Aventuras

TARDE DE ESTUDIOS

—Miguel, hermano, se acabaron los nachos. ¿Puedes ir a traer más? A mí me da pereza — Era la tercera vez que Leo mandaba a su amigo a la cocina por los dichosos aperitivos.

—Wey, estoy haciendo la tarea, cosa que ustedes dos también deberían hacer — El moreno ya estaba medio molesto porque sus amigos solo andaban jugando en su cuarto mientras él hacía todo. —Se supone que entre los tres haríamos los trabajos. No solo yo —

—Ya, wey. Pero a ti te explicó el chinito genio y a nosotros no, por lo tanto, nosotros no entendemos ni madres y como tú no nos quisiste explicar, pues te aguantas — Marco solo estaba echado en la cama de Miguel de forma tranquila bebiendo una de las sodas que había llevado, como quien no tiene nada de qué preocuparse.

—¿Y por qué no se quedaron cuando me explicaba? Así no tendrían problemas para pasar la pinche materia — Miguel ya estaba perdiendo la paciencia.

—Pues porque estabas con tu novio. Capaz y se ponían con sus cosas raras y luego nos traumaban a nosotros — Leo hacía gestos con su rostro, imaginando las cosas que pudieron haber hecho la pareja ese día.

—Primero, no hicimos nada “raro”, solo me enseñó algunas cosas sobre La Tarea - Hizo énfasis en las últimas palabras —Y segundo, son unos tontos, se supone que nos daría clases privadas a los tres y ahí van ustedes y me dejan solo — Se cruzó de brazos y arrugó la cara, señal de que ya estaba molesto. Marco solo rodó los ojos.

—Ay ya, ni que te hubiese ido mal ese día, porque bien que llegaste a la plaza con una sonrisa parecida a la del Guasón — Ahora fue Miguel quien rodó los ojos. No discutiría que ese día sí lo pasó de maravilla, pero aun así estaba fastidiado de que casi siempre él hiciera la parte más difícil de la tarea mientras que Marco y Leo solo copiaban de su cuaderno cuando ya estaba terminada.

—¿Saben qué? Olvídenlo. De todas formas, ya estoy terminando — Dio vuelta a su silla para quedar frente a la mesa donde estaba su cuaderno y libros de matemática con su tarea.

Segundos después, suena el teléfono de Miguel, quien, enojado por el comportamiento de sus amigos, decidió ignorarlo. Marco al ver que su amigo no respondería la llamada, quiso hacerlo él; al acercarse vio que en la pantalla decía "Papi".

—Miguel, es tu papá. Tal vez necesita ayuda en el taller — El mencionado le miró de forma dudosa. Su padre había salido en la mañana con unos amigos así que no trabajaría ese día, luego miró a Leo que solo le pasaba los dedos al plato donde estaban los nachos hace unos minutos.

Tomó su celular y miró el nombre del remitente. No pudo evitar formar una sonrisa en su rostro, ya se le había pasado el enojo. A Marco eso le pareció raro, ¿Desde cuándo Miguel sonreía así por una llamada de su padre?

—Hola, Hiro — Pronunció con un notable entusiasmo en la voz. Marco al escuchar aquello escupió el líquido que acababa de poner en su boca.

—¿WEY, QUÉ PEDO? — Leo se levantó de donde estaba para limpiarse la soda y saliva que le cayeron en su cabeza y ropa, salió del cuarto mirando mal a Marco, quien aún sostenía la lata de soda y se había quedado en shok mirando a Miguel. Este solamente conversaba como si nada por teléfono.

Minutos después, Leo regresó de su limpieza y vio a Marco en la misma posición que tenía cuando salió del cuarto.

—Marco, ¿qué tienes? — Movió una mano frente al rostro del chico; éste reaccionó y luego se le formó una enorme sonrisa en su rostro. Solo significaba algo, según Leo: Tenía una diabólica idea. —¿Para quién es la sonrisa esta vez? — Fue lo único que se le ocurrió preguntar.

Miguel volteó al escuchar eso y la sonrisa que tenía por hablar con Hiro, inmediatamente se le borró del rostro. Era su fin, sabía que Marco no dejaría pasar esta oportunidad para molestarlo el resto de su vida.




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