Bailemos en la oscuridad

27

Alexander

Sus mejillas se colorearon de un maravilloso tono rosado y la chispa en los ojos la delató. Y por un segundo… entreabrió los labios y contuvo el aliento. Aferrado a su cintura, levanté nuestras manos unidas y dejé un beso endeble en la suya.

—¡Es un recuerdo horrible!

Solté una bocanada de aire. Quizás era una mala táctica recordarle a la chica que te gustaba que apestabas cuando te ofreciste a patinar junto a ella. Yo quería lucir como un príncipe y resulté un ogro, pero mi orgullo podría magullarse tanto como hiciera falta si con eso la recuperaba.

—Lo es, pero solo yo tengo la culpa. Pude comer espárragos o ajo.

Su risa escapó entre un resoplido y el diminuto cuerpo volvió a vibrar. Me pregunté si ella todavía lo podía recordar, si se dibujaba algún tipo de imagen en su cerebro, aunque por su reacción imaginaba que sí. Acaricié las sonrojadas mejillas y deslicé la punta de los dedos hasta su mentón mientras el corazón me danzaba en el pecho. Por primera vez —en siete años— me sentí liviano.

Abrí las piernas y Eli dio un paso cuando la ceñí a mí con el brazo que la rodeaba. En esa posición, su respiración serena caía sobre mis labios. Sería tan fácil eliminar esos centímetros entre los dos y recordarle lo bien que se sentía cuando nos besábamos, pero no lo haría. No quería que pensara que ella era solo un refugio.

—Puedo decirte que mis ojos son cafés y mi rostro cuadrado. Tengo los hombros anchos y mis caderas deberían ser más estrechas. Las piernas son largas, al igual que los brazos. —Bajé la cabeza y negué. Estaba seguro de que con eso retrocedí varios pasos. Ella me imaginaría como un troll en lugar de el apuesto bailarín que se suponía que fuera—. Creo que me describí muy poco agraciado.

Eli ladeó la cabeza; en su rostro tenía un gesto pícaro. Si bien no me pasó desapercibido que, a pesar de que se reía conmigo, ella no me dedicaba ninguna muestra de cariño. Su mano libre permanecía a un lado de su cuerpo.

—No te puedo decir, nunca te he visto.

Fue mi turno de reír mientras ella mantenía esa sonrisa que me encandilaba. Inhalé profundo, el deseo por besarla me dominaba, pero debía controlarme. Eli no me daba ninguna pista sobre sus sentimientos. Tal vez ella dejó todo atrás y yo estaba estancado en el pasado.

—Quizás no recuerdes si mi nariz es cincelada, pero sí cómo mi brazo rodeó tu cintura y mi mano descansó sobre tu cadera.

Me negaba a perder las esperanzas. Nuestra relación fue breve, no obstante, el amor era puro. La prueba estaba en que éramos mejores amigos y que nuestras vidas se entrelazaron en todos los niveles. Además, yo jamás me habría apartado de su lado si no fuera por las exigencias de mamá.

Eli asintió, sus ojos estaban resplandecientes de burla. No me afectaba. Cualquier sonrisa que yo pudiera provocarle, sin importar la causa, me engrandecía. Yo tenía el poder de hacerla reír. Mi vida era un asco, pero al menos era importante para ella.

—De la manera más extraña posible.

—Sí, bueno, era la primera vez que tocaba una chica. —Jamás había subido a la pista, yo solo estaba allí para perseguirla desde que hicimos el experimento de ciencias. No quería hacer el ridículo y caerme, algo que sucedió quince minutos después—. También fuiste mi primer beso.

El corazón me martilleó en el pecho, eso no era lo que en realidad le quería decir. Me ofrecí a ser su compañero y las perlas de jugo mostraron más emoción que ella. ¡Parecía que le estorbaba! Así que le mentí para conseguir que me besara. Jamás proclamé ser el inteligente en nuestra relación. Yo solo quería besarla a ella, el camino para conseguirlo no me importaba.

—Eso no cuenta, solo querías practicar para besar a Madeline Edwards.

Gemí. Doce años más tarde, cerca de ciento cinco besos después, y ella no se olvidaba de ese detalle… Y con algo así podría perderla, debía reconducir la línea de los recuerdos. Llevé los dedos a la frente y me la masajeé unos segundos. Fue un error, ¡lo sabía! Y pensé:

—Eso fue lo que dije.

Eli ladeó la cabeza con el ceño fruncido. Sus labios se movieron como si tuviera la intención de decir algo, pero su garganta no emitió ningún sonido. Entonces cambió el peso de un pie al otro, fue entonces cuando me percaté de que lo había dicho en voz alta. Enderecé mi postura y antes de que ella pudiera decir algo, añadí:

—Cuando te hice el amor también era mi primera vez.

Ella soltó el aire y me dedicó una sonrisa dulce. Me tragué la vanidad. Quizás pude experimentar con otras mujeres antes de hacerle el amor a Eli, pero yo deseaba que ella fuera la única… Algo que no sucedió para ninguno de los dos.

—Eso explica por qué fue tan peculiar.

Resoplé en medio de una risita. Eso era lo malo de que existiera tanta confianza, a ella no le importaba herir mi orgullo. Me quedé callado unos minutos, mis dedos actuaban por cuenta propia al acariciar las líneas y curvas de su rostro. Tenía plena consciencia de que la lastimaba con ese recuerdo. Abrí los ojos y pestañeé con rapidez.

—El entrenador enfureció con nosotros. —Mi voz sonó ahogada.

Eli reajustó su postura, tan perfecta como era, necesaria para un triple salto. Solo hasta ese instante su mano libre chocó con mi rodilla y recorrió mi muslo hasta encontrar mi otra mano para unirlas, por lo que se creó un círculo entre los dos, sin principio ni fin.




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