Marath ascendió la montaña de ceniza y huesos, cada paso perturbando la tranquilidad de las almas perdidas. En su mano descansaba su espada, hecha de un acero que cantaba al viento, su filo brillando con un resplandor aterrador y hermoso. Cada mota de luz que caía sobre la espada parecía bailar, crear una sinfonía visual que la vista humana luchaba por seguir. A su alrededor, el aire pulsaba con energía cruda, el sabor amargo de la magia omnipresente que quemaba la lengua y llenaba los pulmones con su peso.
Los Arquitectos se cernían sobre él, seres que más que individuos parecían fuerzas de la naturaleza. El viento aullaba su nombre, los ríos murmuraban sus designios y las montañas retumbaban con su poder. Eran la marea eterna, la tormenta imparable, y la tierra misma. Pero él era una roca inamovible, y en su pecho ardía un fuego que ni siquiera los Arquitectos podían extinguir.
Los cielos arremetieron contra él, desatando relámpagos cegadores que hacían hervir el aire. Pero Marath era ágil y el acero en su mano se movía como un relámpago en sí mismo, desviando las llamas del cielo. La montaña tembló bajo su pie, buscando desestabilizarlo, pero él se mantuvo firme, su postura sólida como el tronco de un antiguo roble. El viento rugió, transformándose en cuchillas de hielo que buscaban desgarrar su carne, pero firmemente resistió, su voluntad más fuerte que el vendaval.
Su espada golpeó contra el vacío, el aire vibrando con el impacto. La Tierra gimió a su alrededor, los cielos chillaron y los ríos se callaron. Marath parecía moverse en cámara lenta, cada movimiento calculado, cada golpe cargado de una ira tranquila y controlada. Los Arquitectos respondieron con su furia, el mundo convulsionándose bajo su poder.
Cada golpe que asestaba contra el vacío parecía hacer eco a través del mundo, las ondas de choque resonando en el corazón de la tierra. El poder que emanaba de él era brutal y primordial, como la primera chispa de fuego o la última ráfaga de un viento moribundo. Se enfrentaba a fuerzas inimaginables, pero no mostraba signos de temor o duda.
El sudor goteaba de su frente, los hilos plateados se perdían en la ceniza y la sangre a sus pies. Su respiración era pesada, una sinfonía solitaria en la cacofonía del caos. Pero su espíritu permanecía indomable, su determinación inquebrantable.
Por último, los Arquitectos convergieron en él, la tierra, el cielo y el agua se unieron en una sinfonía de destrucción. Pero se mantuvo firme, su espada levantada en desafío. El mundo parecía contener la respiración, anticipando el choque final. Y mientras la furia de los Arquitectos descendía sobre él, Marath se enfrentó a ellos con la valentía de un héroe, la determinación de un rey y el corazón de un guerrero.
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fantasia oscura, fantasía épica romántica, fantasía de aventura y misterio
Editado: 15.07.2025