Bailemos en la oscuridad

18

Cecilia

El calor me cubrió las mejillas al escuchar el jadeo que se quedó atorado en la garganta de Alex. Me reprendí a mí misma por dejarme llevar y juré que me concentraría en el programa y nada más.

Me deslicé hacia atrás para huir de él y me persiguió como un depredador dispuesto a no dejar escapar a su presa. Al darme alcance, me sujetó de la mano y me hizo girar. De inmediato volvió a agarrarme de la muñeca y se deslizó hacia atrás con rapidez; ahora era yo quien lo perseguía.

Mi labio inferior tiritó en tanto mi pecho subía y bajaba descompasado. El ejercicio que realizábamos era extenuante, mas eso no era lo que me alteraba; otra vez lo tenía que dejar ir cuando lo único que quería era que se quedara conmigo. Los cambios bruscos de temperatura cuando nos acercábamos o nos alejábamos me parecían una burla, y su maldito perfume encontró cómo impregnarse en mí. La música destrozaba mi corazón con cada segundo de su melodía.

Nos soltamos, él patinó hacia atrás y me mantuve frente a él. Alex disminuyó la velocidad hasta permitirme alcanzarlo. Al hacerlo me percaté de que me esperaba con un brazo extendido. Encontré cómo entrelazar nuestras manos, para deslizarlas de inmediato por sus antebrazos y recorrer los anchos hombros hasta posarlas sobre su duro pecho. Los brazos de Alex me rodearon y envolvió las manos en mi cabello. Me sujetó con la palma extendida por el omoplato, y giramos, y giramos.

Entrelazamos los brazos, impulsé la pierna derecha hacia arriba y Alex me sujetó del muslo para colocarme en posición horizontal: tenía la cabeza hacia el hielo, la mano extendida y las piernas dobladas, por lo que se creaba una figura estética. Así giramos, y giramos, y giramos.

Al dejarme sobre la pista volví a huir de él, aunque segundos después desistí, por lo que me alcanzó. Sin que nuestros cuerpos se encontraran, Alex extendió la mano y con la punta de los dedos me acarició el rostro. No pude evitar apoyarme en su calidez, pues era un movimiento que no pertenecía al programa.

Nuestras manos volvieron a encontrarse y me llevó con él con velocidad, me levantó en brazos y di una voltereta en el aire con los brazos extendidos hacia arriba como una bailarina perfecta. Mi rostro estalló en una sonrisa porque después de tantos años, todavía era capaz de hacerlo.

Al caer, mi cuerpo resbaló por el suyo y mi piel experimentó la fortaleza de sus músculos. Deslicé la mano por su espalda a modo de abrazo y bajé la cabeza, por lo que nuestros labios intentaron encontrarse una vez más. En mis pensamientos grité como una chiquilla por el gruñido que arranqué de su pecho.

Mas al tocar el hielo volví a huir, recordándome una, y otra, y otra vez que era un hombre prohibido. Al alcanzarme, Alex me hizo girar entre sus brazos y me tomó de la muñeca para llevarme con él. Nos deslizamos lado a lado y bailamos juntos para recorrer la pista, un movimiento obligatorio.

Nos encontramos una vez más y me levantó para ponerme de cabeza. Mientras yo lo abrazaba por sus caderas, él solo me sostenía de la pierna derecha, pues la izquierda estaba extendida hacia el frente en tanto Alex dejaba caer su torso hacia atrás, nuestros cuerpos formaban una V. Era una figura estilizada como las de las fuentes, o eso era lo que Alex decía.

Junté las piernas y él me llevó sobre los hombros. Extendí los brazos como si fuera un ave en vuelo que recién encontraba su libertad. Me deslizó por su espalda y lo rodeé con los brazos para ofrecerle un abrazo más. Creí escuchar un «Eli» ahogado antes de que mis pies tocaran el suelo con una delicadeza sublime.

Patinamos juntos con pasos sincronizados. Lo sabía porque su calzado golpeaba el hielo al mismo tiempo que el mío, a la par que el deslizamiento sonaba como si solo uno de nosotros estuviera sobre la pista. El orgullo inflaba mi corazón: éramos verdaderos compañeros de baile. Levanté las manos y extendí la pierna derecha hacia atrás. Él me agarró del patín y me arrastró con él mientras patinaba hacia atrás.

Alex me levantó y mi cuerpo lo envolvió en un abrazo como una serpiente dispuesta a devorarlo. Mi corazón golpeó contra mi pecho ante el inconfundible jadeo de angustia que emitió su garganta. Al dejarme en la pista, mi pierna se entrelazó con la suya y dejé caer el torso hacia atrás mientras sus manos firmes giraban conmigo a gran velocidad.

Hui de él y me persiguió unos instantes, aunque decidió alejarse antes de encontrarnos. Cerré los ojos para contener la humedad en ellos. Mi cuerpo onduló en la pista, mis brazos se balanceaban de aquí para allá como un muñeco impulsado por el aire y giré con una pierna extendida. Di una vuelta, me deslicé y volví a girar. Extendí la mano y encontré la de Alex, quien se dejó arrastrar por mí.

Respiré profundo, pues sabía lo que seguiría. Todo pensamiento que pudiera distraerme abandonó mi cabeza. Debía cuidar de Alex tanto como él lo hacía conmigo.

Me tomó entre sus brazos y apoyó mi cuerpo sobre sus hombros en una posición horizontal. Al impulsarme hice un triple giro en el aire. Sonreí porque salió perfecto, me pareció que Alex pensaba lo mismo por el gruñido satisfactorio que se apoderó de mis oídos. Volví a sus brazos como debía hacerlo y él llevó la potente mano a mi muslo para dejarme sobre la pista.

Demasiado pronto me abandonó y corrí tras él. Al encontrarlo, me sujetó las manos contra su pecho, que se movía con vertiginosidad. Nos quedamos frente a frente durante una eternidad y la confusión se apoderó de mí con cada segundo que nos acercaba al final de la canción. Fue un ejercicio extremo, pero su reacción se debía a algo más. No obstante, Alex dejó ir mis manos con suavidad y volvió a alejarse mientras yo me dejaba caer en la pista con el rostro bañado en lágrimas.




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