Bailemos en la oscuridad

7

Alexander

Guardé el teléfono tras un suspiro. Esa era la primera vez en meses que veía a mi mejor amiga fuera de horas laborables. Siempre que hacíamos planes y se lo comentaba a Ashley, intervenía y debía cambiarlos en el último segundo. Al principio no me molestaba porque incluía a Isa, y mi hermana era tan importante para mí como lo era Eli. Pero necesitaba un respiro y dos horas no eran suficientes.

Caminé hasta mi amiga, quien se retiró para darme privacidad. Ella no podía leer los mensajes, pero era una cuestión de principios, de ser consciente de que por más cercana que fuera nuestra relación, yo tenía derecho a tener intimidad. Y era algo que Ashley no comprendía.

Esperé a que Eli terminara de pagar sus compras para darle la noticia. Era un proceso lento porque le describían el artículo y le daban el precio. Si Eli estaba de acuerdo, procedían con la transacción. Nunca me importó, podrían tardarse veinticuatro horas y yo esperaría gustoso. La vería sonreír, desenvolverse con naturalidad y entusiasmarse por algo tan sencillo como que una blusa fuera plateada.

Solté una bocanada de aire cuando la vi acercarse a mí con las bolsas entre las manos. Me pregunté por qué Ashley no podía ser un poquito como ella.

—Era Ashley, quiere verme. Eso es bueno, ¿no?

—Sí, lo es.

Una vez más percibí su reticencia y otra vez me pregunté qué sucedió. ¿Por qué mi madre se llevó a Isa de la comida? Quería que las tres me acompañaran en ese momento.

Eli extendió la mano, al chocar con mi hombro le fue fácil llegar hasta mi cabello para cepillarlo con los dedos. En cuanto terminó, las bajó hasta la corbata y ajustó el nudo con una delicadeza reconfortante.

—Ustedes se aman, solo estará disgustada por lo del traje.

Sus ojos estaban desviados unos centímetros a la derecha, por lo que la sensación de ahogo era menor. Porque en el instante en el que sus ojos encontraran los míos, la debilidad se apoderaría de mí y le confesaría lo que ocurría.

—Soy el mismo, Eli. Aunque mi chaqueta cueste cientos de dólares menos que la que ella pretendía que usara.

Ella se colocó las manos en la cintura. Se veía tan adorable como amenazante, pues sabía lo que seguiría.

—Era un día especial, Price. Los dos debían lucir bien.

—Te prometo que no tardaremos. —Apreté tanto la mandíbula que un dolor agudo se apoderó de mi rostro.

No utilicé el maldito traje porque Ashley no fue quien lo escogió y sin embargo, aparentó que sí. Llevaba tiempo insistiendo en que cambiara de tienda. La tela de esos trajes era rígida y me provocaba comezón, pero eran de marca y solo por eso ella los consideraba superiores.

La semana pasada llegó con una bolsa de esa tienda exclusiva y me mostró el traje. Reconocería las elecciones de Eli hasta con los ojos vendados. Ashley no solo me mintió, sino que utilizó a mi mejor amiga para su conveniencia.

—Tomaré un taxi.

El fuego volvió a correr por mis venas y se me aceleró el pulso ante sus palabras. Anhelaba pasar ese día con ella, tener tranquilidad unas horas antes de dar el sí y acabar de joder mi vida. Desearía tener la fortaleza que Elí tenía, pero mis opciones eran reducidas. Tuve fe de que con Ashley tendría un respiro y que podría compaginar lo que más amaba, pero fui un iluso al pensar así, pues desde muy joven era consciente de la elección a la que sería sometido. Y mientras más se acercaba la fecha, más buscaba la soledad. Intentaba encontrar la solución, aunque no existía.

—Viniste conmigo y te irás conmigo.

Eli negó con la cabeza. A esas alturas del día mis músculos se sentían agarrotados como sí hubiera levantado peso en exceso en el gimnasio. Mi interior gritaba, si bien la voz que escuchaba era ronca y parecía fatigada.

—Debería ser más importante reconciliarte con ella.

—A partir de mañana tendrá veinticuatro horas para discutir conmigo.

Contuve el aliento y cerré los ojos, decepcionado de mí mismo. Mi batalla era privada y nadie más podría lucharla por mí. Era vergonzoso y nadie lo comprendería.

Eli tiró la cabeza atrás mientras parpadeaba con rapidez.

—¿Discutir?

Se me alteró la respiración. Eli lo sabía, no tenía dudas al respecto. Y la amé todavía más, pues fue la única que se percató. Lo que demostraba que no por perder la visión te convertías en ciego para lo que te rodeaba y las personas que amabas.

—No sucede nada, cariño.

—Alex… —dijo con voz ahogada.

Dio un paso y extendió los brazos con la intención de tocarme, quizás para enfrentarme. Me adelanté, pues se encontraría con el subir y bajar descompasado de mi pecho. Tomé una bocanada silenciosa y lo expulsé con lentitud para obligar a mi voz a sonar con normalidad. Entrelacé nuestras manos y le dejé un beso suave en las palmas.

—Solo estoy molesto, Eli. Ella se fue con sus amigas una semana y yo no la interrumpí en ningún momento. Este día era para nosotros y ella cambió la comida del ensayo de la boda. Yo solo le pedí un día.

Retiró las manos de entre las mías y se llevó una al cuello, aunque la dejó caer de inmediato.




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