Autentic Letters: Cartas sin Respuesta

Buenos Aires, donde el río sigue murmurando, como si contara historias que solo algunos pueden entender

Querido A.,

Hoy caminé por la Costanera, siguiendo el camino del agua, como si pudiera alcanzar con los pasos lo que el tiempo me robó. Se sentía esa brisa salada y espesa que se pega a la piel, ese aroma a río mezclado con el humo de las parrillas. Todo estaba ahí, como siempre. Como si no hubiera pasado el tiempo. Como si nunca te hubieras ido.

¿Te acordás de nuestras excursiones gastronómicas? Decíamos que había que probar cada puesto de choripanes de la Costanera hasta encontrar el mejor. Y nunca lo encontramos, porque cada vez que volvíamos, el ranking cambiaba dependiendo del hambre que tuviéramos. Nos gustaba sentarnos en los bancos de cemento, con las piernas colgando, mordiendo el pan con la voracidad de quienes creen que la felicidad cabe en un bocado de comida grasosa.

Hoy me senté en el mismo banco donde aquella vez casi te ahogás con una carcajada. No sé qué dijiste, algo sobre un turista que pedía chimichurri con acento extranjero, pero te salió un comentario tan ridículo que terminaste tosiendo y golpeándote el pecho, mientras yo lloraba de risa. Nos ganamos la mirada reprobatoria del parrillero, que seguro pensó que éramos dos idiotas que no sabían comer un sándwich sin hacer un escándalo. Y capaz tenía razón.

Pero la Costanera también tiene sus momentos serios, sus atardeceres de charlas profundas. ¿Te acordás cuando vinimos a ver el río después de aquel invierno difícil? Vos estabas en crisis con la carrera, yo estaba rota por otras cosas que ni siquiera sabía cómo explicar. Caminamos en silencio por la orilla, y de repente dijiste: “Lo bueno del río es que siempre se va, pero siempre está. Ojalá nosotros pudiéramos hacer lo mismo.”

Hoy lo miré con otros ojos. Me pregunté si vos también sentís lo mismo cuando lo ves, si también pensás en esos momentos en los que creíamos que la vida iba a esperarnos, que siempre íbamos a tener tiempo para volver.

El río no espera a nadie.

Las gaviotas siguen sobrevolando la costa, los vendedores ambulantes siguen ofreciendo helados y gaseosas como si fueran tesoros, y los autos siguen pasando por la avenida sin detenerse. Me pregunto cuántas historias como la nuestra habrán visto estos bancos, cuántas despedidas, cuántos reencuentros.

Pero el nuestro no llegó todavía.

Así que me quedé un rato más, con el río murmurando su canción eterna, con el viento trayéndome un eco de tu risa lejana. Y pedí un choripán, por los viejos tiempos.

Siempre tuya,

E.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.