Alexander
El corazón me latió más y más despacio, como resignado a sufrir una muerte terrible, a la par que mi cerebro repetía sin parar la respuesta que recibí la noche anterior. Eli ladeó la cabeza y respiró profundo. Fue el instante en el que supe que estaba perdido. «¿Fue un beso de compasión?» Tal vez sintió lástima por los padres que tenía y la mujer que escogí como prometida.
La mujer que amaba acarició mi nuca en un vaivén reconfortante. Por la posición —y la iluminación en su habitación— le era más fácil distinguir el borrón que era mi rostro y su azulada mirada se mantuvo sobre la mía. Me dedicó una sonrisa tímida y procuré mantener su cuerpo pegado al mío, pues por algún motivo sus apagados ojos se tornaron… temerosos.
—¿Todavía lo dudas?
Lo hacía. En mi mente repasaba nuestros momentos juntos a lo largo de los años y ella siempre permaneció serena e indiferente. Excepto en las semanas que estuvimos juntos. Ahí conocí a una Eli amorosa, atenta y efusiva. Mas todo eso quedó atrás en cuanto terminamos; el duelo por nosotros fue fugaz, podría jurar que dos semanas después, ella había olvidado que alguna vez nos amamos.
—Creo que juegas conmigo.
Sus hermosos ojos se humedecieron a la par que se desmesuraban temblorosos y el lazo que me sostenía por la nuca se rompió para que ella pudiera cubrirse los labios con una mano.
Mi rostro se abrasó al percatarme de que la lastimé. Sentí el pecho apretado en tanto un sudor frío bajaba por mi espalda. Iba de equivocación en equivocación. Ella… ¿me amaba? ¿Desde hacía cuánto? Y ¿por qué? Si de algo estaba seguro era de que no lo merecía.
—Discúlpame por no aceptar de primera que me amas. Pero, ¿sabes?, soy ciega, y el noventa por ciento de la comunicación es no verbal. Señor «Quiero Besar a Madeline Edwards».
Tragué y la oprimí contra mi cuerpo porque estaba seguro de que nos caeríamos. Así de grande fue el susto que me recorrió cada terminación nerviosa ante su exabrupto y la rapidez con que soltó las palabras como si fuera una sola.
Pretendí replicar, pero por primera vez, cerré la boca para no arruinar el momento, después de todo, no todos los días Cecilia Payne te besaba y te decía con contundencia que te amaba. Por dios, el cuerpo me temblaba peor que cuando el entrenador nos regañaba.
—De acuerdo, estás furiosa.
De su garganta floreció un grito mezclado con un gruñido y un sollozo. Algo que no escuché nunca antes. La observé petrificado un segundo y entonces una sonrisa lenta curvó mis labios.
—Nunca me perdonarás eso.
Se cruzó de brazos y desvió el rostro.
—Anda, vete a buscarla.
Me aferré a sus caderas y de un salto me puse en pie. Eli aprisionó mi cuello con los brazos y mis caderas con las piernas cuando comencé a girar como un loco, una risita nerviosa la acompañaba.
—¡Te amo a ti! ¡Solo a ti! ¡Desde siempre! ¡Eres la única!
Un mareo atroz fue el recordatorio de que mi cuerpo todavía no se recuperaba de las decisiones tan erradas que tomé en los meses anteriores. En el último segundo conseguí que cayéramos en la cama mientras mis brazos pegaban el cuerpo de ella al mío para protegerla de la caída.
Rebotamos en el colchón en tanto reíamos. El subir y bajar de mi pecho era vertiginoso. Todavía me resistía a creer que nuestros destinos, al fin, habían encontrado la forma de volverse uno. Levanté las manos, acomodé el desorden en su cabello y le acuné el rostro. La mujer más hermosa del mundo me amaba. Nada ni nadie podía borrar la estúpida sonrisa que veía reflejada en su mirada.
Durante largos minutos permanecimos en esa burbuja perfecta que era nuestro amor. Si bien, el peso en mis hombros seguía tan intacto como antes de entrar a su habitación. Debía ser un hombre libre para amarla como ella se merecía, pero la carga emocional que me acosaba durante los últimos seis meses no me lo permitiría. Amarla también significaba protegerla de mi inestabilidad emocional.
Con la punta de los dedos le dediqué una caricia fugaz a sus mejillas y observé ese rostro dulce para reaprenderme cada uno de sus poros y líneas de expresión, aunque yo ya me los sabía de memoria. Solo que había algo diferente, algo de lo que jamás me percaté: su amor. Un amor paciente, que aguardaba por mí. No era que le fuera indiferente, Eli solo me daba libertad. Esa palabra a la que yo le tenía tanto pavor, pues por mucho tiempo pensé que mi libertad significaba abandonar a mi hermana para que yo pudiera ser feliz. Las cadenas continuaban encerrando mis muñecas, pero mi chica de ojos esquivos acababa de abrir la puerta de mi propia prisión.
—Aún me iré.
Sus manos me aprisionaron el cuello en un gesto posesivo que engrandeció mi corazón. La mujer frente a mí era la más extraordinaria del mundo, aunque por supuesto que sus palabras contradijeron lo que sus acciones me demostraron.
—Lo sé. —A pesar de todo, sonreí mientras una lágrima se deslizaba por mi mejilla y el corazón me bombeaba alocado. De pronto el gesto de ella se tornó severo y contuve el aliento. Era demasiado pronto para que se arrepintiera—. Pero si regresas con otra, me iré a vivir a China y jamás volveré.
Me mordí los labios en un intento vano de contener mi risita, por lo que resoplé. Por supuesto que a ella no le hizo ninguna gracia. Levanté la cabeza y estiré la espalda para poder alcanzar sus labios y dejarle un beso tan endeble como mi corazón sobre los labios.
Editado: 20.04.2023