscura. Cuántas despedidas habrán quedado flotando ahí, cuántas promesas se habrán hundido con los barcos que nunca volvieron. Me acordé de la historia que me contaste sobre los inmigrantes que llegaron con las valijas llenas de sueños y el corazón partido entre dos tierras.

“Este río ha visto partir a más gente de la que ha visto volver”, me dijiste una vez.

Hoy sentí que hablabas de nosotros.

Siempre tuya,

E.




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