Querido A.,
Hoy tomé el tren hasta Tigre. No sé bien por qué. Quizás porque es un lugar donde todo parece más lento, donde la ciudad se calla un poco y deja hablar al agua. Me senté en uno de los muelles, viendo las lanchas colectivas ir y venir, cargando a los isleños que se mueven con la certeza de quien conoce bien las corrientes.
No tardé en recordarnos.
Nosotros dos, con esa emoción tonta de los que descubren un lugar como si fueran exploradores. Alquilamos un bote con la absurda idea de remar hasta encontrar una isla solitaria, una donde nadie nos molestara. No habíamos pensado en lo difícil que era remar de verdad. Terminamos girando en círculos, discutiendo sobre quién remaba peor.
“Dejá, vos no servís para esto.”
“Ah, claro, porque vos sos todo un navegante.”
“Bueno, al menos no choco contra el muelle, E.”
Y ahí íbamos, con un remo hundiéndose más de la cuenta y el otro apenas tocando el agua, avanzando torpemente mientras vos te reías de mi torpeza y yo me reía de la tuya. Terminamos en una isla cualquiera, con los brazos adoloridos y la ropa mojada. Pero fue nuestro pequeño triunfo, nuestra victoria contra la corriente.
Hoy me senté en el mismo muelle donde aquella vez nos quedamos después de la remada. Todavía me acuerdo de la brisa en la piel, de los árboles inclinándose sobre el agua, de la forma en que el sol se reflejaba en las ondas. Y de vos, con la cabeza apoyada en mis piernas, hablando de todo y de nada.
“¿Cómo puede ser que el agua me dé tanta paz?” dijiste, mirando el cielo.
No supe responderte en ese momento. Pero hoy creo que es porque el agua no se detiene, no se aferra a nada, y sin embargo, nunca se pierde. Va y viene, como los recuerdos, como nosotros.
Caminé un poco más por el Paseo Victorica, pasé por el Museo de Arte, me asomé a ver los jardines, y seguí andando. Me compré un mate de calabaza en el puerto de frutos, aunque sé que no lo voy a usar, solo porque me recordó a la vez que me insististe en comprar uno para ser más argentina cuando me quejaba del sabor amargo.
Me gustaría que estuviéramos acá ahora, buscando otra isla, remando sin rumbo hasta encontrar un pedazo de tierra donde descansar. Pero las corrientes nos llevaron por caminos distintos, y vos ya no estás en este río.
Tal vez, en otro tiempo, en otra vida, volvamos a cruzarnos en algún muelle.
Hasta entonces, sigo remando.
Siempre tuya,
E.