Alexander
Me zafé del agarre de Ashley. Detestaba ese tono condescendiente que siempre utilizaba con mi mejor amiga; aunque lo reconocí demasiado tarde, ya que le había pedido matrimonio.
—A quien debes saludar primero es a mí. Esa no es tu novia. —Ashley apretaba tanto la quijada que apenas comprendí las palabras.
Me obligué a tragarme la frustración que me recorría, pues reconocía el desafío en su mirada. Si me atrevía a decir una sola palabra armaría un escándalo frente a su familia y la prensa. Terminaría en lágrimas, quejándose de cómo yo jamás la comprendía y ellos me catalogarían como el peor hombre del mundo. De hecho, sus primos ya lo hacían.
Levantó la mano y me acarició el rostro con ternura. Imité su gesto al acomodar un mechón de su cabello rubio detrás de la oreja. Un flash me deslumbró. Estaba guapa con un minivestido plateado cubierto de lentejuelas y mangas largas abombadas. Sus piernas parecían no tener fin con los tacones nude que utilizaba. Su altura la diferenciaba de Eli, quien solo medía un metro cincuenta; al contrario que yo, que llegaba al metro ochenta, y Ashley, al metro setenta.
Me dedicó una sonrisa desarmadora, ladeó la cabeza y posó los labios sobre los míos. La vainilla de su perfume obnubiló mis sentidos mientras otro flash nos acompañó. Durante largos segundos no le respondí. Lo hablamos en incontables ocasiones: le debía respeto a Eli. Ashley alejó su rostro solo unos centímetros, la sonrisa hermosa volvía a curvar sus labios.
—Lo siento, ¿sí? —Convirtió su voz en un susurro para que Eli no la escuchara.
Desvié la mirada mientras un mal sabor se apoderaba de mi gusto. Había demasiado ruido en el lugar y las luces destellaban. Ashley cerró los puños sobre la chaqueta y me haló. Su aliento afrutado se mezcló con el mío, vi en sus ojos un brillo travieso mientras su mano se deslizaba por mi pecho y se detenía sobre mi virilidad. Fue el instante en que nuestros labios se encontraron y esa lengua experta me arrancó un gemido. Nuestra relación permaneció casta durante un año y medio, si bien ella se encargaba de demostrarme que había mucho más bajo esa capa angelical.
Ashley se separó de mí y me guiñó un ojo. Cerré los míos cuando apoyó los labios en mi oreja y murmuró:
—Sé un niño bueno.
Bajé la cabeza y tomé una bocanada profunda. «¿Por qué siempre estaba equivocado?». La desvié a un lado y sonreí al reconocer las botas psicodélicas de Eli. Estaba preciosa con un clásico jumpsuit, en esa ocasión en color negro en combinación con el cabello, por lo que sus ojos azules como el hielo resaltaban.
Pasaron más de cinco minutos desde que le dirigí la palabra y quizás hasta se preguntaba si la había dejado sola. Negué con la cabeza y me recompuse. Mis decisiones fueron las que me llevaron hasta ese punto, debía aceptarlas y enfrentarlas.
Giré hacia mi mejor amiga, a pesar de que Ashley me halaba; al parecer pretendía que la dejara sola.
—Sigo aquí, cariño.
—Lo sé. —En los labios de Eli se formó una sonrisa entre divertida y burlona.
—¿Te acompaño a la mesa?
Eli asintió y por un segundo fui capaz de distinguir el alivio ante mis palabras. Estaba incómoda, aunque ella nunca me lo diría.
—Por favor.
Solo hasta que obtuve su permiso entrelacé mi mano con la suya y la halé con suavidad para que comenzara a caminar.
—Alex…
Las luces de la ciudad se colaban a través de las ventanas de vidrio, en el lado del restaurante que se reservó, las mesas formaban un diamante con manteles en color crema y sobre ellas, las copas más finas. De inmediato comprendí por qué Eli se sentía fuera de lugar.
—¿Sí?
—Isa y la señora Price…
Ashley me empujó en ese instante y dijo:
—Date prisa, nos están esperando.
Asentí y ojeé a Eli unos segundos, pero ella guardó silencio. Llegamos a la mesa que nos correspondía y fruncí el ceño al no encontrar a mi familia. Solo mi amiga estaba allí, junto a mí. Con el dedo pulgar recorrí su palma una y otra vez. Con ese mínimo gesto le agradecía el no dejarme solo con ellos. Solté una bocanada de aire. Nunca fue mi intención tardarme tanto, pero al arribar a la pista la añoranza se apoderó de mí.
Y tenía razón, mi presencia era tan innecesaria que la comida iba tal vez por el segundo o tercer tiempo. Aferré la mano de Eli con la mía, pues alrededor de nosotros había cincuenta personas. Las luces se atenuaron, unas cortinas cubrieron las ventanas y por un segundo todo se volvió negro. Cada músculo de mi cuerpo se tensó, en tanto ellos reían y hablaban entre sí. Ashley me haló, obligándome a caminar rápido. Un juego de tonos azules nos cubrió. Apareció un destello a la izquierda y de inmediato otro a la derecha. Ashley no paraba. De repente perdí a Eli.
El corazón me martilleaba en el pecho y frené en seco. Ashley soltó un chillido, pero mis ojos intentaban acostumbrarse a los cambios en la iluminación.
—¡Fíjate! ¿Acaso eres estúpida?
Giré de golpe y me apresuré para llegar hasta el imbécil que insultó a Eli. Debía ser un amigo de Ashley, porque no lo conocía.
Editado: 20.04.2023