—Eso se enfriará si no te lo tomas pronto, pequeño —La suave voz de mi Máster me hacía retumbar la cabeza, sin embargo, se oía extrañamente lejana.
Todo era una ilusión, sigo vivo después de todo. No puedo tirarle la taza o moriré, no quiero morir, no de una forma tan cruel como la que mi mente había alucinado, por favor... alguien, no importa quién, pero ayúdeme a escapar de ella.
Acerqué la taza a mis labios y di el primer sorbo, estaba caliente. Sentía como quemaba el interior de mi garganta, pero ese dolor se convertía en una sensación agradable cuando llegaba a mi estómago, es como si me llenara de paz el hecho de sentir ese calor, y sin haberme dado cuenta, las lágrimas comenzaron a fluir, recorriendo mis mejillas.
—¿Por qué lloras ahora? —Su voz, ahora, se escuchaba mucho más clara que antes y desvié mi mirada del poco líquido que quedaba, hacia el rostro de ella.
—Gracias —susurré y se me escaparon más lágrimas al beber más de esa agua.
Máster, no respondió más y cuando terminé, dejé la taza en el piso.
—¿Sabes cocinar? —preguntó ella, de la nada.
—Sí, mi abuela me enseñó.
—Arrástrate a la cocina —Tomó la taza y se puso de pie, quedando en la puerta de la habitación— A menos de que puedas pararte.
—Yo-Yo... estoy muy cansado, no creo poder siquiera arrastrarme —dije algo aterrado por las consecuencias que podrían tener mis palabras.
—Oh —Me miró fijamente por unos segundos, en los cuales, solo podía inquietarme cada vez más y más— Entonces te ayudaré.
Se fue de la habitación, pero cuando volvió, traía consigo una de esas sillas con ruedas que uno ponía frente al escritorio, estaba algo rota y se veía poco estable.
Sus manos, una de sus manos ocultaba algo tras su espalda.
—Puedo dártela para que puedas moverte con más facilidad, pero nada es gratis, ¿cierto? —Sonrió y me mostró la mano que tenía oculta tras de sí misma.
Sostenía el bate con el que me había golpeado antes.
—No-No por favor —tartamudeé lleno de terror, y a medida que ella se acercaba yo trataba de alejarme— Máster, por favor, no me golpeé —supliqué, tratando de huir, arrastrándome hacia lado contrario de ella, aunque sabía que me estaba dirigiendo hasta una simple pared, sin salida alguna.
—Todo debe tener un intercambio —Rió levemente, y por unos segundos, hubo un silencio aterrador.
De pronto, toda esa omisión de sonidos —cargada de ansiedad—, fue perturbada a penas sentí un dolor indescriptible en mi tobillo derecho, o quizás izquierdo... ya no podía pensar con toda claridad.
Gritaba lo más fuerte que mis pulmones y garganta me lo permitían, pero solo logré que me diera un golpe en el otro tobillo también.
—Si sigues gritando moleré tus huesos a golpes, ¿comprendes, pequeña basura?
—¡Por favor, Máster! ¡ya no siga! ¡deténgase por favor! —suplicaba, con desesperación. Dejando que mis lágrimas brotaran con fluidez, dejando que mis gritos de piedad salieran entrecortados por la agonía que me estaba ocasionando esta linda mujer.
Lloraba, lloraba todo lo que podía, lloraba con todo el dolor del mundo. Quería morir, todo mi cuerpo tenía ligeros espasmos por el sufrimiento que estaba recibiendo. Y ella, tan solo, seguía golpeando mis tobillos con toda su fuerza puesta en el bate, hasta que finalmente tiró lejos el arma con fuerza, haciendo que este se estrellara contra una pared, y luego contra el suelo.
—¡Cállate! cállate de una maldita vez, me molestas, deja de llorar —exclamó, cubriendo sus oídos con ambas manos.
No quise moverme, traté con todo mi ser, dejar de llorar. Hasta que, finalmente, logré callar mi llanto.
—Perdóname, Máster, perdóneme —Reí casi de una manera enfermiza, mientras que sentía como mis lágrimas caían en silencio total.
Me volteé en el piso para poder mirarla —sin tener que estar volteando mi cabeza todo el tiempo—, y allí estaba, su enfermiza sonrisa que hacía que mi corazón bombeara sangre, frenético, con sus oídos siendo lentamente descubiertos por sus manos.
—Eres desagradable —murmuró ella, pero se sentó en el suelo junto a la silla— ¿Cómo te llamas, pequeño? —preguntó dejando escapar una ligera risa.
—Cael —Respiraba por la boca mientras sudaba frío, me apoyé en la pared que había atrás de mí para poder sentarme y miré mis tobillos, los cuales, sentía como si estuvieran palpitando del dolor.
—Yo soy Natalie —Me sonrió, y sentí como, de repente, mis mejillas comenzaban a arder de la vergüenza. Estaba avergonzado.
Su nombre era bastante bonito, Natalie… sí, sonaba lindo de escuchar, aunque quizá sólo pensaba eso porque era ella quien poseía el nombre, ¿cierto? ¿Cómo una chica tan linda podía ser tan mala? Pero, ¿no será mala conmigo por ser muy molesto? Quizá yo tenía la culpa después de todo.