Bailemos en la oscuridad

29

Alexander

La mano de Eli se arrastró por mi brazo como una ráfaga fugaz cuando dio media vuelta y se apresuró a salir de la habitación. El «cuidado con la escalera» jamás abandonó mi garganta mientras escuché los pasos acelerados hasta extinguirse. Me acomodé en la cama para aparentar tanta normalidad como me fuera posible. A pesar de su edad, mi hermana era una niña y se podría impresionar al verme. Eli debía pensar igual y de ahí su reacción.

Hice una mueca de desagrado al escuchar la voz de mamá en tanto subía las escaleras. Deseaba ver a mi hermana, pero no a ella. Estaba muy cansado como para enfrentarme a sus amenazas.

—Si la recibo es por él e Isa.

—Sé que no soy bien recibida en la casa de mi hijo.

—Es nuestra casa, señora Price. Puede armar todas las pataletas que desee, pero yo siempre estaré aquí. Al menos hasta que él lo desee.

Era una mentira por parte de ambas. La casa le pertenecía a Eli y mi madre lo sabía… Y otra vez, mi mejor amiga salía en mi defensa, idéntica a una agresiva pingüina cuando algún desconocido se acercaba a su pareja. Levanté las manos y froté mi rostro una y otra vez. Si bien, un gemido me escapó de la garganta cuando me lastimé las puntadas en la mejilla. Tenía que dejar esos pensamientos atrás. Eli no me amaba como hombre, no lo hacía. Tuve mi oportunidad y lo arruiné.

—Me debes respeto, soy tu mayor.

—Sin embargo, se comporta como una niña caprichosa. Además, el respeto se gana, no se exige.

Absorbí todo el aire que fui capaz y lo solté de golpe mientras bajaba la cabeza. Esa era la pequeña fierecilla que yo conocía. Tal vez estuvimos separados en vano, Eli habría luchado por Isa tanto como yo.

—¡Ale!

La primera en aparecer por la puerta fue mi hermana. Al verme, se agitó en su silla entre gritos y risas. Movía las piernas y las manos de aquí para allá con gozo. Entonces apareció Eli con su rostro en una sonrisa resplandeciente, cualquier preocupación quedó olvidada ante la reacción de Isa. El alivio también me recorrió y me otorgó calma. A mi hermana no le importaron los golpes, ella solo quería estar conmigo. La última en entrar fue mamá, quien fijó la mirada en mí. En esos escasos segundos sentí que se cuestionaba mi hombría y valor.

—Baby, tendremos una pijamada.

Mamá guardó silencio, pero su mirada refulgió de ira. Mas no se atrevería a desmentir a Eli frente a Isa, eso solo lograría que ella quedara mal. Mi hermana aplaudió y se revolvió entusiasmada en tanto Eli deslizaba las manos por las piezas de la silla de ruedas hasta encontrar los broches que sostenían a Isa para soltarla. Ella colocó los brazos alrededor de mi amiga, quien la levantó con todo el cariño del mundo.

Eli pensó sus pasos, siempre lo hacía cuando cargaba a mi hermana, era muy cuidadosa con ella. Tardó en llegar junto a la cama y dejarla entre mis brazos. Agarré a Isa y la abracé con suavidad, sin dejar de sujetar la mano de mi mejor amiga —para que no se alejara de mí— y dejé un beso suave en la cálida palma. Giré la cabeza hacia ella y le dediqué una sonrisa bañada en agradecimiento, admiración y amor, sobre todo amor. Era ridículo, lo sabía, pues solo era un borrón para ella, pero mi hermana sí me veía, ella era mi testigo.

—Eres extraordinaria, cariño, gracias.

Las mejillas de Eli se colorearon de un rojo furioso y mi gesto se amplió. Quizás se sintió avergonzada por haberle dedicado un cumplido y un apodo cariñoso frente a mi madre, pero ya todo estaba al descubierto… Y la mujer que amaba seguía ahí. Todavía no comprendía por qué, si bien tomaría todo lo que ella me ofreciera en tanto yo le prometía mi alma.

Nos llevaría tiempo, lo sabía, pues primero debía recuperarme. Lo físico sanaría en un par de días, pero mi interior tomaría mucho más. Y si Eli seguía junto a mí después de todo, debía encontrar la forma de volver a su corazón. ¿Ella me lo permitiría? Suspiré, creía con firmeza que todo estaba perdido.

Mamá salió después de pocos minutos. La señora Payne llegó con una compra exagerada y las tres se dedicaron a llenar las alacenas y el refrigerador en tanto yo descansaba, pues Eli me obligó. Después escuchamos algunos capítulos de un libro mientras hacíamos figuras de plastilina con mi hermana. Max, nuestro perro, seguía detrás de nosotros como nuestro guardián.

Hablé con Brandon por teléfono y le aseguré que estaba bien. Incluso llamé a Ashley, su padre me respondió. Me pidió que no volviera a llamar y me dijo que ella estaba internada contra su voluntad, ya que sufrió una crisis nerviosa al comprender que el matrimonio jamás se llevaría a cabo.

Cuando colgué, bajé la cabeza y solté una bocanada brusca, sabía que yo era responsable de ello y no me sería fácil disculparme a mí mismo por la falta contra Ashley. Como siempre, Eli me encontró y me ofreció uno de esos abrazos que, aunque en ese momento no fue tan reconfortante, siempre sería bien recibido. Mi corazón se saltó un latido cuando, al soltarme, me dejó un beso en la esquina de la nariz. Imaginé que deseaba alcanzar mi mejilla, pero qué importaba su bendito error. Yo solo cerré los ojos y me dejé querer esos escasos segundos.

Ya en la noche, Eli e Isa cantaron y rieron mientras mi mejor amiga le daba vueltas a la silla de ruedas de mi hermana, como si fueran compañeras de baile. Sin embargo, tuve que halar aire con fuerza y dejarme caer en una esquina de la cama, mi cabeza se sentía tan borracha que ellas se desdibujaban durante segundos.




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