ELÍAS
El tiempo pasó en una secuencia monótona, como si cada día fuera un reflejo del anterior. Días, semanas, luego meses.
Seguí yendo a casa de Celia para ayudar a Lina con su tarea, aunque lo hacía de manera casi mecánica. Ya no eran sesiones largas ni llenas de conversaciones sobre estrellas o planetas. Me limitaba a explicarle lo que necesitaba saber, responder sus dudas y luego irme. Celia siempre estaba presente ahora, observando con atención, asegurándose de que todo estuviera bajo control.
Lina, por su parte, se mostraba distante. Seguía usando su telescopio cada noche, pero lo hacía sola. Antes, habría venido a buscarme para compartir sus observaciones, para preguntarme sobre cada pequeño detalle del cielo nocturno. Ahora, simplemente lo hacía por su cuenta, sin cruzar palabras conmigo más allá de lo necesario.
Celia y yo hablábamos a veces, cuando Lina no estaba o cuando ella misma decidía ignorarme. Nuestras conversaciones nunca eran sobre lo ocurrido aquella noche, pero el peso de lo no dicho siempre estaba presente. Me preguntaba cómo estaba, cómo iba mi decisión sobre la universidad, si me sentía mejor. Yo respondía con vaguedades, sin darle demasiado espacio a la conversación.
Cuando no estaba en su casa, pasaba mis noches en el techo, caminando al borde, dejando que el vértigo y la adrenalina ocuparan mi mente en lugar de todo lo demás. Me reía para mí mismo cuando pensaba en lo absurdo que era, en cómo Lina, con su terquedad y su frustración, estaba logrando sacarme de quicio más que cualquier otra cosa.
Muy de vez en cuando, usaba mi telescopio, aunque la mayoría del tiempo solo miraba el cielo sin más, preguntándome qué sentido tenía todo esto, qué sentido tenía quedarme aquí, fingiendo que todo estaba bien cuando, claramente, nada lo estaba.
El tiempo siguió su curso, y en medio de aquella rutina sin emoción, hice mi examen para la universidad. Lo aprobé sin mucha sorpresa, y en unos días me iría. Cuatro años lejos de aquí. Cuatro años para respirar, para alejarme de todo esto.
Ya se lo había dicho a Celia y a Lina en una ocasión. Celia me felicitó con sinceridad, con una sonrisa genuina y palabras de apoyo. Lina también lo hizo, aunque su voz sonó forzada, como si estuviera obligándose a decirlo.
No esperaba que reaccionara de otra forma. Desde aquella conversación en su habitación, todo había cambiado. Y, en cierto modo, esta distancia entre nosotros solo confirmaba lo que le había dicho desde el principio: en el futuro, esto sería solo una fantasía lejana. Algo que recordaría con una mezcla de vergüenza y confusión.
Aún así, cuando llegó el momento de empacar mis cosas y prepararme para irme, una extraña sensación se asentó en mi pecho. No era nostalgia ni tristeza, pero tampoco alivio. Era algo más complejo, algo que no terminaba de comprender.
Quizás era simplemente la incertidumbre de lo que vendría después.
Subí la última caja al pequeño camión de mudanzas y solté un suspiro, sintiendo el peso de la despedida en mis hombros. No era tristeza, ni emoción, solo… el cierre de un capítulo.
Mientras aseguraba la carga, Celia salió de su casa con un par de paquetes envueltos con cuidado.
—Un pequeño regalo de despedida —dijo, sonriendo con calidez mientras me los extendía—. Y un agradecimiento por todo este tiempo. Nos ayudaste más de lo que crees, Elías.
Asentí, recibiéndolos con una pequeña sonrisa.
—No fue nada.
Ella negó con la cabeza.
—Para nosotras sí lo fue.
Antes de que pudiera responder, me abrazó brevemente, con la calidez que siempre había caracterizado su presencia. Yo correspondí el gesto con cierta torpeza, antes de soltarla y dar un paso atrás.
Entonces, vi a Lina en la puerta de su casa, observándonos desde lejos. No se acercó, no dijo nada. Solo estaba ahí, con su mirada fija en mí.
Levanté una mano en señal de despedida, y tras unos segundos de vacilación, ella hizo lo mismo.
Celia suspiró antes de alejarse y volver a su casa. Yo la observé irse, antes de sentir la presencia de mi madre acercándose a mi lado.
—¿Tienes todo listo? —preguntó, con esa voz paciente y tranquila de siempre.
—Sí —respondí sin dudar. Luego, giré levemente la cabeza hacia ella—. Y recuerda lo que te pedí.
Mi madre exhaló suavemente, asintiendo.
—Lo haré.
No dijo más, y yo tampoco. Miré la casa de al lado una última vez, con la imagen de Lina aún grabada en mi mente, antes de subirme al camión y cerrar la puerta.
El motor rugió suavemente cuando el conductor encendió el camión. Me acomodé en el asiento del copiloto, observando mi casa por última vez. Mi madre estaba de pie en la acera, con los brazos cruzados y una expresión serena, como si nada cambiara realmente.
La casa de al lado seguía en silencio. Lina ya no estaba en la puerta. No esperé verla salir corriendo ni gritar mi nombre, pero algo dentro de mí se sintió extraño al no verla más.
El camión empezó a moverse, alejándose lentamente de la calle que había sido mi hogar. No miré atrás.