Bailemos en la oscuridad

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Alexander

Tomé impulso en tanto bajaba la mano derecha hasta su cadera. Solté nuestras manos y extendí la izquierda, mientras giraba, la levanté sobre mi cabeza. Eli apoyó su izquierda en mi hombro, llevó la pierna izquierda hasta la frente y la sostuvo ahí con la mano derecha a la vez que doblaba la pierna derecha hacia atrás y soltaba mi hombro. Giramos y giramos y giramos. Regresó sobre mis hombros, la impulsé y su cuerpo levitó a la vez que daba un pequeño giro en el aire para entonces caer entre mis brazos. La sostuve en ellos y no me pude contener de encontrar sus labios y dejar un beso fugaz, las suaves manos envolvieron mi rostro antes de depositarla en el suelo. Mordí los labios y la sonrisa pícara de ella debía ser reflejo de la mía, pues ambos nos salimos de la rutina.

—Eres maravillosa.

La dejé ir y seguí el deslizar y la ondulación de su cuerpo sobre la pista. Era un terrible compañero porque estaba hipnotizado como el fan más ferviente.

Eli me rodeó y, sin querer, sus dedos rozaron los míos. Tomé su mano con sutileza, la levanté y la hice girar, era la señal de que era hora de lucirse. Volvimos a girar y girar y girar. Extendí la pierna derecha hacia el lado en tanto ella colocaba los brazos sobre mis hombros y, de inmediato, se sujetó de la nuca mientras yo lo hacía de la cintura. Entonces abrió las piernas en un split, todo mientras mi cuerpo se acuclillaba sin parar de girar. En esa posición, su cuerpo quedó horizontal entre mis brazos. Utilicé el mismo impulso al levantarme para alzarla a ella. Eli se apoyó entre mi nuca y hombros, los brazos y las piernas abiertos como una estrella de cinco puntas. Giré y giré y giré y ella lo hizo al mismo tiempo. Era un hermosísimo rehilete que mostraba su vistosidad sobre mí. Yo solo le ofrecí apoyo en su abdomen o sujeté el interior de los muslos. Se me humedecieron los ojos y mi boca estalló en una sonrisa en tanto escuché un «guau» desde las gradas, el cuerpo de Eli pasaba de horizontal a vertical en segundos a la vez que me recorría los hombros y la espalda.

Quedamos frente a frente, nuestros pechos subían y bajaban agitados por el ejercicio. Los brazos de Eli me rodearon la nuca mientras lo único que podía hacer era estrecharla entre mis brazos y ser testigo del resplandor en su azulada mirada. En el último segundo, llevé las manos a las caderas y decidí arrojarla; por un instante, los ojos de Eli se desmesuraron por la sorpresa, aunque con rapidez se cubrieron de determinación. Cruzó los brazos sobre el pecho, perfeccionó su postura en el aire y giró, le faltó media vuelta para el triple giro. Me impulsé para recibirla entre mis brazos, ya que no era un movimiento de la rutina y no estaba seguro de que tuviera el equilibrio necesario para caer de pie en el primer intento. El cuerpo de Eli se deslizó por el mío, con las manos ella rodeó mi cabeza con cierta posesividad mientras que yo la sujetaba de la cintura y la estrechaba contra mi cuerpo.

Giré y giré y giré a la vez que gritaba y reía con cierta histeria. ¡Lo sabía! ¡Siempre tuve la certeza de que nosotros éramos correctos! ¡Que Eli era la única que debía estar junto a mí en las Olimpiadas de invierno! La oprimí aún más, su rostro tenía un resplandor insuperable y los ojos le brillaban ante un programa pulcro. Tenía una sonrisa hermosa de oreja a oreja que era el reflejo de la mía. Levanté la mirada hasta las gradas, ya que los gorjeos y gritos de Isa recorrían los rincones de la pista. La señora Payne se cubría la boca con las manos, y sus ojos desmesurados eran señal de cuán atónita se encontraba. Regresé la mirada a mi chica y la contemplé con los ojos humedecidos y un cúmulo de energía efervescente en mi interior. Al fin, después de tantos años, su madre veía lo mismo que yo: una mujer como cualquier otra y a la vez excepcional, no por su discapacidad, si no por su perseverancia.

Levanté los brazos y acuné su rostro, mis dedos dejaban caricias furtivas en la quijada, en las mejillas y en los ojos. Me incliné mientras me humedecía los labios y…

—¿Isa está feliz?

Reí y resoplé. Nuestros pechos subían y bajaban descompasados mientras nuestros patines se deslizaban por el hielo como si solo patinara una persona. Los brazos de Eli me envolvían por la cintura y mantenía la cabeza derecha como si pretendiera unir nuestras miradas.

—Dime cómo lograste que mamá te dejara a Isa.

Su hermosa sonrisa se tornó dulce ante la mención de mi hermana, así de grande era el amor que existía entre las dos.

—La señora Price es consciente de que un cambio sustancial en la rutina de Isa provocaría un retraso severo en ella, quizás, incluso, a volver a utilizar pañales, así que tu hermana ha estado conmigo siempre.

Contuve el aliento y Eli me aprisionó más entre sus brazos —si es que era posible— al sentir el estremecimiento que me recorrió de la cabeza a los pies, si bien la sonrisa jamás se borró de sus labios. De inmediato levanté la mirada hasta las gradas una vez más y me percaté que la señora Payne tenía una cajita de jugo entre las manos. El corazón me dio un vuelco, eso nunca ocurrió.

—¡¿Qué?! ¡Jamás me habría ido de haberlo sabido!

Eli asintió en tanto apoyaba la cabeza en mi pecho y dejaba un beso en él. El calor que expedía su cuerpo era el causante de que llegara hasta mí la sutil fragancia de su perfume mezclado con el sudor, lo que, en cierto punto, era reconfortante. Los brazos seguían aferrados a mí como si me contuviera. Me conocía demasiado bien porque lo único que deseaba era llegar a casa de mi madre para gritarle por su osadía. Sin embargo, Eli mantuvo la expresión serena, como si no hubiera significado ninguna molestia tener que lidiar con ella. Un choque eléctrico recorrió mi sistema nervioso, como un latigazo, mamá no merecía tener su apoyo.




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