Aventura Mítica
Capítulo 1: Un pasado insuperable
En el mítico Bosque de Possa, un paraje antiguo lleno de árboles inmensos, plantas misteriosas y criaturas oscuras, se alzaba una modesta casa de madera, cubierta con hojas y tierra, lo que le daba un aspecto rústico pero resistente. No era el hogar de una familia cualquiera, sino de una de las más renombradas en toda la región: los Barreto. ¿Te preguntas la razón de su fama? Un hombre en particular, Frank Barreto, se había convertido en leyenda por ser un implacable cazador de criaturas malignas. Su nombre resonaba en los rincones más oscuros del bosque, donde día y noche se enfrentaba a monstruos acechantes. Frank era el digno heredero del legado de su padre, Kane Barreto, un cazador temido y respetado por todos.
El ambiente en el Bosque de Possa era único, como si el tiempo mismo se hubiera detenido allí. En su corazón, un clima gélido y cortante reinaba, acompañado de un silencio inquietante que anticipaba el peligro. Nunca sabías cuándo una bestia podía surgir de entre las sombras. El viento parecía susurrar advertencias, pero si eras imprudente, las criaturas te devorarían sin piedad. Las distintas zonas del bosque variaban en clima, pero la atmósfera seguía siendo aterradora, como si el propio aire llevara consigo el eco de antiguos peligros.
Debajo de estas tierras malditas, yacía un titán rojo, cubierto de pelaje y con destellos azules de energía. Una criatura de poder inimaginable que despertaba solo una vez cada década, sin aviso previo. Si te cruzabas con él... bueno, rezar no te salvaría.
Los sonidos del bosque eran una mezcla caótica: rugidos de dragones, chillidos de aves, gritos de criaturas atrapadas en la caza o cazadores siendo cazados. Los olores eran igual de intensos: la fetidez de insectos muertos, el metálico aroma de la sangre derramada y, curiosamente, el olor del silencio mismo, denso e ineludible.
En este escenario desolador, Frank se había cobrado la vida de más de veinte criaturas, y no de las comunes, sino de las más temibles y letales. A sus casi cuarenta años, Frank no abandonaba el bosque a menos que la ciudad de Shaok, o peor aún, su familia, estuviera en peligro. Shaok City, situada a las puertas del Bosque de Possa, vivía bajo el constante miedo de un ataque de las bestias que acechaban entre los árboles.
Frank había forjado armas con los restos de sus enemigos: magia, piel, órganos y huesos, combinados para crear artefactos imbuidos de poder. Sus creaciones eran únicas, imposibles de replicar.
El cazador era un hombre corpulento, con músculos que parecían cincelados en piedra, portando un uniforme oscuro con bordes rojos y blancos. Su cabello, negro y desordenado, caía sobre su frente, y una marca roja decoraba su ojo izquierdo, no una cicatriz de batalla, sino un rasgo que había nacido con él, un misterio en sí mismo.
Frank (jadeante):
Maldita sea. Estoy exhausto... Necesito volver a casa.
Sombra (enigmática):
¿A dónde crees que vas?
Frank (desorientado):
¿Quién eres? ¡Identifícate!
Sombra (despectiva):
No tienes por qué saberlo.
Frank (desafiante):
Deja de esconderte. Si tienes problemas conmigo, enfréntame.
Sombra (serena):
Cálmate. Tu reputación de valiente es más que conocida. Solo vengo a advertirte.
Frank (iracundo, pero confundido):
¿Advertirme de qué? ¡Habla, maldito!
Sombra (explicativa):
Has exterminado a muchas de nuestras criaturas. Has cometido un error fatal.
Frank (desafiante y desconcertado):
¿Dices que estoy equivocado por acabar con monstruos que amenazan mi tierra? ¿Esperas que lo entienda?
Sombra (misteriosa):
No comprendes. Estas tierras pertenecen a las criaturas que has masacrado. Dudo que seas digno de suceder al viejo Kane. Aunque debo admitir, ese anciano era un verdadero estorbo.
Frank (furioso):
¿¡Qué has dicho!? ¡Cómo te atreves!
Sombra (cínica):
Solo he dicho la verdad. Ja, ja, ja...
La risa burlona de la sombra resonó mientras desaparecía entre los arbustos. La rabia de Frank explotó en un grito tan potente que su familia, a kilómetros de distancia, pudo escucharlo. Mazuka, su esposa, luchaba por proteger su hogar y a su hijo Zonder de criaturas de rango intermedio, mientras el bosque parecía cerrarse sobre ellos.
Mazuka, una guerrera de 38 años, era una mujer imparable, siempre dispuesta a luchar por lo que más amaba: su familia. Desde joven, había aprendido que el mundo no era un lugar seguro, y por ello dedicaba cada uno de sus días a entrenar sin descanso. A pesar de las cicatrices que le había dejado la vida, su corazón seguía firme, luchando no solo por su propia gloria en el Clan, sino por la protección de su amado hijo, Zonder. Su determinación era inquebrantable; nada ni nadie amenazaría a su familia mientras ella estuviera de pie.
Zonder, su hijo único, había cumplido tres años hace pocos meses. Aunque su corta vida estaba apenas comenzando, ya era un guerrero, como dictaba la tradición del Clan. Desde el primer año de vida, todo miembro del Clan es entrenado, y al cumplir tres, se les asignan misiones. Para algunos, podría parecer un proceso cruel o temprano, pero para Zonder, era la única vida que conocía. En su corta pero intensa existencia, había demostrado una valentía innata, una chispa que lo hacía destacar entre los demás. Sin embargo, lo que pocos sabían, incluso su madre, era que este niño, con toda su inocencia y energía, ocultaba un secreto.
En sus ojos, había un brillo extraño, una profundidad que desafiaba su corta edad. Aunque su personalidad seguía siendo un misterio para quienes le rodeaban, aquellos que se acercaban demasiado podían percibir algo distinto. Su madre, aunque siempre vigilante, no había llegado a descubrir el peso que su hijo cargaba en su interior. Zonder, valiente como su madre, mantenía ese secreto bien guardado, una verdad que quizá cambiaría todo en el futuro.