ELÍAS
Caminé de regreso a mi casa con las manos en los bolsillos, la mente cargada de pensamientos que no lograban ordenarse. Cada palabra de Lina, cada lágrima, cada súplica seguía dando vueltas en mi cabeza, chocando con la realidad que le había intentado explicar.
No había imaginado que algo así pasaría. Nunca. Desde el primer día en que la conocí, Lina había sido solo una niña curiosa, con esa chispa de entusiasmo que la hacía destacar. Compartíamos la misma fascinación por las estrellas, sí, pero eso no significaba nada más. Nunca significó nada más.
Suspiré pesadamente cuando crucé el patio hacia mi puerta. No encendí las luces al entrar. Me apoyé contra la pared, dejando caer la cabeza hacia atrás.
No quería hacerle daño. No quería que ella se aferrara a algo que, con el tiempo, la iba a destruir.
Y lo peor de todo… es que sabía que lo haría.
Porque ahora que lo sabía, no podía simplemente fingir que nada pasaba. No podía hablarle como antes sin ser consciente de la forma en que me miraba, de la ilusión que llevaba en sus ojos.
Maldita sea…
Me pasé una mano por la cara y me empujé a seguir adelante. Fui directo a mi habitación, me dejé caer en la cama y miré el techo. El cansancio físico no se comparaba con el agotamiento mental que sentía.
Pensé en lo que Celia me pidió antes de irme.
"No te alejes demasiado de Lina hasta que te vayas. Ayúdala de vez en cuando."
Me reí sin ganas. Como si eso fuera fácil. Como si yo pudiera fingir que nada pasó, que no escuché lo que escuché, que no vi el dolor en sus ojos cuando la obligué a ver la realidad.
Pero sí, lo haría. No porque quisiera, sino porque Lina merecía que fuera honesto, incluso si eso significaba distanciarme más de ella.
Porque tarde o temprano, ella entendería.
Y yo solo podía esperar que, cuando lo hiciera, no me odiara por ello.
Los días siguientes fueron una mezcla de rutina y tensión.
Fui a la escuela, trabajé mis turnos, regresé a casa y evité pensar demasiado en todo lo que pasó aquella noche. Pero era imposible. Cada vez que revisaba mi teléfono, esperaba ver un mensaje de Lina. Algo, lo que fuera. Pero nada.
Y por alguna razón, eso me inquietaba más que si me hubiera enviado algo.
No sabía cómo estaba. No sabía qué había decidido hacer con todo esto.
No es que quisiera una respuesta inmediata. No es que creyera que ella entendería de la noche a la mañana. Pero el silencio... el silencio me pesaba más de lo que debería.
—No es mi problema —murmuré para mí mismo, acostado en la cama después de otro largo día.
Pero era mentira. Porque sí era mi problema.
"No te alejes demasiado de Lina hasta que te vayas."
Suspiré y tomé el teléfono. Miré la última conversación que tuve con ella. Su mensaje pidiéndome ayuda con la tarea.
El jueves.
Mañana.
Me senté en la cama, frotándome la cara con ambas manos. ¿Y si me evitaba? ¿Y si se arrepintió de pedírmelo? ¿O si actuaba como si nada hubiera pasado?
No tenía idea de qué esperar, y eso me molestaba más de lo que quería admitir.
Fuera como fuera, iba a tener que enfrentarla de nuevo.
Y solo esperaba que esta vez no fuera tan difícil.
El jueves llegó más rápido de lo que esperaba.
Después de salir del trabajo y tomar un respiro en casa, me dirigí a la de Lina y Celia. No me molesté en avisar antes de tocar la puerta. Celia abrió casi de inmediato, con una expresión neutra, difícil de leer.
—Llegaste.
—Sí.
Nos quedamos en silencio un momento.
—Está en su habitación —dijo finalmente, apartándose para dejarme pasar—. No ha hablado mucho estos días.
No respondí a eso. Subí las escaleras con pasos medidos, tocando la puerta con suavidad cuando llegué frente a ella.
—Lina, soy yo.
Silencio.
Esperé. Tal vez no quería verme. Tal vez solo dijo que necesitaba ayuda porque en ese momento aún no había digerido todo lo que hablamos.
Pero entonces, la puerta se abrió.
Lina estaba ahí, con el uniforme de la escuela, su cabello algo desordenado y ojeras que no había notado antes en su rostro. No me miró de inmediato. Se dio la vuelta y caminó hacia su escritorio sin decir nada.
Entré y cerré la puerta detrás de mí.
—Bien —dije, manteniendo mi tono neutral—. ¿Qué necesitas?
—Matemáticas —respondió, sin emoción en su voz.
Asentí y me acerqué.
Todo estaba frío, distante. Y aún así, la tensión en el ambiente se sentía pesada.
Pero al menos, ella estaba aquí.