Bailemos en la oscuridad

6

Alexander

Entramos a la boutique en el mercado Byward y los dueños se acercaron a nosotros para saludarnos. Eli fue quien me enseñó a comprar allí. El espacio era pequeño y masculino, con paredes de ladrillo y muebles de madera fina. Pero eso no significaba que tuvieran una selección limitada. Al contrario, su inventario era de excelente calidad y la atención, personalizada.

Dejé que Eli se sumergiera entre los percheros colgados de la pared y caminé hasta la barra donde estaban los zapatos. Todavía me preguntaba por qué la encontré apartada en el restaurante como si fuera una extraña y no la mujer que más admiraba, que me enseñó una ética de trabajo inquebrantable y a la vez me mostró que se podía romper con las ataduras.

Sonreí cuando la escuché dar órdenes sobre el color y el tamaño de las camisas y los pantalones, además de reclamar con sutileza que la calidad de algunas telas era inferior. Con ella todo era así de fácil.

Saqué el teléfono del bolsillo y volví a marcar a casa, pero mi madre no respondía. Desistí, sabía que si había una emergencia con Isa sería el primero en enterarme. Ignoré los más de ciento cincuenta mensajes de Ashley pues tenía muy claro que lo único que encontraría serían insultos y exigencias.

—Alex, la ropa ya está en el probador. Te escogí una chaqueta nueva porque podrías necesitar algo formal.

Eli se detuvo junto a mí y metí el teléfono al bolsillo.

—Lo que hayas escogido está bien por mí. Vamos a pagar.

Cuando intenté alejarme, ella extendió la mano y me retuvo por el codo. Por suerte, su rostro estaba más a la derecha de lo necesario y sus ojos no estaban fijos en los míos. Sin importar que no pudiera verme, siempre rehuía de su mirada cuando pretendía ocultarle mis sentimientos más recónditos.

—Sabes que estoy aquí para ti, ¿verdad?

—¿Me vas a decir por qué querías escapar en el restaurante? —Por un microsegundo abrió los ojos de forma desmesurada, aunque se recompuso con facilidad. Me gustaba saber que todavía podía sorprenderla y que de verdad la conocía bien—. Sí, eso pensé. ¿Sabes por qué mi madre e Isa se fueron?

—La señora Price creyó conveniente que Isa descansara. El día de mañana será desgastante para ambas.

Podría creerle, mi madre actuaría de ese modo, pero la tristeza que se apoderó de ella me reveló que había algo más. Tragué para eliminar el sabor amargo en mi boca. Levanté la mano y rocé primero la mejilla y después el contorno de sus ojos. Mi corazón dio un vuelco, pues no se sobresaltó con mi caricia.

Si no le pedí que me acompañara antes fue porque Isa y ella tenían su día de chicas. Eli compró varios estuches de maquillaje y algunos adornos para el cabello. Por supuesto que nuestras madres decidirían qué tonos combinarían, mas eso no sería impedimento para que se divirtieran. Planearon hacerlo ese día porque al siguiente debían seguir los requisitos de Ashley para el cortejo nupcial.

—¿Vamos a pagar?

—Sí.

Salimos del local en silencio. Dejamos las bolsas en el automóvil para entonces recorrer el mercado. Mantuve las manos en los bolsillos, pues Eli conocía muy bien la zona y no necesitaba mi asistencia debido a que durante mucho tiempo estuvo en terapia de percepción espacial. Eso no significaba que no deseara tenerlas entre las mías, pero ella siempre respetó que fuera un hombre comprometido.

Nos detuvimos por una hamburguesa porque sabía que ella no probó bocado en la comida. La furia todavía corría por mis venas ante la insensibilidad de Ashley al escoger ese lugar, era como si lo hubiera hecho para que Eli no me acompañara. Inspiré profundo, quizás los nervios de la boda afectaban a mi juicio.

Después de una hora en la cual compartimos un gelato, entramos a la tienda de moda donde Eli compraba su ropa. Siempre hacíamos ese recorrido, primero algún atuendo para mí y después varios para ella.

Reí cuando caminó hasta los percheros mientras los dueños nos saludaban y le hablaban de lo nuevo para la temporada. La música era dulce y el olor, placentero, como la ropa recién salida de la secadora. Y lo más importante: la iluminación empotrada le permitía a Eli ver sin ser deslumbrada.

Me sentaría y la vería danzar de un lado al otro, pero la prenda en uno de los maniquís llamó mi atención. Me acerqué y extendí la mano para acariciar la tela. Era muy suave al tacto, tal y como le gustaba a ella. Además, la silueta era perfecta, ajustada de pecho y suelta en las caderas.

—Esto me encanta.

Me giré para percatarme que cargaba con un pantalón y varias blusas entre las manos. Iban desde el extrapequeño al extragrande. Llevé los dedos a la frente y la masajeé unos segundos, una sonrisa sincera curvaba mis labios. La realidad era que ella era un desastre con los tamaños, los colores, los patrones y los precios.

Una vez, cuando teníamos dieciocho, llegué a su piso y la encontré junto a la señora Payne con una lista extensa sobre qué le gustaba y qué no. Solía revisarse cada tres años y la ayudaba a tener un poco de libertad.

—El pantalón es militar.

Eli arrugó la nariz. Solía escoger la ropa por la suavidad y la textura. Si además incluía brillo era un total acierto porque era lo único que podía ver.




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