Bailemos en la oscuridad

15

Cecilia

Retiré las manos del rostro de Alex, pues era una caricia que no me correspondía, y obligué a mi cuerpo a alejarse del suyo. Me resultó difícil, pues en mi corazón sentía que algo ocurría, si bien no lograba captarlo a plenitud. Solo percibía una leve tensión en el tono de voz de Alex y que solía respirar más profundo cuando estaba junto a Ashley.

Lo malo de Alex era que él había vivido junto a mí el proceso de adaptarme a mi ceguera y sabía cómo ocultarme sus verdaderos sentimientos. Aunque no creía que fuera algo consciente en él. No lo hacía porque se creyera un macho duro, de esos que piensan que los hombres no lloran; solo era el hecho de que él siempre se había hecho cargo de los demás. Alex creía que porque él no tenía una condición, su derecho a reclamar por sí mismo era nulo.

Antes de poder alcanzar eso que ocultaba en su corazón, la mano en mi cadera cayó. Tragué y me recordé a mí misma que era Ashley la que debía estar ahí junto a él, porque a partir del siguiente día ella sería su esposa, la mujer que él eligió para ser su compañera el resto de su vida. Fui eliminada de la ecuación hacía mucho y no me concernían sus discusiones. En silencio, confiaba en el hombre que él era y esperaba que sus valores no se trastocaran por amor.

No obstante, tenía el corazón contrito y, desde la cena, respirar era un acto de conciencia. No culpaba a Ashley y a su familia por seguir el modelo médico en el que yo creí durante años. En ese tiempo, estaba convencida de que existía algo mal en mí y que debía repararlo.

 

Cuando comenzaron a orar por Isa durante la cena me sobresalté por los gritos que llegaron de la nada. Estaba sentada junto a ella y me hablaba de su juego de música; una palabra aquí y allá, aunque los gorjeos de su risa eran constantes. Imaginaba que la señora Price estaba al otro lado de ella, aunque no tenía forma de saberlo. Mi primera reacción fue la de lanzarme sobre Isa y abrazarla, si bien me fue imposible.

Estábamos rodeadas y sentí varias manos extendidas a nuestro alrededor. Cuando por fin comprendí sus palabras e intenciones, sostuve las manitas de Isa, me acerqué a su oído y le hablé con suavidad. Jamás gritó, como le dijo Ashley a Alex, si bien entre sollozos clamó por su hermano.

—¡Ale! Eli… Ale.

—Lo sé, linda. Pronto llegará.

Pensé que después de la cena podría irme a casa y refugiarme en mi habitación. Estaba incómoda y enfadada. Respetaba la fe de las personas, pero Isa y yo también debíamos ser respetadas, éramos seres humanos. Además, ¿por qué me lastimaba a mí misma? Mi amor hacia Alex hacía mucho debió dejar de existir. Entonces él me pidió irnos antes de que la cena terminara y necesité acompañarlo, pues su tono de voz me pareció tenso. Y esa especie de ansiedad solo aumentó a lo largo de la noche.

Ashley era una mujer que obligaba a la gravedad a girar en torno a ella y absorbía a mi amigo. En otra circunstancia, jamás habría acompañado a Alex a la casa de ella, pero él no me dio opción. Yo que me juré jamás pisar ese lugar. Pero cuando me tomó de las manos, las suyas me parecieron frías, húmedas. Algo que no sucedió antes, pues él era un hombre seguro de sí mismo, incluso un tanto egocéntrico. Y esa energía tan vivaz que tan bien conocía estaba diluida. Eran cambios sutiles que llevaban gestándose varios meses. Anhelé que él me confesara de una vez qué le sucedía.

Mas otra vez me equivoqué y solo estaba en medio de ellos dos la noche antes de su matrimonio. ¿Cómo podía ser tan tonta?

Mientras llegaba a casa mi alma se quebrantó una y otra vez. Se me dificultaba comprender cómo Ashley fue capaz de desquitarse con Isa cuando ella lo único que deseaba era que su hermano se sintiera orgulloso. A pesar de su condición, Isa era consciente de que Alex ya no estaría a diario junto a ella y anhelaba que él no se preocupara.

Esa noche resultó ser muy larga, mas al escuchar cómo Alex entraba a la casa me percaté de que todavía no había terminado. Aparenté estar relajada por el bien de Isa, que Ashley la sacara significaba que le había fallado a su hermano. Yo sabía que no, si acaso, fue la prometida de mi mejor amigo quien se equivocó; pero intentar explicárselo a una niña era difícil.

Sin embargo, mis esfuerzos fueron fútiles. En el instante en que Alex estalló, ambas nos sentimos desfallecer. La puerta de la casa se cerró con un estruendo y fue cómo comprendí que él se había ido. Para Isa fue todavía peor ver a su hermano desesperado. Ella jamás se imaginó la reacción de Alex. La intención de sus palabras no era lastimarlo. Solo era que ella y yo nos contábamos todo.

En aquel momento me dirigí hacia la puerta, —después de intentar calmar a Isa, lo que fue imposible— cuando esta se abrió de golpe y él regresó como un tornado. Por primera vez, mi amigo olvidó los formalismos entre los dos y me agarró como si le perteneciera. Por un momento dejé de ser Eli, «la amiga ciega a la que siempre tengo que informarle de que voy a tocarla para que sepa que soy yo». Se sintió con derecho a llevarme con él como esas personas que te toman del brazo —sin conocerte— cuando vas a cruzar una calle.

Una vida juntos, una boda próxima y, como siempre, él escogía el peor momento para mostrar ese tipo de acciones que me confundían y me daban alas falsas. Me obligué a sobreponerme, a recordarme a mí misma que no se trataba de mí. Era sobre él y su hermana, y yo estaba en el medio porque era la mejor amiga de ambos.




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