Azul de Otoño

Tarde de Ecos del Pasado

El sol de la mañana golpeó mi rostro. Mis ojos pesaban un poco y me estiré antes de levantarme.

Di un pequeño bostezo antes de irme a cambiar, pero, cuando vi el cielo azul reflejado por la ventana, recordé lo que iba a hacer.

Tardé una hora en terminar.

—Iré afuera. Regreso más tarde, mita.

Ella asintió. Sacudió la mano y me dijo con suavidad:

—¡Que te vaya bien, hijito!

Me fui con la misma sonrisa de ella. Las hojas caídas de los árboles me recibieron con su tenue color naranja. El viento frío chocaba con mi abrigo con cada paso que daba, pero seguí el camino de vuelta de la noche anterior.

Aunque no la tuviera cerca, mi corazón latía con mayor fuerza cada segundo. Mis ojos giraban en cada lado por alguna señal de ella hasta que quedé mareado. La gente pasaba a mi lado, el sonido de los autos era apenas un susurro.

Pasé por un parque. Los niños jugaban con pelotas entre el pasto mientras otros solo los miraban, pero cuando entré la pude ver.

Ella estaba sentada en una banca. Mis labios se curvaron en una sonrisa, pero desapareció cuando vi su mirada vacía. Ella jugaba con un pequeño anillo entre sus dedos. No sabía de quién era. Su cabello azul estaba amarrado. No tenía su mismo brillo.

La rodeé hasta quedar detrás de ella. Miré por unos momentos, mi mano tambaleó cuando pensé en ponerla sobre su hombro. Era como si no debía interrumpir, pero una parte de mí no pudo evitarlo.

Tragué saliva, luego hablé:

—¿Quieres compañía?

Coloqué una pequeña sonrisa. Ella soltó el anillo cuando me volteó a ver. Sostuve su hombro y pude sentir apenas toqué la suavidad de su piel bajo mis guantes.

Ella asintió, luego se movió un poco y me dio espacio para sentarme. Suspiró, y ese silencio dijo que no quería empezar a hablar.

—Te miras diferente… ¿No dormiste bien anoche?

Mi voz fue más suave. Ella había colocado sus brazos sobre sus rodillas. Las levantó por un momento y su vista rozó la mía.

—Solo estoy un poco cansada… —Suspiró y se dejó caer sobre la banca. Cerró sus ojos por brevemente y su cabello parecía estar igual de cansado que ella. —No tienes que preocuparte.

Forzó una sonrisa. Luego la misma se fue. Apreté mi pantalón con fuerza. Sentí el impulso de decir algo, pero mis manos temblorosas no me dejaban pensar con claridad. Ella se levantó con lentitud mientras miraba el suelo.

—Sabes… ayer se me olvidó preguntarte tu nombre.

Se rio, como si hubiera contado un chiste. Guardó el anillo en su bolsillo, luego me volteó a ver con una nueva sonrisa. Una tan pequeña, pero se sentía más real.

—Mi nombre es Lira… como el instrumento.

Como si hubiera encontrado la nota que me faltaba en mi partitura.

—¿Lira? Bonito nombre. Soy Noah.

Ella suspiró, pero su sonrisa se apagó.

—Me recuerdas a alguien que me dijo algo parecido…

—¿A quién?

Ella se levantó. Me extendió la mano sin responderme, pero yo solo la seguía cuando empezó a caminar a mi lado.

—¿Te gusta este parque?

Giré hacia los lados. Las hojas caían sobre nosotros y las risas de los niños resonaban en el aire. Guardé mis manos en mis bolsillos, tratando de encontrar el calor.

—Un poco… solía venir aquí junto con mi madre. —Me paré enfrente de un árbol. En su tronco, tenía lo que parecía ser la marca de un rostro. —Recuerdo que una vez traté de subir, pero me caí y dejé esa marca.

Ella se rio. Yo también. Sentí que el peso del mundo había bajado por un segundo. Tenía la imagen en mi cabeza: mi madre esperándome debajo del árbol mientras yo temblaba de miedo, pero cuando me atreví a dar el salto, el sonido de las aves me hizo no ver el tronco debajo de mí.

—Yo solía venir con alguien. Molestábamos a algunos fumadores diciéndoles que no pasarían de los 25 años.

—¿Y eso funcionaba?

—De hecho, sí. Uno casi nos tira su cigarrillo de tanto que le agarramos tema.

Me reí antes de que ella lo hiciera. Haberla visto así, con una sonrisa renovada, me había hecho olvidar la razón por la que vine.

Simplemente éramos nosotros dos en el parque. Era simple. Pero suficiente para mí.

Empezamos a dar vueltas mientras el sol descendía con rapidez. No sentí el paso del tiempo, solo noté que su cabello volvía a brillar cada vez que la veía sonreír aunque siempre parecía contenerse al final.

—¿Has visto a la señora de allá?

Lira volteó, luego se giró hacia mí mientras movía la cabeza hacia un lado.

—Sí. ¿Por qué?

—De niño, recuerdo que una vez me sacó a patadas de su casa por haberle intentado robar a su perro.

Nos reímos a carcajadas por horas. Pero se me hicieron minutos a medida que descendía el sol. Había dejado de pensar en todo, como si el mundo hubiera pasado a segundo plano. Aunque no podía dejar de verla de reojo cuando parecía estar por sacar su anillo, sonreía una y otra vez.



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En el texto hay: duelo, emotivo, cabello azul

Editado: 22.05.2025

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