Bailemos en la oscuridad

20

Alexander

El ramo de rosas de Ashley volteó mi rostro. Levanté la mano para detener el escozor que me atravesaba la mejilla. Un líquido caliente rodó por mi piel, por lo que debió cubrirse de sangre.

—¿No te fue suficiente con la paliza que te di anoche? ¡Olvídala ya!

Volvió a pegarme y el señor Smith, quien se dirigía hacia mí como una avalancha letal, se detuvo en seco. Los desmesurados ojos eran evidencia de su desconcierto.

Una nota discordante escapó del órgano de la iglesia. Los flashes de las cámaras no paraban de centellar como una tormenta eléctrica mortífera. Para ese instante, debía correr por las redes sociales la noticia. El párroco se retiró sin decir nada, no quería ni imaginar lo que pensaría de nosotros.

La mamá de Ashley la agarró desde la cintura —las damas de honor estaban petrificadas— y con un esfuerzo encomiable logró arrastrarla por el pasillo entre gritos y amenazas hacia mí.

Por unos segundos el silencio reinó en el lugar, mas los murmullos empezaron a retumbar de aquí para allá como balas perdidas. Procuré no observar a nadie; mis manos estaban adoloridas por cómo apretaba los puños. Me perdí en el ruido de las bancas y los pasos sigilosos sobre el pasillo de la iglesia. Era evidente que ya no habría boda.

—Mi esposa y yo somos testigos. Estuvimos más de una hora cubriendo los morados en su rostro.

Bajé la cabeza en tanto seguía dándole la espalda a mi amigo.

—Brandon. —Mantuve la mandíbula apretada a pesar del insoportable dolor en el rostro y la cabeza. No entendía por qué me traicionaba así.

—Bro, piensa en tu hermana… En Ceci. Ashley podría lastimarlas.

Una lágrima me salpicó la mejilla. Sentía la boca repleta de podredumbre. El temblor en mi cuerpo era desconocido para mí, no era ni frío ni nerviosismo. Siempre tuve presentes a mi hermana y a Eli, actué como mejor pude.

El señor Smith se detuvo frente a mí y vi cómo extendía la mano, mas no levanté la cabeza. No podía observar a nadie. Solo era un fracaso. Lo único que quería era lo mejor para mi hermana, pero nada me salía bien, solo seguía quebrando sus ilusiones. ¿Hasta cuándo sería capaz de perdonarme?

—Por favor, nos la llevaremos. Les prometo que buscaremos ayuda.

Reconocí la humillación en el tono del señor Smith. Después de todo, lo escuché en incontables ocasiones en la voz de mamá. Asentí, aunque el movimiento fue tan medido que no estaba seguro de si ellos se percataron.

—Alexander, debes denunciarla.

Negué, tenía los hombros tiesos mientras un escalofrío mantenía la piel en mi nuca erizada.

—Yo soy el culpable. Ashley solo quería que la amara.

Fijé la mirada en la entrada de la sacristía y me dirigí hacia el lugar. No quería interactuar con nadie más. Sabía que Brandon pretendía hacer el bien, pero yo sentía que me juzgaba, que me creía incapaz de proteger a las mujeres que más amaba. Me desplomé en la misma silla donde estuve una hora antes, bajé la cabeza, apoyé los brazos sobre los muslos y me jaloneé el cabello.

«¿Cómo permití que esto sucediera?». Me pregunté si Ashley estaba bien. Ella tenía razón, yo era el malo. Durante año y medio jamás la amé. Yo la orillé a que se comportara como lo hizo.

Me aclaré la garganta y me puse en pie al escuchar que alguien se acercaba. ¿Por qué no comprendían que quería estar solo?

Levanté la cabeza y enderecé los hombros cuando reconocí a mamá. Ella se detuvo frente a mí con el rostro impasible, aunque me sabía juzgado. Con ella siempre era sentenciado, desde los trece años yo solo cometía errores.

—Ve a casa, hijo.

Metí las manos dentro de los bolsillos del esmoquin.

—¿A cuál?

Una sonrisa tensa curvó sus labios. Esos ojos cafés, idénticos a los míos, estaban fijos en mí.

—Con Cecilia. Ese es tu hogar, ¿no es así?

Solté una bocanada de aire y volví a tomarla, los músculos de mis brazos me reclamaron ante la fuerza con la que cerraba los puños.

—Sé que no la quieres, mamá.

Elevó el mentón con arrogancia. Cada músculo de su cuerpo también estaba en tensión.

—¿Eso alguna vez te ha detenido?

Bajé la cabeza, cerré los ojos y me masajeé las sienes con una sola mano.

—Jamás te he entendido, mamá. Eli e Isa se aman con locura y para ti no es suficiente.

Caminó hasta quedar frente a frente y me empujó el pecho con una mano como si deseara zarandearme, hacerme entrar en razón de una vez. Al parecer no le fue suficiente, pues con los mismos dedos me golpeó la sien en un par de ocasiones.

—Siempre tendrás que estar al cuidado de Cecilia. ¿Qué clase de vida crees que tendrás?

Di dos pasos atrás, fijé la mirada en el suelo.

—¿Qué pasará con Isa? —Mi voz era un susurro.

—Tomaste una decisión, ahora asume las consecuencias.

Una lágrima me salpicó la mejilla. Conocía las implicaciones de mi amor por Eli, lo hacía desde que tenía dieciocho años. Unos días antes de cumplir un mes juntos, mamá me sacó de casa y me prohibió tener algún tipo de contacto con mi hermana. Durante una semana no tuve dónde dormir. Solo pude verla otra vez cuando le juré a mi madre que nunca tendría una relación con Eli… Jamás se lo confesé a mi mejor amiga. Ella era consciente de que mamá no la toleraba, si bien no quise que supiera cuánto.




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